El sonido del seguro de la puerta al destrabarse resonó en el silencio de mi departamento. Empujé la puerta con el hombro y entré, dejando caer las llaves sobre la mesa más cercana sin siquiera mirar. Me recargue contra la pared y me frote la frente, tratando de aliviar la tensión acumulada durante el trayecto de regreso.
No había esperado que el tráfico estuviera tan pesado. Había salido del café sintiéndome extrañamente agotado, como si la conversación con Emily me hubiera drenado más energía de la que anticipé. Pero la procesión lenta de luces rojas y frenazos solo había exacerbado esa sensación de vacío. Golpeaba el volante con el dorso de la mano, un gesto silencioso de frustración. Demasiado tiempo muerto. Demasiado asfalto para que mi mente, tal cual disco rayado, repitiera una y otra vez las palabras de Emily. Cada frase, cada expresión, cada silencio... Volvían a mí con una nitidez exasperante.
Mientras caminaba hacia mi habitación, me deshice de la chaqueta y la lancé sobre una silla, sin preocuparme demasiado por dónde caía. Abrí un cajón y saqué una camiseta simple y un pantalón de tela ligera, cambiándome con movimientos mecánicos. Aún podía recordar con claridad cada palabra que Emily había dicho, cada pausa, cada pequeña inflexión en su tono de voz. Pero por más que intentara analizarla, siempre llegaba a la misma conclusión: no había nada fuera de lugar. Emily había respondido con la misma precisión y lógica que demostraba en el laboratorio, sin dejar mucho espacio para interpretaciones.
Y, sin embargo, había algo en esa conversación que seguía persiguiéndome.
Sabía qué era. No era la entrevista en sí. No era la forma en que Emily había manejado las preguntas.
Era el mensaje de Ángel.
Hasta ahora, no lo había respondido. Saqué el teléfono del bolsillo y desbloqueé la pantalla, observando la notificación que aún seguía allí.
"¿Cómo va la reunión, jefe?"
Mi pulgar se movió por la pantalla, pero no escribí nada.
No le había contado a nadie sobre la reunión con Emily. No lo mencioné en el laboratorio, no le di pistas a nadie. Yuri era la única que sabía que la llamé a mi oficina el viernes, pero ni ella sabia que habíamos acordado una reunión.
Así que, ¿cómo demonios lo sabía Ángel?
Pasé un dedo por la pantalla del teléfono, finalmente decidiendo que lo mejor era responder a Ángel de una vez por todas. Si quería entender cómo había sabido de la reunión con Emily, lo más directo era preguntárselo.
Deslicé el teclado en pantalla y comencé a escribir un simple "¿Cómo supiste?", pero antes de que pudiera presionar enviar, la pantalla cambió de repente, mostrando una notificación de videollamada entrante.
Fruncí el ceño.
—¿En serio? —murmuré para mí mismo.
No era raro que Ángel me llamara de manera repentina, pero una videollamada a estas horas y justo después de su mensaje era… inesperado. Dudé por un momento, pero finalmente deslicé el dedo para contestar.
En cuanto la imagen se cargó, me encontré con la cara de Ángel en la pantalla, su cabello más desordenado de lo usual y una camiseta gris algo arrugada y manchada con lo que parecía salsa. Estaba sentado en su sillón con una expresión despreocupada, mientras de fondo se escuchaban voces y el sonido de risas provenientes de la televisión, la cual iluminaba el cuarto oscuro.
—¿Videollamada? —pregunté, alzando una ceja mientras el resplandor azulado de la pantalla me hacía entrecerrar los ojos—. No sabía que ahora hacíamos eso.
Ángel se acomodó en el sillón, haciendo crujir el cuero gastado. Un destello de luz del televisor iluminó su cara con tonos cambiantes: azul, verde, rojo.
—Ay, jefe, no me digas que te da pena que te vean —dijo, exagerando un suspiro dramático—. Aunque, bueno, con esa cara que traes ya no me dan ganas de verte.
—Gracias por el cumplido —respondí con sarcasmo—. Pero no me cambies el tema ¿Para qué llamaste?
—Ah, sí. No tenía ganas de escribir —respondió con un tono despreocupado. —Estoy viendo mi programa favorito, y escribir mensajes es un esfuerzo innecesario.
Lo miré en silencio por un segundo, intentando procesar su lógica.
—Podrías haber esperado a que terminara tu programa antes de preguntar lo que sea que querías saber.
Ángel recostó la cabeza en el sillón de cuero agrietado. En la estantería descentrada a su espalda, un cactus se inclinaba hacia la ventana como un prisionero pidiendo clemencia.
—¿Y perder la oportunidad de interrumpir tu momento de reflexión dramática? Ni loco.
Sacudí la cabeza y me acomodé mejor en la cama, preparándome mentalmente para la conversación que estaba por venir.
—¿Cómo supiste de la reunión con Emily?
Ángel chasqueó la lengua contra el paladar, un sonido húmedo que se coló por los altavoces.
—Ah, ah, jefecito... —hizo un gesto teatral con la mano llena de palomitas—. Primero la comida, luego el postre. Dime cómo te fue. Luego hablamos de lo mío.
Aprete los labios. Por supuesto que no iba a soltar la información tan fácil. Sabía que, si insistía, solo haría que se divirtiera más a mi costa, así que decidí jugar bajo sus reglas.
—No fue nada fuera de lo común —respondí, midiendo mis palabras—. Hablamos sobre el experimento y su posible participación. Le hice algunas preguntas para evaluar si encajaba en el perfil y me respondió sin problemas.
—¿Eso es todo?
—Sí —dije sin darle más vueltas—. Fue bastante neutral. No mostró demasiadas dudas ni entusiasmo, pero tampoco parecía incómoda.
Ángel asintió lentamente, su mirada aún fija en la pantalla del televisor. Durante unos segundos, no dijo nada. El único sonido que escuchaba era el murmullo del programa que estaba viendo y el ocasional crujido de las palomitas en su boca.
—Okey, ajá… —murmuró sin despegar los ojos del televisor.
Entrecerré los ojos.
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Editado: 10.06.2025