Clyde caminó asiento por asiento, repartiendo las cartas que mis excompañeros iban solicitando, e indicándoles si se habían pasado de 21 o si deberían dejar de pedir cartas por la suma tan elevada que daban los números que tenían. Yo sostenía un 8 de trébol y un 5 de corazones, que sumaban en total 13 puntos. Pensaba en mis posibles opciones mientras observaba la habitación en la que nos encontrábamos: no se encontraba ninguno de los refinados y presunciosos ornatos que la caracterizaban; ya había estado otras veces en esa misma sala y recordaba haber visto varias pinturas enganchadas a la pared, esculturas de cuarzo y travertino e incluso una estatua de Napoleón Bonaparte de tamaño real; pero nada de eso estaba ahora. Mientras pensaba que tal vez Connor había despejado la habitación para que nos concentráramos en el juego, Clyde llegó a mi campo.
– ¿Va a querer alguna carta? –tenía una voz grave e intimidante, que combinaba con su aspecto físico.
– Sí, por favor. Deme una.
Clyde me pasó un cartón. Era una Q. Con esa carta, la cifra total en mis manos era de 23, lo que significaba que ya me había sobrepasado y quedaba eliminado. Por suerte, ese era sólo un ensayo. Clyde continuó trasladándose por cada campo para que todos tuvieran su turno de tomar cartas, hasta que el naipe llegó de vuelta a la butaca de Connor.
– Muy bien –anunció Connor–. Ahora es mi turno de tomar cartas. Como ven, yo tengo un 6 y un As, así que puedo tomar mi As como 11 puntos o como 1. En este caso, lo tomaré como si fuera 1 –Clyde le pasó una carta, la cual era un 7 de corazones–. Ahora tengo 14 en total, puedo seguir «comiendo» hasta que la suma de mis cartas sea 17 o más –tomó otra, un 5 de diamantes–. Ahora el total de mis cartas es 19, y así termina la partida. Muestren todas sus cartas –colocamos nuestros cartones sobre la mesa, boca arriba–. Aquellos que tienen 19 puntos o menos, que es lo que yo tengo, son los que perderían. Los que tienen 20 o 21 pasarían a la siguiente jornada –todos miramos nuestros naipes; si aquel no hubiera sido un ensayo, sólo 6 hubieran aprobado la ronda–. ¿Les parece si hacemos otra prueba? –todos aprobamos.
Luego de cuatro jugadas de entrenamiento noté que todos habían entendido de qué trataba el Blackjack. Al final de cada prueba más personas fueron logrando pasar, y las ansias de ganar la recompensa comenzaban a ensalzar los ánimos de los presentes. Estábamos ansiosos por iniciar.
– Ahora voy a mostrar el premio de hoy. –los subalternos de Connor cerraron las dos puertas y las ventanas de la habitación. El cuarto quedó iluminado únicamente por los tres bombillos de la lámpara de techo que colgaba sobre el centro de la mesa y cuatro tenues luces led colocadas en cada esquina, lo cual generaba un ambiente enigmático y lúgubre. Un mozo se acercó con un fólder, que había sacado de uno de los cajoncillos de un mueble recostado a la pared, y lo acomodó en la mesa–. Esto que tengo aquí –Connor abrió la carpeta y pasó las hojas que se encontraban en ella– son las acciones, cuentas bancarias y documentos legales de todas mis pertenencias –todos lo escuchábamos atentamente, sin tener idea de lo que estaba a punto de revelarnos–. En esta ocasión, el ganador se quedará con el control absoluto de mi compañía y de todo lo que yo poseo.
De pronto, todo ruido cesó en el ámbito. No se escuchaba ni siquiera el sonido de los grillos afuera, y el silencio reinó completamente en el recinto.
Editado: 31.10.2018