El Poder de la Oscuridad (los Hijos de los Dioses #2)

8. Más allá.

 —Vale, ahora coloca la piedra justo ahí.

Sandra obedeció, situando la pequeña ágata tallada justo bajo la yema del dedo estirado de Anya. La bruja mostró una sonrisita satisfecha.

—Muy bien, ¿lista?

Su alumna tragó saliva.

—No estoy segura —confesó en un susurro—. ¿Y si no sale bien?

Anya ladeó la cabeza y sonrió comprensiva.

—Para eso estoy yo aquí —señaló con la barbilla el círculo que habían trazado con arenisca ante ellas, instándola—. Venga.

Pero Sandra aún dudó un segundo. Cuando Anya vio que se mordía el labio, indecisa, buscó su mirada.

—Sandra, ¿qué ocurre?

La otra joven no la miró, sino que se quedó contemplando el diminuto portal con aire ausente.

—¿Y si no puedo soportarlo? —contestó, girándose hacia su maestra con la ansiedad pintada en sus ojos grises—. ¿Y si...?

Pero Anya la hizo callar alzando una mano y tomándola de la barbilla.

—Podrás, porque sabes que es lo mejor para ella y para ti. Necesitas ver a tu hija, saber que está bien, y lo entiendo perfectamente, por eso te he hablado de los portales. Pero no lo hubiera hecho si no estuviese segura de que no puedes afrontarlo.

Sandra la miró un segundo, interiorizando sus palabras. Después, volvió a clavar la vista en el círculo.

—Y ella... ¿me verá? —quiso saber con un nudo en la garganta. Cuando vio que Anya dudaba y tardaba en responder, supo la respuesta de inmediato, por lo que respiró hondo y sacudió la cabeza, obligando a su mente a centrarse—. No, es cierto. Es mejor que no me vea

—Y no solo es eso —apuntó Anya sin severidad—. ¿Qué pasaría si tus padres te vieran aparecer de repente?

Sandra sintió como si un enorme nudo le atenazara el estómago. Ni Ray ni ella se habían atrevido a confesar a sus respectivas familias lo que eran, y tanto Cora como Marco estaban en la misma situación. En las escasas visitas que habían hecho a casa de sus padres tras su reciente mudanza a Madrid, sobre todo para dejar a la niña mientras se iban de gira, habían tenido que camuflar el hecho de que aquella pudiese tener poderes. Aunque, por el momento, los había manifestado a una escala mínima, no podían tener la certeza de que no fueran a más. Además, Sandra estaba segura de que a sus padres no les iba a resultar nada tranquilizador ver cómo el rostro de su hija aparecía de repente enmarcado dentro de un círculo nebuloso en medio del salón.

Así pues, cerró los ojos, se irguió, normalizó su respiración y colocó las manos sobre el círculo con las palmas extendidas. En su mente visualizó una imagen nítida de su hija, cuyo rostro conocía como la palma de su propia mano. Apretó los labios mientras recreaba sus ojos oscuros, su rostro redondo, su naricita chata, su boca pequeña y carnosa, sus diminutas orejas y su melenita rubia y ondulada, tan parecida a la suya. Cuando estuvo segura de tener una visión perfecta de Ruth, pronunció la frase que haría que el portal se abriese:

Seall a mi gràdh áer.

Abrió los ojos enseguida, esperando ver la imagen de su hija al otro lado. Pero no sucedió nada. Decepcionada, sintió cómo los ojos se le llenaban de lágrimas, pero su sentimiento se transformó en sorpresa al comprobar la mirada entre severa y divertida que le dirigía Anya. Sandra arqueó una ceja, interrogante.

—¿Por qué me miras así?

Anya meneó la cabeza sin contestar y dirigió la vista hacia el portal. Sandra vio cómo cerraba los ojos, alzaba las palmas de las manos sobre el círculo, parpadeaba al cabo de un rato y decía la misma frase que ella. Entonces, su maestra se volvió para mirarla justo en el momento en que el círculo de arenisca desaparecía, una serie de ondas surgían desde el mismo hacia el pentáculo que habían situado en el centro, y al cabo de unos segundos, aparecía sobre la hierba una superficie plana como un espejo. Sandra se acercó a mirar, y se quedó boquiabierta.

Al otro lado del portal se veía un salón que conocía, con un sofá blanco y una butaca a juego donde una mujer de cabello oscuro y ojos dulces jugaba con una niña que estaba sentada en su regazo. Sandra hubiese reconocido aquel bebé a distancia y sin dudar un instante, y los ojos se le humedecieron de nuevo al ver a su hija. No obstante, la visión se desvaneció en cuanto se aproximó unos centímetros, y la joven dio un salto hacia atrás, sorprendida. Anya, mientras tanto, no se había movido del sitio. Sandra sintió crecer la desazón en su interior cuando alzó la vista hacia ella.

—¿Qué acaba de suceder? ¿Has sido tú?

Conocía la respuesta de sobra, pero necesitaba oírselo decir a ella. Anya, por otra parte, se encogió de hombros con desgana.

—Sé hacerlo desde que tenía siete años, no supone un reto para mí.

Sandra se sintió confusa de repente.

—Yo he hecho exactamente lo mismo que tú —la rebatió, molesta—, y no ha pasado nada.



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En el texto hay: cuatro elementos, musica, magia

Editado: 24.05.2018

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