Hacía frio, y había sol, y los dos atravesaban aquel aire invisible sin decirse nada, uno al lado del otro, en un ritmo sincronizado, casi marcial. Pese a que no lograban darse cuenta del todo, en aquel aire frio y silencioso en el cual penetraban con sus cuerpos verticales, rompiéndolo como el casco de un barco rompe las capas de hielo que se forman sobre la superficie de los mares cerca de los polos, algo se iba organizando fruto de un deseo inconsciente propio de los dos, eso que ofrecía en cierto modo algún escape, una tregua, la forma de apaciguar las cosas, y de continuar cada uno en la vida del otro, aunque más no sea arrastrando esas consecuencias que cada pelea les dejaba colgando del cuerpo como pertrechos de una batalla campal. Sin embargo ninguno encontraba la forma de pronunciar en voz alta aquellas palabras de perdón que aparecían escritas en las baldosas delante de sus ojos a cada paso que daban, y así no tuvieron ni la humildad ni la valentía necesaria para comenzar a hablar. Entonces aquella sustancia oscura que aparecía a su alrededor, producto de las sombras que se dispersaban por la acera bajo la fronda de los árboles, comenzó a formar extraños símbolos sobre esas mismas baldosas que antes ofrecían otra clase de mensaje. Volver a pelear no tenía sentido, así que caminaban en silencio, uno al lado del otro, sin decirse justamente nada, y sin saber tampoco si eso empeoraba o mejoraba las cosas.
Verde claro, turquesa, celeste agua. Muchos años atrás, el parque donde ahora se dirigían había pertenecido a la Fuerza Aérea, que, durante la Segunda Guerra Mundial, había instalado allí una gran base militar. Al finalizar la guerra, desde los altos mandos militares habían decidido mudar esta base militar hacía otro sitio, se habían desalojado los aviones de combate y aprovechando la insfrastructura se inauguró un aeropuerto civil. Hasta que, desde algún otro escritorio repleto de sellos de goma, las autoridades de la ciudad habían decidido mudar también el aeropuerto civil, y desde entonces, aquel lugar se había convertido en una inmensa superficie vacía sembrada de pasto, que cortaban rigurosamente todas las semanas. Del aeropuerto y de la base militar, solo quedaba la inmensa pista de aterrizaje. Perpetua y abandonada