El lunes por la mañana, me levanté más temprano de lo usual, con una sensación inusual de anticipación. Me preparé con rapidez, tratando de evitar que mi mente divagara demasiado sobre lo que realmente significaba la llegada de Emily al laboratorio. Era solo un nuevo comienzo, una nueva asistente, me dije a mí mismo. Sin embargo, la verdad era que no había organizado una bienvenida tan elaborada para ningún otro empleado.
Al llegar al laboratorio, la luz del amanecer apenas empezaba a colarse por las ventanas. Encontré a Yuri ya presente, como siempre puntual. Su cabello oscuro estaba recogido en una coleta y sus ojos rojos parecían brillar bajo las luces del pasillo. La saludé brevemente antes de lanzarme a la tarea.
—Yuri, necesito que me ayudes a organizar la sala de conferencias. Quiero preparar algo para el primer día de Emily —dije, sin darme cuenta de lo raro que podía sonar.
Ella se quedó en silencio por un momento, mirándome con una ligera inclinación de cabeza.
—¿Preparar algo? ¿Para su primer día? Eso es... nuevo —respondió con una leve sonrisa, pero su expresión mostraba una curiosidad evidente.
—Es importante que se sienta bienvenida —contesté, más como una justificación para mí mismo que para ella—. Además, quiero motivar a todos. Un pequeño cambio de rutina no hará daño.
Aunque noté su escepticismo, Yuri no dijo más y empezó a ayudarme a mover sillas y mesas, colocando algunas decoraciones sencillas en la sala. La mayoría de los empleados comenzaron a llegar poco después, sorprendidos al vernos en plena preparación. No pasó mucho tiempo hasta que todos se encontraban reunidos en la sala, murmurando entre sí sobre el motivo de la reunión repentina.
Subí al podio y me aclaré la garganta para llamar su atención.
—Buenos días a todos. Hoy es un día especial. Quiero darle la bienvenida a nuestra nueva compañera, Emily, quien estará colaborando con nosotros a partir de ahora —dije, mirando hacia donde estaba ella e indicándole con un gesto que se acercara—. Por favor, Emily, ¿te gustaría presentarte?
La mayoría de los empleados intercambiaron miradas sorprendidas. No era común que organizara algo así, y menos por la llegada de una asistente de laboratorio. Emily se acercó al podio con pasos firmes, su expresión serena e impenetrable.
—Gracias, Dr. Frost —dijo con voz calmada, su tono breve y directo—. Mi nombre es Emily, y espero ser de utilidad en el equipo. Es todo.
Sin más, asintió una vez y regresó a su asiento. El silencio se prolongó un poco más de lo esperado antes de que rompiera la incomodidad con un aplauso corto.
—Bien, ahora, volvamos al trabajo. Gracias por su tiempo —anuncié, mientras los demás se dispersaban. Le hice un gesto a Emily para que se quedara—. Emily, por favor, quédate un momento. Quiero darte un recorrido por las instalaciones.
Empezamos el recorrido por el laboratorio, y a medida que avanzábamos de una sección a otra, traté de sacar conversación.
—¿Qué te parece el ambiente hasta ahora? —pregunté, tratando de sonar despreocupado.
—Es adecuado —respondió ella de forma escueta, sin mucho interés en prolongar la charla.
Le señalé diferentes áreas del laboratorio, explicando la funcionalidad de cada una, pero no conseguí arrancarle más que respuestas cortas. Mi intento de impresionarla claramente no estaba teniendo el efecto que esperaba. Cada comentario que hacía parecía rebotar contra una pared invisible que ella había erigido entre nosotros.
Finalmente, llegamos al lugar donde trabajaría.
—Este será tu espacio. Si necesitas algo, no dudes en pedírmelo —dije, intentando ofrecer algo más de calidez en mis palabras.
—Lo tendré en cuenta —respondió ella con un leve asentimiento.
La observé mientras se instalaba en su lugar. No había conseguido llamar su atención en lo más mínimo, y eso me dejó con una sensación incómoda. Mientras me alejaba, empecé a darle vueltas a posibles maneras de conectar con ella. No solo como parte de mi experimento, sino porque quería entenderla mejor. ¿Pero cómo lo haría sin parecer un completo idiota?
Caminé por los pasillos del laboratorio, intentando aparentar concentración en la supervisión de los demás trabajadores, aunque mi mente seguía volviendo al mismo punto: cómo acercarme a Emily sin parecer un completo idiota. Los comentarios cortantes de ella y su mirada fría me habían dejado en claro que no sería fácil.
Mientras seguía pensando en mis opciones, me topé con Ángel, un viejo amigo de la escuela que trabajaba como encargado de control de calidad.
Ángel era difícil de no notar. Su piel morena resaltaba bajo las luces blancas del laboratorio, y su cabello, que ese mes había decidido teñir de un vibrante rojo castaño, siempre llamaba la atención. Parecía que cambiar de color de cabello se había convertido en su marca personal; recordé que el mes pasado lo llevaba en un tono azul intenso, y antes de eso, en verde. Era una de las pocas personas que podía permitirse esas excentricidades y aun así mantener una apariencia profesional, aunque siempre optaba por ropa casual.
Al verme, levantó una ceja con una sonrisa burlona.
—Liam, ¿qué haces merodeando por aquí? ¿Todo bien? —preguntó con tono casual.
—Bien, solo supervisando. Pero nada fuera de lo común —respondí, intentando sonar despreocupado, aunque sabía que Ángel me conocía demasiado bien como para caer en mi fachada.
—Ya, claro, seguro que no es solo eso —dijo con una sonrisa pícara mientras me hacía señas para que lo siguiera—. Vamos a mi oficina, seguro necesitas un respiro.
Me dejé llevar, sabiendo que una conversación con Ángel, aunque a veces un poco burlona, me haría bien. Nos dirigimos a su oficina, una pequeña pero ordenada habitación al fondo del pasillo. Al cerrar la puerta detrás de nosotros, Ángel se dejó caer en su silla giratoria, cruzando los brazos detrás de la cabeza.
—Así que, ¿qué te pasa? Pareces más distraído que de costumbre. Y no me digas que es solo trabajo.
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Editado: 10.11.2024