El Poker de la Muerte

Cambio de reglas

 

Clyde continuó pasando de silla en silla, preguntando con frialdad a si queríamos «comer» alguna otra carta. Nadie se atrevió a pedir. Llegó hasta el asiento de Connor, terminando la ronda. Connor se mostró sumamente molesto.

– Así que nadie quiere jugar, ¿eh? –sus facciones se contrajeron, generando en él una expresión colérica. Se levantó de su butaca–. Todos, ¡sus cartas sobre la mesa! –en ese momento, un relámpago resplandeció desde afuera, y por las dos ventanas que adornaban la pared se avizoró un fulgor pasajero. Luego, el estruendo del rayo le añadió más horror al terrorífico aire que ya se respiraba.

Los que sostenían cartones en sus manos los plantaron boca arriba, y Connor reveló los dos suyos, los cuales sumaban 5 puntos. Connor examinó desde su campo las cartas de los demás.

– Jay, tú tienes un As y un 2, así que lo tomaré como un 13. Gary, tú tienes 4 puntos, quedas eliminado –Gary se aterrorizó, sin tener tiempo de reaccionar. Su tórax se desparramó sobre la tabla, luego de un estruendo que sacudió los tabiques, y el mayordomo que le acababa de disparar, tranquilamente limpió la boca del arma con un pañuelo y retrocedió, colocándose de nuevo en la pared, en la misma posición vigilante en la que estaban los otros.

Los gritos no se hicieron esperar. Más de uno de mis amigos se levantó, implorando a Connor que terminara con esa locura. Las pistolas de todos los maestresalas brillaban, reflejando el metal en ellas bajo la luz de las bombillas.

Connor rio. Sus gestos denotaban que disfrutaba vernos sufrir. Creo que para él la tortura psicológica era más gratificante que el hecho de liquidarnos.

– ¡Todos sentados! –ordenó–. ¡Vuelvan a sus asientos! Esto no es un juego de niños. Sólo uno de nosotros va a quedar vivo, ¡y punto! Todo aquel que tenga menos puntos que yo al final del turno quedará eliminado, y creo que ya saben lo que eso significa. Les daré la ventaja de no comer en cada fase final.

– Connor, en realidad no te interesa el juego –concluí–. Lo que quieres es vernos a todos morir.

Connor aplaudió, con sonoras y lentas palmadas que parecieron durar una eternidad.

– Muy bien, Travis. Al fin alguien ha entendido. Verán, después de salir del instituto, tras sufrir todos los abusos por parte de ustedes, no le hallaba ningún sentido a mi vida. Es por eso que todo lo que tengo ahora, todo lo que he logrado hasta el momento, ha sido con el único propósito de realizar esta venganza.

– En realidad –interrumpí–, ninguno de nosotros se quedará con tus pertenencias. Lo único que deseas es ser el chofer de nuestro viaje al infierno.

– Muy inteligente, Travis, pero te equivocas en algo. Sí habrá un ganador, nunca fallo mis promesas, y no necesariamente voy a ser yo. Quien sobreviva al final quedará con el control de todo.

Aquellos que se habían puesto de pie volvieron a afianzarse. Connor ordenó empezar una nueva ronda, y Clyde repartió los dos naipes iniciales. Luego llegó la hora de «comer». Todos fuimos precavidos. Sólo pedíamos una o dos cartas, procurando no sobrepasarnos de la cifra de 21. Los turnos de todos iban transcurriendo, hasta que llegó el séptimo, Owen.

Owen estaba sentado cerca de mí. Sus cartas sumaban 8 puntos. Pidió una más y obtuvo un 4 de trébol. Pidió otra, probablemente intentando obtener un número más alto que Connor, el cual tenía una carta boca abajo y un 9 boca arriba. Owen obtuvo la Reina de diamantes. En seguida, su mirada se llenó de tristeza. Se giró hacia Connor y arrugó su fisonomía; estaba a punto de lagrimear cuando una bala le entró por detrás y se incrustó en su cerebro. Ya sumaban tres los cuerpos sin vida sobre la mesa.

Algunos en vano rogaban a Connor que los perdonara, pero él inclusive parecía disfrutar escuchando cada súplica, la media sonrisa en su rostro lo delataba. Clyde continuó repartiendo los cartones. Collins fue el cuarto en morir.

Al terminar los turnos, Connor ordenó a todos revelar las «manos». Bob y Sharon fueron ejecutados, al desvelarse que la cifra de sus cartas era menor a la de Connor. Los lacayos de Connor retiraron los fiambres sin alma de los ajusticiados, dejando seis campos vacíos. Limpiaron los restos de sangre y dejaron los espacios casi completamente limpios. Yo intenté, sin ser advertido, realizar una llamada con mi celular, pero me fue imposible: la señal en aquellas montañas era nula; tal vez por eso Connor no se había molestado en quitarnos los móviles. Realmente todo lo tenía planeado.

–¿Qué les parece un juego más antes de tomar un descanso? –nadie objetó, ni siquiera respondimos–. Clyde, emprendamos otra ronda.



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En el texto hay: asesinato, poker, muerte

Editado: 31.10.2018

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