Cuando llegaron al parque notaron que no había nadie a su alrededor. Sin embargo, no se extrañaron, por distintos motivos la gente había dejado de ir hasta allí, entre otras cosas porque en realidad no había mucho que hacer más que sentare en el pasto o caminar. Ellos se detuvieron en la cabecera de la pista, entre las anchas líneas blancas pintadas sobre el asfalto negro. Ya no se necesitaban de esas enormes líneas blancas para orientarse desde el cielo, los aviones no llegaban desde hacía al menos treinta años, solo habían quedado como una señal inútil, y al caminar por la pista los dos parecían diminutos seres cruzando una calle gigantesca. Mariana lo miró, miró los ojos azules y fríos del hombre que no la miraban a ella, porque él miraba el final de la pista de aterrizaje. Como si un avión fuese a aparecer de repente en contra de toda lógica, un avión invisible y vacío de pasajeros y pilotos, una nave fantasma propiedad de una aerolínea fantasma que en el carreteo por la pista los atropellara a los dos. Entonces fue en aquel momento que ella tuvo la certeza de que el mundo se quedaba sin colores. Todo se reducía a estar pintado de gris. Hubo un silencio blanco, profundo y amargo, distinto al resto de todos los otros silencios que les habían inundado el ánimo. Como si fuese un huracán que arrasara con los sonidos, un aire implacable explotaba en las orejas, los dejaba sordos a sus próximas palabras, huecas ya, inútiles, que no se decían, y despegaban para alejarse, sin un plan de vuelo se perdían en el aire, aplastadas contra el cielo que estaba por completo despejado. Por supuesto que en ese instante los dos levantaron la mirada, vieron otra vez el cielo, y aquel punto rojo que habían encontrado en el horizonte cuando estaban en la puerta de su casa ya se había transformado en otra cosa. Mientras caminaban hacia el parque aquel punto rojo había crecido, se había vuelto más rojo, más redondo, y ahora resultaba ser un magnífico globo aerostático. Esta bola colorada y gigantesca comenzó a hacerse cada vez más y más grande, como una fantástica sorpresa del cielo, hasta que segundos después el globo estaba tan cerca de ellos que parecía empecinado en seguirlos. Y de repente aquel globo comenzó perder altura, se hizo aún más grande, más peligroso, más irreal. El primer instinto fue correr, pero algo les hizo entender que no serviría de nada. El globo descendió en forma violenta, lo abarcaba todo, como si no hubiese otro lugar en el mundo donde aterrizar más que ahí, donde ellos estaban parados.