En este punto es preciso referirse a otra cosa. Que el jefe inspector no conocía a la madre de la señorita Lorena, y sin embargo sabía de su existencia. Más aún, estaba al tanto de las relaciones que se habrían establecido con el comisario para que ella pudiera desarrollar sus actividades sin interferencias; atento a todo esto, y a otras cuestiones que no vienen ahora al caso, el jefe inspector suele visitar, cada tres o cuatro meses, la comisaria, donde en un sobre cerrado se le entrega parte de la recaudación clandestina que se recauda a raja tabla. Esta, a su vez, es elevada en parte hacia sus propios superiores, no sin que antes, como ya dije, el jefe inspector detenga su auto particular al costado de la ruta a la salida del pueblo para abrir el sobre y quedarse con algo de aquel dinero.
Ahora el jefe inspector tiene a Mariana delante, y a pesar de su sorpresa, no le ha sido difícil convencerla. Ella tampoco supo poner mayor resistencia ante los argumentos del jefe inspector, todo dicho en un tono casi didácticos, o mejor aún, paternalista. Este hombre recién llegado de la Capital sostiene que lo mejor para todos es que este caso no trascienda. Y amenaza, sin mencionarlo, con revelarle a Mariana que él está al tanto de las actividades que esta mujer desarrolla bajo la protección del comisario. Y si no lo ha dicho con estas palabras acaso lo ha inferido, y para rematarla, sin alzar la mirada ni mucho menos la voz, el jefe inspector dice
-No sea cosa que tenga que llorar a su hija metida en la cárcel.
Poco antes, lo primero al llegar había sido ir a la habitación de la muchacha, y una vez que estaban allí, solos el jefe inspector y la madre, se miraron y creyeron entenderse. Antes de que se la llevaran de urgencia al hospital de Buenos Aires, sin nada ya que pudiera hacerse para salvarle la vida, y quizá mejor así pensó el Jefe inspector en aquel momento que levantaba lentamente la sábana blanca para verle el rostro a la muchacha recostada en su cama, la madre dijo esto que el jefe inspector tomó como una amenaza.
-Quiero que me traiga al hijo de puta que le hizo esto a mi hija.
El jefe inspector pensó un momento, aunque la respuesta se le escapaba ya de la boca.
-Alguien va a pagar, se lo aseguro.
La madre de la señorita Lorena bajó la mirada, aceptar lo que el jefe inspector decía era una especie de traición hacia ella misma, pero sus ojos volvieron a encenderse cuando el jefe inspector acercándose a ella le aclaró
-Yo mismo se lo voy a entregar en algún descampado, para que usted le haga lo que quiera.
Sin embargo, hay un orgullo herido en el jefe inspector, que no está seguro de quién habrá atacado a esa muchacha, pero que no le gusta que lo tomen por idiota. Tal vez habrá sido el pibe ese que tienen detenido en la comisaria, o tal vez no. De todas formas, mañana el pueblo entero despertará con la noticia de que ya han encontrado al responsable que se metió por la ventana y le arrancó la cara a dentelladas a esa muchacha que dormía. El verdadero culpable estará sentado en el sillón de su living, con un cigarrillo encendido entre los dedos, tembloroso y sin pitar, del cual se desprenderá un humo recto, arremolinado luego cuando se alza en el aire, hasta disiparse alrededor suyo, ocultando el brillo de unos ojos que se ríen en silencio; impreso sobre el rictus firme de su boca, que conservará todavía la sensación en las mandíbulas, la de estar atrapando entre los dientes las carnes blandas del rostro de la señorita Lorena, este hombre se dirá en voz alta, pero sólo para sí mismo, que se lo tenía merecido. Sin saber si hará mención a la víctima o en realidad a su madre, estas palabras caerán dentro de su mente como una especia de expiación de culpas, las cuentas quedarán saldadas para él, con el riesgo de que el gusto de matar y quedar impune se propague por la sangre, y comience entonces sin saberlo a odiar en secreto a su próxima víctima. Esto lo piensa el jefe de inspectores, con esas o con otras palabras, mientras toma la mano de Mariana para consolarla. Ahora vuelve a repetirle que esta noche le entregará al responsable de semejante crimen, y cuando levanta la mirada encuentra la ventana del living donde están sentados, y siente unas irrefrenables ganas de salir al exterior. Porque lo que de veras le importa es poder irse de este pueblo lo antes posible.