El viernes llegó con una extraña mezcla de pesadez y urgencia. Apenas había amanecido cuando crucé las puertas del laboratorio, el frío de la mañana colándose conmigo mientras recorría el pasillo principal. El eco de mis pasos era lo único que rompía el silencio, acompañado por el leve zumbido de las máquinas en reposo. El laboratorio parecía estar congelado en el tiempo a esas horas, como si todo estuviera esperando a que alguien lo despertara. Era una sensación que normalmente encontraba reconfortante, pero no hoy.
Empujé la puerta de mi oficina y encendí las luces, dejando que el resplandor blanco y frío me envolviera. Mi escritorio estaba exactamente como lo había dejado la noche anterior: una pila de informes desorganizados y una taza de café medio vacía que ya no olía a nada. Solté un suspiro mientras dejaba mi portafolio sobre la mesa y me quitaba la bufanda con un movimiento mecánico. No podía permitirme este nivel de desorden, no con lo que estaba en juego.
Mientras me sentaba, mi mente ya estaba repasando la reunión que me esperaba. Los inversionistas no eran del tipo que aceptaran excusas, y sabía que cualquier signo de duda o debilidad podría ser suficiente para hacerlos reconsiderar su apoyo. Había pasado noches enteras preparando los informes, afinando cada palabra y cada cifra, pero aún sentía que algo faltaba. Los retrasos en el experimento eran difíciles de justificar, especialmente cuando el progreso visible era casi inexistente.
—Hoy no puedes permitirte fallar, Liam —murmuré para mí mismo mientras abría uno de los expedientes. Las gráficas me miraban con indiferencia desde la página, una representación fría y matemática de un proceso que, en mi mente, era todo menos simple.
El sonido de pasos ligeros me sacó de mis pensamientos tras un rato. Alcé la vista justo cuando Yuri entraba en la oficina con una carpeta bajo el brazo, su presencia tan puntual y precisa como siempre. Cerró la puerta detrás de ella y caminó hacia mi escritorio con la confianza de alguien que sabía exactamente lo que estaba haciendo.
—Buenos días, Liam —dijo sin preámbulos, colocando la carpeta frente a mí. —Aquí tienes los últimos análisis que me pediste. También añadí una nota sobre las muestras que aún no están completas.
—Gracias, Yuri —respondí, tomando la carpeta y hojeándola rápidamente. Las páginas estaban impecablemente organizadas, con notas claras y concisas que explicaban cada punto. Si algo podía impresionar a los inversionistas, era el nivel de detalle que Yuri siempre aseguraba en su trabajo.
Mientras revisaba los documentos, la escuché moverse por la oficina, ajustando cosas aquí y allá. Era un hábito suyo, como si no pudiera soportar ver algo fuera de lugar. Pero esta vez, su eficiencia no me reconfortaba. Me hacía sentir más consciente de mis propias fallas.
—¿Crees que esto será suficiente para convencerlos? —pregunté finalmente, dejando la carpeta en el escritorio y mirándola directamente.
Yuri detuvo su movimiento por un momento, sus ojos rojos encontrando los míos con una intensidad que siempre parecía más calculada que espontánea.
—No buscan detalles, Liam. Quieren resultados. Les puedes dar toda la información técnica que quieras, pero si no ven algo tangible, no será suficiente.
Su respuesta era directa, como siempre, y no podía culparla por ello. Sabía que tenía razón. Los inversionistas no se interesaban por el proceso; solo les importaba el producto final, el avance que pudieran mostrar a sus socios y clientes. Y yo aún no tenía nada concreto que ofrecerles más que especulaciones y avances pequeños.
Pasamos el siguiente rato revisando los documentos y afinando los últimos detalles, pero mi mente seguía desviándose hacia Emily. Sabía que estaba trabajando en las notas que le pedí revisar, y sentía una creciente necesidad de checar cómo iba, incluso si no sabia si siquiera había llegado ya. Tal vez era una excusa para distraerme de la presión de la reunión, o tal vez solo quería confirmar que, al menos en algún frente, las cosas estaban progresando como esperaba.
Me levanté de la silla con la intención de ir a buscarla, pero Yuri, como si hubiera leído mis pensamientos, se interpuso antes de que pudiera salir de la oficina.
—Déjame hacerlo yo —dijo con firmeza, ajustándose la bata mientras recogía algunos papeles del escritorio—. Necesito asegurarme de que las notas están correctamente organizadas. Además, sería mejor que te concentres en esto. No tienes mucho margen para improvisar hoy, la reunion esta a solo pocas horas de empezar.
Fruncí ligeramente el ceño, sintiendo una punzada de frustración. No era la primera vez que Yuri tomaba decisiones por mí, y aunque solía confiar en su criterio, había algo en su tono que me molestaba. Pero no tenía energía para discutir.
—Bien —respondí finalmente, volviendo a mi silla—. Asegúrate de que todo esté en orden.
Yuri asintió y salió de la oficina, dejándome solo con los documentos y mis pensamientos. Por un momento, me quedé mirando la puerta cerrada, tratando de decidir si su intervención era un acto de eficiencia o una forma de control. Pero dejé pasar el pensamiento. Había cosas más urgentes de las que preocuparme.
Despues de algunos minutos, un golpe suave en la puerta rompió el hilo de mis pensamientos casi de inmediato. Levanté la mirada, esperando ver a Yuri de vuelta, pero en su lugar apareció Ángel, asomando la cabeza con una sonrisa que contrastaba con la tensión que me rodeaba. Su cabello, teñido de un castaño rojizo que ya comenzaba a mostrar las raíces naturales, estaba despeinado, como si hubiera pasado una mano nerviosa por él una y otra vez. Su bata de laboratorio estaba algo arrugada, con el borde de una libreta sobresaliendo descuidadamente de uno de los bolsillos. Sin embargo, como siempre, su actitud parecía desbordar confianza.
—¿Listo para enfrentarte a los tiburones? —preguntó mientras entraba sin esperar invitación, cerrando la puerta tras de sí.
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Editado: 04.12.2024