Ángel Rosemblat
Hola, Sr. Rosemblat
Recibe un cordial saludo, desde la diversidad de cultura e idiosincrasia.
Hace mucho tiempo que leí tu colección Buenas y malas palabras. Era estudiante, por entonces. Y tengo que confesarte que me metí en algunos problemas respecto a muchas expresiones venezolanas, a raíz de esa lectura.
Recuerdo, por ejemplo, que en clase dije una vez la expresión “más nada” en una exposición que me tocó realizar. Enseguida, el profesor me corrigió y me señaló en público que no se dice “más nada”, sino, “nada más”. Me quedé callado. Y al día siguiente con uno de tus libros en la mano pedí derecho de palabra en clase con el mismo profesor y le refuté que la expresión que yo había utilizado era correcta. Porque se trataba de una expresión propia del pueblo de Venezuela. Y que las dos maneras tenían su razón y su idiosincrasia. Para los españoles, ciertamente, la expresión es “nada más”. Pero que en Venezuela era “más nada”. Expresión de absoluto. En donde ya no había más que añadir a lo conversado o expuesto. Como en el caso mío, que no tenía “más nada” que decir, respecto al tema que estaba exponiendo. Te citaba para defender mis derechos y con ello defender la diversidad de culturas. Pedí permiso, por supuesto, y leí lo que tu señalabas sobre las dos expresiones, para quedar bien, que era lo que quería. El profesor no encontró elementos para refutarme. Y salvé la Patria, como se dice.
En otra oportunidad, en un trabajo escrito, utilizaba la palabra “sampablera”, para querer decir, que se había armado una confusión y una discusión y con ello una disputa, en algo que exponía. Era otro profesor. Esta vez, era un canadiense. En la metodología que el profesor usaba acostumbraba llamar a cada alumno para conversar sobre el trabajo que se le entregaba. Subrayaba las ideas que él veía que uno como alumno no dominaba y lo sondeaba al respecto. Sobre todo, si las ideas eran un poco atrevidas o sin fundamentos bibliográficos o que no habían sido lo suficientemente bien desarrolladas. Una metodología muy instructiva, sin embargo. Aunque sudábamos al pensar en el momento en que nos tocara tener la conversación con este profesor. Las clases eran en Venezuela y en español, por supuesto. Por eso, te cuento lo que te estoy contando para alegar lo que defendía. Al profesor, como era lógico, aquella palabra no le era familiar. Y entre otras observaciones se detuvo precisamente en la palabra “sampablera”. Sudaba por las otras observaciones mas no por la palabra. Aun cuando no hubiera referencia bibliográfica para defender su uso, no se puede negar, por otra parte, que los venezolanos la usamos a cada momento. No me asustaba. Pero me sentía más seguro al saber que tú, amigo Rosemblat, la referías y la analizabas en tu colección de Buenas y malas palabras. Cuando el profesor llegó a la palabra que ya tenemos referida le contesté que es una expresión típicamente venezolana y que quiere decir confusión, disputa. Como él insistía, tal vez pensaba que estaba inventando, le señalé los tres tomos de tu colección, que él mismo poseía en su biblioteca, y que, gracias a Dios, estaban bastante visibles y en los que me había fijado desde que había entrado a su oficina. Casualidades, ¿no te parece? No dudó en levantarse a tomar el número que yo le indicaba. Lo tomó, lo abrió. Le referí el índice. Lo buscó. Leyó. Y volví a quedar bien.
¿A qué todo esto? Me dirás. A que el lenguaje y los idiomas son dinámicos y ricos. Tienen valor por sí mismos. Y que el hecho de que no conozcamos una palabra no significa que no existe. No la conocemos. Y tenemos que ser lo suficientemente humildes para reconocer que cada pueblo tiene sus propias expresiones para comunicarse. Y no sólo eso. Sino que cada grupo, entendiendo con ello todos los que pueda haber, tiene sus propios códigos de expresión y de comunicación. Así entre los jóvenes existen palabras nuevas, ya inventadas, ya mezcladas, ya con nuevos giros, que le dan sentido a su conversación. No por eso, no existen. Existen y las usan. Y con ello se enriquecen las comunicaciones y se diversifican las culturas. Además, cultura significa una expresión y una idiosincrasia. Propias y diversas. No hay culturas de culturas. Es decir, esta si es cultura, y aquella no lo es. Y aquí se han cometido grandes culturucidios. Ve. Ya inventé una palabra. No sé si aparece en el diccionario. Pero con ella estoy queriendo decir que se han matado muchas culturas, muchas expresiones, en aras de una falsa purificación.
Lo más doloroso es que cuando hay expresiones y manifestaciones distintas de las nuestras, nos reímos y hasta nos burlamos. Y creo que el error está en que no se ha entendido la riqueza de la diversidad. Y que la diversidad es un derecho.
Y es ahí donde está el valor de tu aporte. Estudias las palabras y buscas la diferencia entre pueblo y pueblo, respetándola. No haces juicios. Simplemente es así. Si emitieras juicios al respecto te contradirías. Creo que, ciertamente, necesitamos revalorizar esos valores que a veces perdemos en aras de una falsa purificación.
Gracias., por ese aporte. Y, gracias, porque me salvaste varias veces en algunos apuros.
Chao:
Daniel