El Precio De La Perfección

La Reunión

La luz tenue que se filtraba por los cristales del laboratorio me despertó. Me tomó unos segundos darme cuenta de dónde estaba: recostado en mi silla, con la cabeza ladeada hacia un lado y el cuello rígido como una tabla. Parpadeé lentamente, tratando de sacudirme el sueño que se había apoderado de mí. La lámpara del escritorio seguía encendida, y el portafolio, que había cerrado con tanto cuidado antes de recostarme, estaba ahora ligeramente inclinado en el borde de la mesa.

¿Qué hora es? Me enderecé y revisé el reloj en mi muñeca. Las agujas marcaban poco después de las seis de la mañana. Perfecto. Dormí aquí toda la noche.

Dejé escapar un suspiro mientras me frotaba los ojos. No era la primera vez que me pasaba algo así, pero esta vez se sentía diferente. Tal vez era el peso de todo lo que había pasado el día anterior, o quizás simplemente era el cansancio acumulado. Sin embargo, no podía permitirme quedarme mucho tiempo pensando en ello. Había trabajo por hacer.

Me levanté, tomando el portafolio y apagando la lámpara antes de salir de la oficina. El pasillo estaba en completo silencio, con apenas un par de luces encendidas. Sentí un leve escalofrío al cruzarlo, aunque no sabía si era por el frío matutino o la creciente sensación de que el reloj seguía corriendo, implacable.

Cuando llegué a la sala principal del laboratorio, noté movimiento en la estación de Ángel. Para mi sorpresa, él ya estaba ahí antes que la mayoría, pero en lugar de trabajar, estaba encorvado sobre su escritorio, aparentemente revisando algo en su teléfono. ¿Cómo puede tener tanta energía tan temprano?

—¿Dormiste bien, jefe? —preguntó sin apartar la vista de su pantalla, aunque el tono burlón en su voz era evidente.

—Técnicamente, sí —respondí, con una sonrisa seca mientras dejaba el portafolio sobre una mesa cercana. —Aunque preferiría que no hubiera sido en mi oficina.

Ángel levantó la vista, esbozando una sonrisa amplia.

—Bueno, al menos estás listo para lo que viene. Y hablando de eso… —Guardó su teléfono y se puso de pie con un gesto entusiasta. —¿Listo para la reunión de hoy?

Fruncí el ceño, todavía sintiendo el letargo en mi cuerpo.

—¿No era por la noche?

—Sí, pero quiero asegurarme de que no busques excusas para desaparecer antes.

Dejé escapar una pequeña risa. Ángel, siempre tan insistente.

—No voy a desaparecer, tranquilo. Aunque todavía no estoy seguro de que sea la mejor idea.

Él se encogió de hombros.

—Ya lo verás. Te va a sorprender lo que un poco de comida y conversación pueden hacer. Créeme, Liam. Lo necesitas. —Su tono, aunque ligero, tenía un trasfondo serio que no pude ignorar.

Me limité a asentir, porque sabía que discutir con él no serviría de nada. Mientras tanto, mi mente ya estaba saltando entre las cosas que necesitaba hacer antes de la noche. Los experimentos no se detendrían, y si algo salía mal, no podría darme el lujo de ausentarme ni siquiera unas horas.

Apenas me di cuenta del paso del tiempo hasta que noté la luz dorada del atardecer colándose por las ventanas del laboratorio. Me había sumergido por completo en los experimentos, revisando datos y ajustando variables como si con eso pudiera frenar la sensación de urgencia que me acompañaba desde la junta con los inversionistas.

Me detuve un momento, apoyando las manos sobre el borde de la mesa y mirando hacia afuera. Ya es hora. El recuerdo de la insistencia de Ángel regresó a mi mente. Había prometido asistir, aunque no estaba seguro de por qué lo había hecho. Tal vez porque necesitaba un respiro más de lo que estaba dispuesto a admitir.

Cerré mi libreta de notas y me dirigí a mi oficina para cambiarme. No quería llegar a la reunión con el mismo atuendo de siempre; si iba a intentar relajarme, al menos debía parecer que lo estaba intentando. Escogí algo sencillo pero presentable: una camisa sin corbata, unos pantalones oscuros y zapatos limpios. Lo suficientemente casual como para no parecer fuera de lugar, pero también suficientemente formal como para que nadie pensara que me estaba forzando.

Mientras me miraba en el pequeño espejo de la oficina, una parte de mí seguía dudando. ¿Realmente vale la pena? Pero entonces recordé las palabras de Ángel: "Esto te hará bien." Suspiré, cerré la puerta tras de mí y me dirigí hacia la sala de reuniones.

Al entrar al laboratorio, noté que las luces principales estaban más tenues de lo habitual, pero la sala de reuniones brillaba con la calidez de varias lámparas portátiles y decoraciones improvisadas. Desde el pasillo podía escuchar las voces de mis empleados, mezcladas con algunas risas y el leve ruido de platos y vasos chocando. Definitivamente no es el ambiente que esperaba encontrar en el laboratorio.

Al cruzar la puerta, me encontré con una escena que se sentía extrañamente ajena y familiar al mismo tiempo. Las mesas habían sido empujadas hacia las paredes, dejando un espacio amplio en el centro donde las personas charlaban en pequeños grupos. Había comida en un rincón, y Ángel, como no podía ser de otra manera, estaba en el centro de todo, hablando con alguien y gesticulando como si estuviera narrando la aventura de su vida.

—¡Liam! —gritó Ángel al verme entrar, y su voz resonó por encima del bullicio general. Varias cabezas se giraron hacia mí por un momento, pero la mayoría regresó rápidamente a sus conversaciones. Ángel caminó hacia mí con una sonrisa amplia, sosteniendo un vaso de lo que claramente era café.

—Pensé que no ibas a venir —dijo, extendiendo la mano para darme un apretón firme.

—Por poco no lo hago —respondí, devolviéndole el gesto con una ligera sonrisa. Mi mirada vagó por la sala, analizando la escena. —Esto está… bastante organizado. Más de lo que esperaba, para ser honesto.




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