El poder del deseo

El poder del deseo

Me desperté hace un rato, molesto, transpirado. Miré a mi derecha y estaba mi esposa roncando despatarrada; a mi izquierda, el reloj despertador de la mesita de luz anunciaba las dos y media de la madrugada.

Me incorporé en la cama y sentí un dolor intenso en toda la espalda. No me intranquilizó porque sabía a qué se debía. Ayer me colocaron la primera dosis de la vacuna anti covid-19 y la enfermera me adelantó que podría tener estos síntomas. De repente un retorcijón de estómago me hizo salir del letargo.

Sigilosamente, casi como un ninja, recorrí los pocos metros que separan mi habitación del baño. No quería que nadie se despertara, ni mi mujer, ni mis hijos.

Me senté en el inodoro y, junto con una inmensa sensación de alivio, me sobrevino una imagen mental del pasado, inesperada, como un relámpago, que me hizo largar una pequeña carcajada.

Necesito ponerlos en contexto para que entiendan este déjà vu.

Resulta que desde hace una semana tenemos organizado un asado con un par de amigos que hace mucho que no veo, sobre todo por las restricciones impuestas por la cuarentena que comenzó el año. El reencuentro es mañana y yo no me lo quiero perder por nada del mundo, entonces no puedo dejar que mi mujer se de cuenta de que estoy afiebrado o descompuesto, porque sin dudas me va a pedir que no vaya, argumentando que voy a volver peor, y va a tener razón.

Esto está pasando hoy, ahora, mientras escribo estas líneas en el teléfono para no olvidarme de ningún detalle. Pero allá por la primavera del año 1998 yo estaba cursando el tercer año de la secundaria en un prestigioso colegio de la ciudad de Rosario, el Superior de Comercio General José de San Martín. Era una institución muy grande, con cuatro divisiones por año. Por mi apellido estaba en Tercero D, pero la chica que me quitaba el sueño en esa época, Victoria, iba a Tercero C.

Esto que les voy a contar pasó un viernes, recuerdo bien el día porque esa noche los chicos de cuarto año iban a celebrar una fiesta para juntar fondos para el viaje de estudios y yo la estaba esperando con ansias... sabía que Vicky también iría con sus compañeras de curso.

Ese día salí apurado como nunca del colegio para mi casa. Como iba a turno tarde y no vivía para nada cerca, tendría unas pocas horas para llegar, bañarme, prepararme y volver al centro para la fiesta.

Yo tenía todo calculado desde el día anterior, hasta me había planchado la camisa a la mañana para ahorrar tiempo al cambiarme, pero ya cuando volvía para mi casa en el colectivo noté que se me estaba complicando el plan. De un momento para otro empecé a tiritar y a sentir un creciente dolor de cabeza.

Me acuerdo que cuando me bajé tenía las manos todas transpiradas y caminé las dos cuadras, desde la parada hasta mi puerta, casi arrastrando los pies. Entré rápido, saludé a mi mamá a la pasada, agarré una toalla y me encerré en el baño al grito de "me voy a bañar, má, que si no, no llego". Ahí estaba a salvo.

Abrí rápido el agua caliente y me metí en la ducha intentando dejar de temblar. En seguida el baño se llenó de vapor y eso fue positivo porque me calentó el cuerpo, pero por otro lado todo ese vaho me empezó a marear. Entonces me senté y abrí un poco el agua fría. Error. El contraste de temperaturas hizo que me agarraran unos retorcijones tan intensos que tuve que salir todo mojado a sentarme en el inodoro. Se ve que en esa salida algo tiré, o el champú o la jabonera, algo que hizo ruido y alertó a mi madre que se acercó hasta la puerta a preguntar:

- ¿Estás bien, Estani?

- Si, si, todo bien, má. – le contesté yo rápidamente para que no sospechara nada.

Y ese es el punto, ese es el preciso momento que se me acaba de venir a la cabeza como un flash. Estoy, otra vez, 25 años después, afiebrado, sentado descompuesto en el inodoro intentando disimular mi malestar ante alguien que está afuera, para poder salir a hacer lo que tengo ganas. Es algo que involuntariamente me causa mucha gracia. No sé bien por qué, como tampoco entiendo bien esa correlación entre mi mamá y mi esposa en ambos episodios.

Lo cierto es que tengo decidido quedarme acá hasta sentirme un poco mejor, luego regresar a la cama (a lo sumo me cambiaré la remera porque está toda transpirada) y hacer como si nada hubiera pasado. Y cuando ella me pregunte como estoy, le voy a contestar: "10 puntos".

Al encuentro de mañana no puedo faltar, como tampoco falté a aquel baile de 1998.

¿Qué pasó esa noche con Victoria? Bueno, eso es una historia larga, así que la dejo para otro día, pero puedo asegurarles una cosa, siempre que me dejé guiar por el deseo, siempre que hice lo que realmente tenía ganas de hacer... nunca, nunca me arrepentí.




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