El reino de Elion vivía envuelto en una calma suave, como si el tiempo mismo se hubiese detenido bajo la influencia de la luna azul. Cada noche, sin falta, ese resplandor azulado teñía los tejados, los lagos y los campos de flores nocturnas que solo se abrían bajo su luz. Era un reino sin guerras, sin prisas, donde la belleza se hallaba en lo sencillo: en el canto de los pájaros del crepúsculo, en el susurro del viento, en la calidez del silencio.
El príncipe Aelar, heredero del trono, caminaba descalzo por los jardines del palacio. Sus pasos no hacían ruido sobre la hierba fresca. Era alto y de porte elegante, con cabellos oscuros como la noche antes de la luna, y ojos claros que parecían haber robado el mismo brillo del cielo.
Esa noche, como cada noche, se detuvo frente al estanque de cristal que reflejaba la luna azul.
—Es hermosa, ¿verdad? —preguntó una voz suave a su lado.
Era Lira, la consejera real y amiga de la infancia del príncipe. Siempre aparecía como si leyera sus pensamientos.
—Más que hermosa —respondió Aelar sin apartar la vista del agua—. Es… distinta. Como si ocultara algo.
Lira lo observó con ternura.
—Tú también eres distinto cuando ella aparece —dijo en voz baja—. Más callado. Más pensativo.
Aelar sonrió de lado.
—¿Crees en los cuentos, Lira?
—Algunos —respondió ella, encogiéndose de hombros—. Depende de quién los cuente.
—Mi madre decía que la luna azul aparece solo en los reinos en los que el amor verdadero aún es posible. Que hay algo en ella que une almas, incluso si no se conocen todavía.
Lira rió con dulzura.
—Eso sí que es un buen cuento.
—Tal vez lo sea. Pero cuando la miro… siento que algo está por comenzar. Algo que no entiendo.
El príncipe se quedó en silencio por un momento, escuchando el canto de las aves nocturnas. Luego, se volvió hacia su amiga.
—Esta noche quiero caminar fuera del palacio. Sentir la tierra, el bosque, el aire sin muros. ¿Vendrías conmigo?
Lira dudó un momento, pero asintió.
—Por supuesto. Pero solo si prometes no perderte como la última vez.
Aelar soltó una carcajada baja y sincera. Hacía tiempo que no se reía así.
—Lo prometo —dijo, mientras la luna azul ascendía un poco más en el cielo, como si estuviera escuchando.
Y así, comenzó una noche tranquila. Sin saberlo, el príncipe Aelar estaba a punto de dar el primer paso hacia un destino que cambiaría su corazón para siempre.