CONFLICTO
Fernando
No entendía por qué estaba ella ahí, creo que no se dio cuenta de lo cerca que estuvo de morir, si no la hubiera encontrado Manolete, seguramente habría muerto, como las demás. Estaba asustada y el hecho de que intentara cubrir su cuerpo por todos los medios, me decía que ella no era una prostituta, ni pensaba serlo en un futuro, entonces, ¿qué demonios hacía ahí?, había estado deseando verla pero no pensé que la vida fuera a ponerla delante de mí de esa manera, pero por algún motivo, me sentía tranquilo de tenerla entre mis brazos, podía decir que incluso me sentía feliz, no me importaba nada, excepto que ella, Elena, estaba en mis brazos, debía sentirme orgulloso de que el atentado hubiera salido bien y de que el Charro estuviera muerto pero eso pasaba a segundo plano mientras contemplaba el rostro de esa niña.
Nos subimos a las camionetas, yo la llevaba acunada en mis brazos como si fuera el más frágil de los seres del mundo, esperando a que despertara, pero probablemente ahora necesitaba desconectar su mente y respirar un poco, ya tendría tiempo de hablar. Su respiración era extrañamente tranquila y suave, rítmica y poco a poco mi respiración se acompasó a la suya. Las lágrimas habían dejado un surco en sus mejillas donde había estado el maquillaje y se le había corrido el maquillaje de las pestañas, sin embargo, seguía siendo una mujer hermosa, sus labios estaban entre abiertos y por un momento pasó por mi mente la locura de robarle un beso, pero no lo hice, no era correcto, ella estaba inconsciente y yo quería que la primera vez que ella y yo nos besáramos, estuviera perfectamente consciente, que yo pudiera ver la luz iluminar sus hermosos ojos cafés.
Al llegar a casa, la llevé directamente a mi habitación, sin pensarlo, necesitaba darle un baño, cambiarla de ropa y llamar a un médico, necesitaba saber que estaba bien, que se sintiera mejor para que me dijera, por qué estaba ahí, pero, sobre todo, necesitaba saber quién era responsable de que hubiera aparecido en un lugar que no era apropiado para ella, verla ahí había sido como ver a un ángel en medio de un pantano y quien fuera responsable de eso, lo iba a pagar muy caro, si algo le hubiera pasado…la simple idea de aquello, me hizo estremecer hasta los huesos, pero de momento tenía que ocuparme de que se pusiera bien.
Entramos en la casa y de inmediato mandé al Perro a buscar ayuda.
-Perro, ve a buscar a Hilda y a su hija, que la desvistan y la bañen, mientras dile a Lupe que le preparen algo de comer, un caldo o algo para que recupere la fuerza.
Él me miró como si no entendiera lo que le estaba pidiendo y lo único que consiguió con eso fue hacerme enojar.
- ¿Qué esperas pendejo?, ¿hablo en chino?, ¡órale, como vas!
-Sí jefe, ya está.
Se fue aún con la confusión en su rostro, pero no era idiota, sabía que, si seguía preguntando cosas en vez de ir a hacer lo que se le ordenó, le podía ir mal a pesar de ser mi amigo. Sujeté sus manos entre las mías mientras esperaba que llegaran Hilda y Laura para ocuparse de ella, se sentían frías, pero no demasiado y el continuo subir y bajar de su pecho me indicaba que seguía viva, aunque tal vez tuviera fiebre; llené de besos sus manos mientras las frotaba esperando proporcionarle un poco de calor y cuando por fin aparecieron mis empleadas en la puerta, la solté a regañadientes.
-Creo que tiene fiebre. – le dije a Hilda en cuanto entró.
-No se preocupe patrón, ahorita vemos. De todos modos, llame a un doctor porque las heridas de las rodillas se ven feas.
-Sí, claro. Cualquier cosa, griten y el Bebote vendrá.
Salí de la habitación con el corazón en un puño, al menos entre Hilda y Laura la iban a cuidar mientras tanto, yo fui a mi oficina a llamar al doctor Castrejón para que viniera a verla y me asegurara que estaba bien y revisara sus heridas, pero había otra cosa que también me urgía y era saber quién había sido el mal nacido que la llevó al hotel y por quien casi la pierdo.
-Doctor Castrejón, habla Fernando, necesito que se venga de bolada aquí a la casa de la playa, por favor, es importante. No, no me importa, si quiere le regalo una puta casa, pero venga ya. Aquí lo espero, asegúrese de que nadie lo siga, no quiero matar a nadie hoy.
Colgué el teléfono y salí a buscar al Perro.
- ¡Perro, Perro!, ¡ven acá!
Perro llegó corriendo, pero al entrar al despacho, lo hizo con cautela, como si yo fuera un animal peligroso e inestable que en cualquier momento podría atacarlo.
-Necesito que me traigas a la Rosalía, pero era para ayer, quiero saber qué hacía esa niña en ese lugar y la única que me puede explicar eso es ella, si no quiere venir, tráela, aunque sea de los pelos.
- ¿Conoces a la morrita que está en tu recámara?
-Sí, y tú también, ¿no la recuerdas?, es la mesera del restaurante al que llevamos al Charro cuando me vendió su ruta hace unos meses. Elena, la chica de la que te hablé en la semana.
-Yo no creo que haga falta traer a Rosalía, yo mismo te puedo explicar por qué estaba ella ahí y tú deberías saberlo jefe, ¿qué clase de chicas estaban ahí?, puras putillas, entonces, si ella estaba con esas viejas, es porque es una de ellas.
Sus palabras me hicieron enfurecer, Elena no era ninguna puta, ella era una niña buena, pero más que eso, era una niña, no tendría más de dieciséis o diecisiete años, ella no era la clase de mujer que Perro creía, se veía en sus ojos, en su piel, en su voz, había inocencia en ella, algo que en las mujeres que solía frecuentar, ya no existía. Decidí darle rienda suelta a mi enojo y le asesté un puñetazo en la cara con toda la fuerza que el enojo me otorgó, no me sentí satisfecho así que le di otro y otro y uno más hasta que me dolieron los nudillos y él estaba en el suelo mirándome más que dolido o enojado por los golpes, me miraba confundido.