El placer revelado (saga Completa)

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Carlos me miró. Yo había estado viendo sus labios abrirse y cerrarse, en la oscuridad de esa boca su lengua se volvía ancha y rosada, se dobla y se volvía a estirar en función de sus palabras.

-Fue ella la que quiso acercarse para ver. Los operarios no parecieron sorprendidos de vernos asomados ahí, se detuvieron y una pala quedó cargada de tierra sostenida en el aire, me acuerdo. Ella se reía como una loca, me tenía agarrado del brazo, y decía algo acerca del trabajo sucio que los africanos amaban hacer. Lo dijo en voz alta, yo tuve miedo que se enfadadaran al oírla. Ahí pude contarlos, no eran tantos como había supuesto antes, o alguno de ellos ya había desaparecido dentro de aquel pozo… ahora eran cuatro, todos negros. Argelinos, seguro. Como nosotros, Rafael. Que somos argentinos, pero suena casi igual, te das cuenta. Somos todos los mismo, en cierto punto, ecuatorianos o chinos, cualquier cosa menos ciudadanos europeos. Antes de que se fueran, yo les vi el uniforme de overol azul muy gastado que tenían, y te confieso que me pregunté cómo me quedaría una de esos a mi. Levanté la mirada para ver dónde iban, había una camioneta blanca, a unos metros, el trabajo no estaba terminado, y me dejaron solo con ella. Se subieron a la camioneta y se quedaron allí. Por algo me dejaron solo con ella. Pero antes de dar un salto y subirse a la caja de la camioneta, uno de ellos, el que tenía la pala en la mano, me miró de un modo que me hizo enfurecer.

La chica apareció con una cerveza en la mano. La apoyó en la mesa y la destapó. La chapita cayó a un costado, entre dos payasitos rojos. Con la otra mano recogió la botella que ya estaba vacía. Entonces dudó un momento, y por primera vez en la noche me miró. Quería saber si servía en ambos vasos, porque se daba cuenta que Carlos estaba ebrio. Le hice un gesto con la cabeza, y la chica sirvió la cerveza hasta la mitad de los vasos. Carlos se movía apenas en la silla con un movimiento pendular, parecía que le costaba quedarse derecho.

-Voy a pedirte la cuenta, le dije a la chica antes de que se fuera.

Después de esta nueva botella, ya no quería que Carlos siguiera tomando. Bajé la mirada algo avergonzado, y solo vi la sombra de la chica rodar por el suelo, perderse dentro del bar.

Carlos tomó el vaso y empujó la cerveza dentro de sí mismo como si fuese no más que agua. Volvió a servirse, y volvió a tomar.

-Ese negro me miró como con lástima, Rafael. ¿Te das cuenta lo que digo? Se cargó la pala al hombro y me miró como si me conociera de antes, no de acá, sino de Buenos Aires, y al verme le diera pena lo que yo estaba haciendo. Y ella que se reía cada vez más fuerte, como borracha, pero no estábamos borrachos, me parece que no estábamos tan borrachos. Se había soltado de mi brazo y a los operarios les preguntaba en francés por qué se iban, que se quedaran les decía a los gritos, que los invitaba a todos a una copa, que la noche se estaba poniendo aburrida conmigo.




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