El placer revelado (nuevo CapÍtulo)

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Sucede así, y ya estoy acostumbrado a esto: Amnesia retrógrada, dijeron los médicos. Pérdida de la memoria a largo plazo. Incapacidad de acceder a los recuerdos.

Yo lo llamo de otro modo; una vida fantasma, todos mis años anteriores. Borrados por el dolor de no saber quién soy.

Ahora que el sueño ha vuelto, creo poder quedarme dormido. Sé que mi hermana acaba de llamarme en medio de la noche, y sé muy bien que esto no es parte de un recuerdo desorganizado, como suelen decirle en la clínica a estos eventos que aparecen de pronto en mi mente: ella ha llamado para decirme que ese hombre ha muerto. Lo sé muy bien. Y sé también que mañana voy a olvidarlo, para volver a recordarlo días después, de repente, como si la noticia me asaltara de golpe. Y otra vez volveré a olvidar las palabras de mi hermana hasta que la noticia de mi último padre termine por formar parte de mi vida y se vuelva cotidiana su muerte. Es por eso que en voz alta me digo ha llamado mi hermana, y así lo repito varias veces, con los ojos cerrados, boca arriba acostado en mi cama, con los brazos cruzados sobre el pecho. Lentamente, palabra por palabra. Momia en pijamas que intenta fijar de manera indeleble lo que su boca dice una y otra vez, como si de este modo pudiera grabarse en alguna parte de mi mente, en alguno de los lados del cubo de mi memoria, para que yo pueda ver estas palabras escritas y saber qué ha ocurrido y qué no.

Y en el esfuerzo de fijar estas palabras siento llegar el sueño en las piernas, y en los brazos, pierdo la voluntad de moverme, se acalora el pecho, la sangre se expande por todo el cuerpo; es cuando aparece, detrás de los párpados, una puerta que está entornada, a la que nos acercamos mi hermana y yo, una puerta que terminamos de abrir, y es cuando entramos al cuarto y descubrimos con sorpresa lo que hay en su interior. No intento ubicar este recuerdo en ningún lado, no es necesario, no quiero hacerlo. Ya ni siquiera estoy seguro de tener una hermana, un padre vivo o un padre muerto. El sueño llega. Y el cubo de la memoria deja de girar, se desvanece todo, ahora funde a negro.

Rueda el cubo y en una de sus caras mi hermana está parada junto a mí, los dos esperamos a que alguien mucho más alto que nosotros abra la puerta de calle, y cuando entramos a la casa vemos un living en penumbras, así que corremos hacia una cocina que está más allá, en el fondo, y nos sentamos cada uno a un lado de la mesa, donde hay dos vasos que parecen tener leche chocolatada, y de pronto se escucha un perro blanco y chiquito ladrar del otro lado de una puerta, donde hay un patio con macetas y botellas vacías.




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