Me dejé caer en la silla frente a mi escritorio, sin apartar la vista de Yuri ni un solo segundo. Su postura estudiadamente relajada era una burla silenciosa a la inquietud que me atenazaba por dentro. En mi silla, hojeaba mi informe, con una pierna elegantemente cruzada y los dedos jugando displicentemente con mi pluma negra, sustraída de su lugar junto a mis notas. Un pequeño reinado en mi propio territorio, una provocación sutil, calculada.
—Vamos al grano —dije, la voz más tensa de lo que pretendía. Crucé los brazos sobre el pecho, una barrera inútil contra su calma—. ¿Cómo sabías de mi reunión con Emily?
Ella ni siquiera se molestó en fingir sorpresa. Al contrario, una sombra de anticipación iluminó sus ojos rojos, y su sonrisa se ensanchó apenas perceptiblemente, como si saboreara el momento. Dejó caer mi pluma sobre el informe con un leve clic y apoyó ambos codos sobre el escritorio, inclinándose ligeramente hacia adelante. Entrelazó las manos bajo la barbilla, la pose estudiadamente inocente, casi infantil, en flagrante contraste con la agudeza depredadora de su mirada.
—Oh, ¿eso? —su tono era ligero, aireado, como discutiendo el clima—. Pensé que ya era el pan de cada día del laboratorio. Ya sabes cómo son las cosas aquí… Dos personas se abrazan y ya se empieza a hablar de bodas.
—No me vengas con rumores, Yuri. Ángel fue específico; mencionó el lugar, mencionó la hora —me incliné hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas y acortando la distancia física entre nosotros en un intento de romper su barrera invisible—. Fuiste tú quien se lo dijo... La pregunta es cómo lo supiste, y por qué.
Fue entonces cuando lo vi. Un cambio casi imperceptible, una microexpresión que alteró la máscara por una fracción de segundo. La sonrisa se congeló, la mandíbula se marcó bajo la piel pálida, y sus ojos rojos, por un instante, perdieron esa chispa divertida para mostrar algo más duro, más afilado. Un destello de pura irritación. Tan rápido que, si hubiera pestañeado, me lo habría perdido. Pero no lo hice.
—¿Y realmente tiene tanta importancia cómo se enteró, Liam? —su voz volvió a ser suave, pero llevaba un filo distinto, una nota de desafío bajo la superficie—. Era una simple evaluación profesional, ¿o me equivoco? A menos... —ladeó la cabeza, su mirada ahora penetrante— ...que hubiera algo en esa reunión que no debiera saberse.
El golpe fue directo. Me obligó a tragar saliva, a sentir cómo la frustración se apretaba en mi garganta. Apreté la mandíbula, consciente de que cualquier respuesta defensiva solo le daría la razón, solo alimentaría cualquier sospecha que ella quisiera cultivar.
Ella debió notar mi silencio, mi rigidez. Porque su actitud cambió de nuevo, como un interruptor accionado con precisión experta. Su expresión se suavizó, adoptando un aire de preocupación que, extrañamente, parecía más genuino esta vez. Tal vez lo era. Tal vez solo estaba proyectando mis propias sospechas en ella.
Oye… —murmuró, su voz bajando a un tono más suave, casi cómplice—. Solo fue un comentario tonto, sin importancia. —Se inclinó un poco sobre el escritorio, reduciendo la distancia—. ¿Estás bien? Últimamente pareces… cargado. Mucho estrés, ¿quizás? Con la presión de los inversionistas y todo... es normal sentirse así.
Su mirada era directa, y la preocupación en sus ojos parecía real. Exhalé lentamente, sintiendo cómo parte de la tensión abandonaba mis hombros. Quizás estaba exagerando. Ángel siempre malinterpretaba las cosas, y Yuri, a pesar de todo, siempre había estado ahí. Era mi aliada más antigua en este caos.
—Estoy bien —respondí, mi voz un poco más baja de lo habitual—. Solo ha sido... mucho últimamente. Tienes razón.
Suavizó visiblemente su postura en mi silla, inclinándose ligeramente hacia adelante, como si quisiera cerrar la distancia física que la tensión había creado entre nosotros. Su voz bajó un poco más, adquiriendo una confidencialidad inesperada.
—De verdad, Liam. No tienes que cargar con todo tú solo. —Por primera vez desde que había entrado, su tono parecía desprovisto de ironía. Casi… genuino. La sonrisa persistente se atenuó, volviéndose algo más parecido a la comprensión—. Si necesitas algo, lo que sea, sabes que puedes contar conmigo. Siempre ha sido así.
Me quedé en silencio un instante, sopesando sus palabras. La oferta, tan directa después de tanta evasión, me descolocó. Había una calidez inusual en su mirada, una que casi lograba perforar la coraza de sospecha que había levantado. Estaba a punto de formular una respuesta, quizás una aceptación cautelosa, cuando—
¡BUM!
Un impacto sordo y pesado golpeó la estructura misma del edificio, una vibración profunda que subió desde el suelo y retumbó brevemente contra la pared a mi izquierda. No fue un ruido externo, no venía del pasillo. Era interno, contenido, pero innegablemente potente. Los pocos objetos sueltos sobre mi escritorio vibraron con el eco.
Ambos giramos la cabeza en la misma dirección, al unísono. La suavidad en el rostro de Yuri se evaporó instantáneamente, reemplazada por seriedad. Sus ojos rojos se clavaron en la dirección del sonido, alerta.
No había duda... Solo podía venir de un lugar.
Las celdas de contención.
¿Cuándo había sido la última vez...? Los registros estaban al día, teóricamente. Las revisiones automáticas funcionaban. Pero la supervisión personal... Mi mente retrocedió bruscamente. No había bajado a esa sección desde antes de la entrevista de Emily. Casi un mes. Un mes entero confiando en los sistemas, ignorado el recordatorio físico de mis fracasos.
Mis ojos buscaron los suyos. Ella ya se había levantado de mi silla y estaba a medio camino de la puerta principal de la oficina, su postura tensa, lista para actuar. Se detuvo al verme inmóvil.
—¿Vamos? —preguntó, ya levantándose. No había rastro de la suavidad de hacía unos segundos. Era una orden disfrazada de pregunta.
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Editado: 10.06.2025