El Príncipe de la Luna Azul.

El Reino Bajo la Luz de la Luna

El aire nocturno de Elion era dulce, cargado con el aroma de flores que solo abrían sus pétalos bajo el resplandor de la luna azul. Aelar caminaba junto a Lira por el sendero que salía del palacio, rodeado de faroles de cristal que reflejaban el cielo como si fueran estrellas caídas.

El príncipe llevaba una capa ligera, azul profundo, con el escudo del reino bordado en hilo plateado. No llevaba escoltas ni armadura, solo la libertad de una noche sin deberes.

—A veces me pregunto si los reyes pueden ser simplemente personas —dijo Aelar, rompiendo el silencio—. No nombres, no coronas. Solo… uno mismo.

Lira sonrió, acomodando su capa al avanzar.

—Tú ya eres eso. Una persona. Pero también eres un símbolo, Aelar. El pueblo te ve como el reflejo de todo lo que Elion es: armonía, belleza, calma.

—Y sin embargo, no siento que les pertenezca del todo.

—¿Quieres pertenecerles?

Aelar lo pensó por un momento.

—Quiero entender qué hay más allá de estas noches perfectas. No por ambición… es más como una llamada. Como si algo me esperara, ahí fuera, más allá de lo que conozco.

Pasaron junto a una fuente que cantaba en voz baja. Las estatuas que la rodeaban representaban antiguas deidades del amor y la naturaleza. El agua brillaba con reflejos azulados, igual que el cielo.

El príncipe se detuvo frente a una anciana que recogía flores a la orilla del camino. Ella se inclinó al verlo, pero él le sonrió y le tendió la mano para que se incorporara.

—No hace falta que se incline, señora. Esta noche solo soy un hombre paseando bajo la luna.

La anciana lo miró con una sonrisa sabia.

—Entonces, alteza, que la luna lo bendiga con aquello que aún no ha encontrado. Porque las noches así… traen regalos silenciosos.

—¿Regalos?

—A veces una melodía, a veces una mirada. A veces, un corazón que se abre como flor bajo la luna.

Lira miró a Aelar con una ceja levantada.

—Parece que no soy la única que cree en cuentos esta noche.

Aelar sonrió, aunque había algo en sus ojos que brillaba con una mezcla de curiosidad y anhelo.

—Tal vez los cuentos no son fantasía —susurró—. Tal vez solo son verdades que aún no han sucedido.

Siguieron caminando en silencio, bordeando un campo de lavandas plateadas. El cielo se despejaba, mostrando estrellas que titilaban perezosas.

Al llegar a una pequeña colina desde donde se veía todo el reino, Aelar se sentó sobre la hierba, dejando que la brisa jugara con su cabello. Lira se acomodó a su lado, mirando también el panorama.

—Es hermoso, ¿verdad? —murmuró ella.

—Sí. Pero esta belleza… me hace sentir que algo falta. Como si la historia aún no hubiera comenzado.

La luna azul brilló con fuerza en ese momento. Una brisa más suave sopló entre los árboles, y por un segundo, Aelar creyó escuchar una nota lejana, un sonido sutil como el primer suspiro de una canción.

—¿Oíste eso? —preguntó.

Lira frunció el ceño.

—¿El qué?

Aelar se quedó en silencio, atento, pero el sonido ya se había ido.

—Nada… tal vez solo fue el viento.

Pero en el fondo de su pecho, algo comenzaba a despertarse. Una sensación suave, como una invitación a mirar más allá de lo visible.

Y así, mientras el príncipe contemplaba su reino desde lo alto, la luna azul seguía brillando con una intensidad apenas perceptible… como si también esperara.




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