El silencio se extendió entre nosotros como una capa de aire denso, cargado de palabras no dichas. Yuri no parecía tener prisa por romperlo, pero tampoco desviaba su mirada, como si disfrutara del leve desconcierto que me había causado.
Finalmente, decidí hablar, intentando recuperar algo de control sobre la conversación.
—Siempre existe un margen de riesgo en cualquier proyecto. Eso es algo que aprendemos a manejar, ¿no?
Yuri ladeó la cabeza ligeramente, como si considerara mis palabras con más profundidad de la necesaria. Sus dedos tamborileaban suavemente sobre la mesa, un movimiento que parecía casi calculado.
—Por supuesto —respondió con suavidad, aunque su tono estaba lejos de ser tranquilizador. —Pero el riesgo no siempre es tan fácil de predecir, ¿verdad? Algunas veces viene de lugares que nunca anticipaste.
—¿A qué te refieres?
Ella dejó de tamborilear los dedos y se inclinó hacia atrás, cruzando los brazos sobre el pecho. Su expresión era ahora más neutral, casi casual, pero sus ojos seguían fijos en mí.
—Oh, nada en particular. Solo que en un equipo como este, lleno de mentes brillantes, es fácil subestimar el impacto que una sola decisión puede tener.
Sus palabras eran lo suficientemente ambiguas como para dejarme incómodo, pero decidí no dejar que se notara.
—Eso es parte de ser líder. Asegurarse de que cada decisión esté bien fundamentada y de que el equipo esté alineado.
—Y tú eres un buen líder, Liam —dijo con una sonrisa que no alcanzó sus ojos. —Eso es evidente. Solo espero que no te olvides de que a veces las personas más talentosas también pueden ser las más impredecibles.
El comentario me dejó pensando, pero antes de que pudiera formular una respuesta, Yuri cambió de tema con una fluidez desconcertante.
—Por cierto, parece que Ángel está disfrutando mucho de esta reunión. —Su mirada se desvió hacia el centro de la sala, donde Ángel seguía siendo el alma de la fiesta, rodeado de risas y charlas animadas. —Debe ser bueno tener a alguien como él en el equipo. Alguien que pueda aligerar la carga cuando todo se pone demasiado… intenso.
Su tono era más ligero ahora, casi despreocupado, pero sentí que seguía midiendo cada palabra. Decidí seguirle la corriente, al menos por el momento.
—Ángel tiene su forma de mantener al equipo unido. Es algo que siempre he valorado de él.
Yuri asintió lentamente, como si estuviera evaluando mi respuesta.
—Es curioso. Él sabe exactamente qué botones presionar para hacer que las cosas funcionen. Al igual que tú.
Yuri se inclinó hacia atrás con una expresión neutral, pero sus palabras seguían flotando en el aire como un eco que no se disipaba. Antes de que pudiera responder algo que cerrara la conversación, la voz de Ángel resonó por toda la sala, rompiendo la tensión.
—¡Muy bien, equipo! Es hora de subirle un poco al ambiente. —Ángel se encontraba en el centro del salón, sosteniendo una caja pequeña en una mano y un fajo de papeles en la otra.
Yuri se levantó con una calma impecable, alisando ligeramente su blusa antes de lanzarme una última mirada.
—Parece que el espectáculo ha comenzado. Vamos, Liam.
La observé alejarse hacia el grupo, preguntándome si el peso de sus palabras era real o si mi mente lo estaba amplificando. Sacudí ligeramente la cabeza, intentando enfocarme en el presente mientras me levantaba de la silla.
Ángel agitó los papeles en alto, con su característico entusiasmo.
—¡Vengan todos, vengan! Tengo algo divertido preparado para nosotros. No se preocupen, no es física cuántica, aunque a algunos de ustedes probablemente les gustaría eso.
Las risas de algunos miembros del equipo llenaron la sala mientras formaban un círculo improvisado alrededor de Ángel. Yo me quedé ligeramente al margen, cruzándome de brazos mientras evaluaba lo que se traía entre manos. Emily estaba al otro lado, cerca de la mesa de bebidas, observando a Ángel con una leve curiosidad.
—¿De qué se trata esta vez? —preguntó uno de los técnicos, levantando una ceja.
—¡Confesiones anónimas! —exclamó Ángel, como si acabara de anunciar el descubrimiento del siglo. —Cada uno de ustedes recibirá un pedazo de papel. —Hizo una pausa para repartir las hojas, asegurándose de que todos tuvieran una. —Escriban tantas confesiones como les quepan en la hoja. Pueden ser cosas serias, graciosas, triviales… lo que sea.
Ángel hizo una pausa dramática, mirando al grupo como si estuviera a punto de decir algo trascendental.
—Una vez que las tengan, las doblan y las meten en esta caja. Luego, mezclamos todo y sacamos las confesiones al azar. Cada persona leerá en voz alta el papel que le toque.
Una risa escapó de alguien del grupo, pero también hubo murmullos de duda.
—¿Y si la confesión es muy personal? —preguntó una voz desde el fondo.
Ángel alzó una mano para calmar las preocupaciones. —No se preocupen, nadie sabrá de quién es cada confesión. Ese es el punto. Es anónimo.
Emily levantó ligeramente la mano, hablando por primera vez desde el otro lado del círculo.
—¿Y qué pasa si alguien escribe algo… inapropiado?
—Emily, ¿de verdad crees que trabajas con un grupo de degenerados?
Eso arrancó más risas del grupo, incluida una pequeña sonrisa de Emily, que bajó la mano y negó con la cabeza.
—Muy bien, manos a la obra. —Ángel comenzó a repartir los papeles y bolígrafos a quienes aún no tenían, asegurándose de mantener su entusiasmo. —Tienen cinco minutos para escribir. Sean creativos. Y recuerden, todo se queda en este salón. Nada de llevar rumores al laboratorio mañana.
Mientras todos comenzaban a escribir, sentí una mezcla de curiosidad e incomodidad. Este tipo de actividades no era precisamente mi área de confort, pero tampoco podía darme el lujo de parecer el aguafiestas del grupo.
Tomé la hoja de papel que Ángel me ofreció y me dirigí a una mesa cercana. Mientras giraba el bolígrafo en mi mano, traté de pensar en algo que escribir. No quería escribir nada demasiado personal, algo que pudiera delatarme. El propósito del juego era mantenerse anónimo, después de todo.
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Editado: 04.01.2025