El Precio del Amor

Capítulo 2

Las piezas en el tablero

La mañana siguiente a la gala amaneció con un cielo gris, como si el clima reflejara el ambiente cargado que se respiraba en la mansión Bradford. El gran comedor, con sus paredes revestidas en madera oscura y un candelabro imponente que colgaba sobre la mesa, estaba más silencioso de lo habitual. Charlotte se encontraba sentada al final de la mesa, sosteniendo una taza de té con ambas manos. Frente a ella, Alexander revisaba documentos con el ceño fruncido.

Victoria entró en la habitación con paso decidido, su vestido de seda color crema moviéndose con gracia mientras sus tacones resonaban en el suelo de mármol. Aunque intentaba mantener una expresión neutral, su mirada delataba la inquietud que sentía desde la noche anterior.

—Buenos días —dijo, tomando asiento cerca de su madre.

Charlotte levantó la vista y le dedicó una sonrisa contenida.

—Buenos días, querida. Espero que hayas descansado bien después de anoche.

Victoria asintió, aunque la verdad era que apenas había pegado ojo. Los eventos de la gala seguían rondando su mente, especialmente la conversación con Leandro Montenegro. Había algo en él que no lograba descifrar, una mezcla de honestidad y misterio que la desconcertaba.

—La gala fue un éxito, ¿verdad? —preguntó, dirigiendo la mirada a su padre.

Alexander apartó los ojos de los documentos y dejó escapar un suspiro, como si sus pensamientos estuvieran muy lejos de la conversación.

—Un éxito, sí... pero queda mucho por hacer.

Victoria arqueó una ceja, notando la vaguedad en su respuesta.

—¿Mucho por hacer? ¿A qué te refieres?

Charlotte intervino antes de que Alexander pudiera responder, adoptando un tono más ligero.

—Ya sabes cómo es tu padre, siempre pensando en el próximo paso. Tenemos proyectos que consolidar, donaciones que asegurar... cosas normales para una familia como la nuestra.

Victoria no estaba convencida, pero decidió no insistir. Cambió de tema, fingiendo indiferencia.

—Conocí a Leandro Montenegro. Parece... interesante.

Charlotte y Alexander intercambiaron una rápida mirada, lo suficientemente breve como para que pasara desapercibida, pero Victoria estaba atenta y lo notó.

—Es un joven prometedor —comentó Alexander, adoptando un tono casual—. Su familia ha sabido manejar sus negocios con gran inteligencia. Podrías aprender mucho de él.

Victoria sonrió con ironía.

—¿Aprender? ¿O colaborar con él?

Charlotte se tensó ligeramente, pero Alexander se inclinó hacia adelante, apoyando los codos sobre la mesa.

—Victoria, hay veces en las que las decisiones individuales deben ceder ante las necesidades colectivas.

La joven sostuvo la mirada de su padre, sintiendo cómo la incomodidad crecía en su interior.

—Y supongo que tú y mamá ya han decidido cuáles son esas "necesidades".

Antes de que Alexander pudiera responder, Helena apareció en la entrada, interrumpiendo la conversación.

—Disculpen, señorita Victoria. Han llegado unas flores para usted.

Victoria frunció el ceño, sorprendida.

—¿Flores? ¿De quién?

Helena le entregó un sobre junto con un ramo de peonías blancas, perfectamente arreglado en un jarrón de cristal. La joven tomó la nota y la leyó en silencio, mientras el comedor quedaba en suspenso.

"Un placer conocerte anoche. Espero que podamos continuar nuestra conversación pronto. Leandro Montenegro."

El mensaje era breve, pero suficiente para despertar un torrente de emociones en Victoria. Lo primero que sintió fue una mezcla de curiosidad y recelo. No estaba acostumbrada a recibir atenciones tan directas, y menos de alguien como Leandro.

—Qué detalle tan encantador —comentó Charlotte con una sonrisa que intentaba parecer despreocupada, pero que traicionaba cierta satisfacción.

Victoria dejó la nota sobre la mesa y se levantó, dirigiéndose hacia la ventana.

—Supongo que Leandro es más tradicional de lo que parece.

Alexander, por primera vez en toda la mañana, pareció relajarse.

—Es un hombre que sabe lo que quiere y cómo conseguirlo.

Victoria no respondió, pero sus pensamientos estaban lejos de lo que su padre imaginaba. A pesar del aparente interés de Leandro, no podía evitar sentir que había algo calculado en todo aquello, como si estuviera siguiendo un guion que otros habían escrito para él.

Del otro lado del tablero

En la residencia Montenegro, Leandro estaba sentado en su oficina, una habitación amplia con estanterías llenas de libros y un gran ventanal que ofrecía una vista panorámica del jardín. A diferencia de la mansión Bradford, la casa de los Montenegro tenía un aire más moderno, con líneas limpias y decoración minimalista.

—¿Crees que fue suficiente? —preguntó su madre, sentándose frente a él con una copa de vino en la mano.

Leandro la miró con una mezcla de exasperación y resignación.

—Fue un ramo de flores, mamá. No estoy proponiéndole matrimonio.

Andrea Montenegro arqueó una ceja, dejando la copa sobre la mesa.

—Sabes perfectamente que esto no se trata solo de flores, Leandro. Los Bradford necesitan nuestra ayuda, y nosotros... bueno, no estaría mal tener una alianza con ellos.

Leandro se levantó, caminando hacia el ventanal con las manos en los bolsillos.

—¿Y qué hay de lo que yo quiero?

Andrea suspiró.

—Tienes que pensar en el futuro. En el futuro de nuestra familia. Sé que no es lo ideal, pero a veces...

—A veces hay que sacrificar lo que uno quiere por el bien mayor —interrumpió Leandro, girándose para mirarla—. Sí, ya me sé el discurso.

Andrea lo estudió en silencio, notando el cansancio en sus ojos.

—No estoy diciendo que te cases con Victoria mañana mismo. Solo conócela. Dale una oportunidad.

Leandro volvió su mirada hacia el jardín. Recordó el breve encuentro con Victoria en el balcón, la forma en que sus palabras habían resonado en él. Había algo en ella que lo había desconcertado, una franqueza que no esperaba encontrar en alguien de su posición.




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