El Poder de la Oscuridad (los Hijos de los Dioses #2)

7. Horizonte

Cuando Sandra se despertó, lo primero que pensó fue que todo había sido una pesadilla. Sentía una cálida presencia a su lado y estaba tumbada en un confortable colchón de plumas, cubierta por una colcha de un material suave y satinado. Pero la desazón se apoderó de ella en cuanto abrió los ojos.

La habitación en la que se encontraba no se parecía a ninguna en la que hubiese dormido anteriormente, y mucho menos a la que compartía con Ray a diario en Madrid. Pensar en su marido le provocó un escalofrío, recordando que él no estaba con ella en aquella ciudad. Por lo tanto, ¿qué o quién estaba tumbado a sus espaldas? Con cuidado, se volvió en esa dirección, pero en cuanto se movió un milímetro una sombra de color negro se agitó y ella retrocedió con un chillido. El pequeño simio chilló a su vez y salió disparado hacia la ventana, donde se parapetó tras el alféizar, observándola con un par de ojos negros, pequeños e insondables. Cuando se recuperó del susto, la chica hizo un gesto brusco en dirección al animal para espantarlo, y el monito soltó un gritito asustado antes de saltar rápidamente hacia el tejado y desaparecer de la vista. Sandra respiró hondo, tratando de recuperar el resuello. Había visto las estatuas que adornaban los edificios y las plazas de Tribec, así como los primates que poblaban los árboles que flanqueaban las avenidas de la ciudad, cuando las habían atravesado la noche anterior, pero lo que no esperaba era tener un mono dentro de su propia habitación.

Cuando consiguió serenarse por fin, volvió a mirar a su alrededor. Al contrario de lo que había pensado, la cama era individual y el colchón se asentaba sobre una estructura de madera clara, barnizada y ricamente tallada. Estaba situada junto a la pared derecha del cuarto, bajo la ventana. Frente a ella, un sobrio armario de haya ocupaba otra esquina, y a su derecha vio un escritorio tallado con una silla frente a él, de asiento y respaldo acolchados en terciopelo, a juego con el mismo y ambos fabricados con la misma madera barnizada que el resto de los muebles.

Lentamente, se destapó y bajó los pies descalzos al suelo. Descubrió entonces que la madera pulida del suelo estaba cubierta por una discreta alfombra de color oscuro de algo que parecía pelo de animal. Sandra reprimió un escalofrío al principio, pero después lo pensó fríamente y decidió que, en el fondo, la peletería nunca le había disgustado. Así pues, caminó despacio hacia el armario y lo abrió. En cuanto vio el contenido, recordó una de sus primeras lecciones en el mundo de la magia, mal que le pesara. Los armarios de aquel universo, a no ser que estuvieran preparados para ello, siempre estaban programados para mostrar ropa de bruja, no terrenal. Si se quería una ropa concreta, había que pensarlo antes de abrir. Pero en aquel caso, reflexionó Sandra, probablemente no tenía más remedio que tragarse su orgullo. Otra vez. Hacía dos años que se había vestido por última vez como una bruja de verdad, cuando abandonó Avalon. Cuando se confirmó que estaba embarazada. Se estremeció sin quererlo al recordar lo que había sucedido aquella vez, y de inmediato pensó en su hija, sintiendo cómo las lágrimas afloraban a sus ojos. Se fiaba sin reservas de los Hijos de Madrid, sabía que serían discretos y que incluso protegerían a Ruth con su vida si fuese necesario, pero aun así... Sacudió la cabeza para ahuyentar aquellos pensamientos y se consoló pensando que aquel viaje solo era temporal mientras se esclarecía todo. Cogió unos shorts y una blusa de manga corta abullonada, un cinturón y unos botines sin excesivo tacón. Antes de cerrar la puerta, no obstante, se quedó un segundo contemplando la ropa. Todo estaba tejido o teñido en diferentes tonos de amarillo, y Sandra rezó porque la ropa no fuese de Andie, ya que al menos tenían dos tallas de diferencia. Pero, para su sorpresa, y aunque debió habérselo imaginado, las prendas le sentaban como un guante y además resaltaban el rubio trigueño de su larga melena, que dejó suelta sobre su espalda. En ese momento se dio cuenta: ¿Y el servicio? ¿Dónde estaba? ¡Alguien como ella no podía vivir sin arreglarse! Para su alivio, en cuanto lo pensó, una puerta se materializó entre el armario y la cama. Sandra soltó una risita: así que aquella casa funcionaba con pensamientos, ¿eh? Sin dejar de sonreír con ironía, se metió en el baño, donde encontró enseguida todo lo que necesitaba para estar presentable, y cuando por fin se dio el visto bueno frente al espejo, se dio la vuelta, salió del baño, cuya luz se apagó al instante, y traspuso el umbral de su habitación.

A pesar de que había subido las escaleras el día anterior y ya había visto el pasillo y el recibidor sobre el que pendía, Sandra no pudo dejar de maravillarse al contemplar las paredes de madera, las tallas que adornaban el techo en algunas zonas y las falsas enredaderas pintadas que adornaban las barandillas. Bajó los escalones despacio, tratando de no hacer ruido, más por costumbre que por otra cosa, ya que intuía que no habría nadie dormido a esa hora tan tardía. En efecto, su teoría se confirmó en cuanto Anya apareció por una puerta lateral y se acercó a ella sonriendo.



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En el texto hay: cuatro elementos, musica, magia

Editado: 24.05.2018

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