El placer revelado

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Mariana cerró sus nuevas piernas de mujer, que se articularon otra vez al cuerpo de una alumna de cuarto año, y buscó con la mirada la ropa que había quedado tirada a un costado sobre el pasto seco. Sus compañeras se apartaron cuando la vieron bajar de aquella roca para tomar sus prendas, y detrás de todas ellas el chofer del autobús apareció alarmado por la reunión improvisada tan lejos del sendero principal; pero aquel hombre llegaba tarde al espectáculo, se había perdido la escena, el ritual, el descubrimiento, el pasaje de un mundo a otro y viceversa, y tal vez por eso el hombre que había llevado con autobús a las alumnas a su excursión imaginaría una y mil veces, hasta el último día de su vida, todo eso que no había alcanzado nunca a ver. Sin importarle la cercanía de sus compañeras de curso, ni de aquel hombre ni mucho menos de aquellas dos profesoras, Mariana comenzó a vestirse, rodeada por ese público improvisado que no se movía de donde estaba, a pesar de las órdenes que impartían las dos profesoras que habían recuperado algo de voz, y que repetían como autómatas que las alumnas debían regresar de inmediato al autobús y que hablarían de lo sucedido con las autoridades correspondientes. El chofer dio media vuelta y comenzó a caminar hacia su cueva de hierro, motor y ruedas, vencido por su involuntaria tardanza. Y Mariana se vistió despacio, con la mirada en alto y perdida en la nada, como si no estuviese en aquel bosque desnuda sino frente a un espejo, dentro de un cuarto de hotel, a solas. Se subió la ropa interior hasta las caderas, luego se colocó la falda, se abrochó uno a uno los botones de la camisa, desde abajo hacia arriba, y se acomodó el pelo que había quedado revuelto. Cuando estuvo lista, dejó pasar unos segundos donde se quedó inmóvil parada sobre el pasto –el resto de sus compañeras observaban con atención y en silencio aquel ritual que también las identificaba— y recién ahí se despidió secretamente de la niña que hasta ese entonces había sido. Luego, delante de todas esas miradas, comenzó a caminar por el sendero angosto por el que había venido. Dio un paso, y luego otro, y se sintió firme y hermosa, con ese nuevo modo de caminar, de andar por el mundo, que incorporaba sin saberlo del todo, y que la acompañaría de ahora en adelante por el resto de su vida. 

 

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