El príncipe dorado

Capítulo IV: los humanos del valle

Eider

Cuando oyó los gritos provenientes del acantilado cubierto por vegetación, el príncipe no pudo evitar sonreír al escuchar e imaginar el dolor que debía estar sintiendo el humano que se encontraba allí. Supuso que se trataría de otro fera perdido por estos rumbos, que había venido en su búsqueda al escuchar su aullido, aunque la verdad era que no distinguir más que el hedor de humanos cerca de allí. Con paciencia y concentración empezó a bombear sus articulaciones y agudizando su mente a una simple e instintiva idea, no pudo evitar sacar a relucir sus colmillos afilados y blancos. Su vista estaba fija en su objetivo principal. El resto de ellos no serían más que platos secundarios.

Sacando su pie de su pecho pero quedando lo suficientemente cerca el hombre se distrajo buscando de donde provenían los gemidos de dolor de su compañero.

— ¿Pero qué mierda está... — murmuró el "sargento", pero no pudo terminar la oración antes de que Eider respondiera con su instinto salvaje activandose.

Con determinación movió su mano que apenas respondía hasta la flecha que anteriormente había sido utilizada ante él, y sin titubear la clavó en la rodilla del asqueroso humano. El poder y concentración que necesito emplear para lograrlo casi lo dejó noqueado, pero sabía que si eso sucedía no volvería a despertar. No solo los gritos del humano resonaron en el aire siendo llevados por el viento, sino que el cántico de varias voces que en conjunto crearon una vibración que dañó sus sensibles oídos. Elevando aún más su agresividad.

— ¡Ataquen! — alzó la voz uno de los humanos desenvainando una de sus espadas oxidadas y viejas. Que hicieron reír a Eider.

Pensó que irían tras de él, para salvar a su sargento. Se sorprendió al ver que todos corrieron hacia el acantilado como si allí hubiera un ser más peligroso que él. Aunque tenía su orgullo herido, no pudo evitar sentir alegría. Habían dejado al príncipe solo para tomar venganza.

Eider volvió a poner atención en su humano. Buscando debilidades a las cuales atacar. Colocando sus garras en la tierra se impuso con toda la fuerza que tenía. Abrió su boca dejando al descubierto sus dientes pulidos, y entre respiraciones sonoras infló su pecho para mostrarle quién era el verdadero alfa del lugar. No había dudas para quien contemplaba aquella escena. El joven príncipe sin dudas había sido bien entrenado, y estaba orgulloso especialmente de su pueblo. Cualquiera que lo viera podría quedar maravillado o completamente aterrado. Este último era el caso del sargento humano quien se vio indefenso frente al fera furioso. No necesitaba escuchar palabras porque sus ojos decían cuán aterrado estaba.

— Escucha... puedo liberarte, darte oro, puedo... Puedo darte cualquier cosa que me pidas — balbuceó intentando calmar su ira, pero era inservible. La furia del príncipe sólo se calmaría con una cosa, y eso, era sangre corriendo por el pasto.

No pudo evitar sentirse ofendido al escuchar el triste intento de soborno por parte del humano. El era el futuro poseedor de todo el vasto imperio Nimue. Nadie podía comprar su clemencia, menos darle algo tan banal como su libertad. El único que podía darle algo así era su padre. Al desobedecer, había quitado su derecho sobre su libertad. Ahora el único que podía dictar su destino era el mismo.

"Nunca más le daría el poder sobre sus deseos a otro ser", se prometió a sí mismo.

— Mi nombre es Eider, hijo de Menelik y Delialui, príncipe de Nimue y heredero al trono — se proclamó alzando su voz en un rugido que hizo que el hombre intentara arrodillarse, pero al tener una flecha incrustada en sus ligamentos, lo único que pudo hacer fue llorar al mismo tiempo que intentaba penosamente agacharse ante el.

Su sorpresa hizo que el orgullo de Eider aumentará. Con dolor en todo su cuerpo pero aún lo suficientemente consciente como para seguir de pie, el hombre fera levanto su brazo en el aire sacando a relucir sus garras. Pensaba incrustarlas en los ojos del sucio humano, o tal vez en su mandíbula. No estaba seguro. De lo que sí estaba completamente seguro era de cómo su sed de venganza lo quería sufrir de una manera lenta y dolorosa por su atrevimiento contra no solo su persona sino contra la casa real de su familia. Insultar a él era insultar a todas las generaciones previas a el.

— Por favor, tengo familia — suplico llevando ambas manos a su frente —. Ellos necesitan de mí.

— Yo también tengo una familia, y un reino al cual volver — escupió con rabia de la hipocresía y el poco orgullo proveniente de aquellos seres.

"Sin duda su padre tenía razón sobre los humanos y sus costumbres", aceptó Eider al estar a punto de quitarle la vida en el acto. Toda su columna se quebró al sentir el impacto de un segundo dolor agudo, pero esta vez proveniente desde su espalda baja. No se trataba de una flecha. Lo habían apuñalado con una navaja de bolsillo. Al darse la vuelta ya quedan pocos rastros de pensamientos racionales. Lo había decidido. Se entregará completamente a la locura.

— No debiste hacer eso — sentenció observando al pequeño humano de tez trigueña sorprendido de que el corte no lo hubiera hecho titubear —. Otra diferencia entre tu raza y la mía. No dejaremos de luchar hasta nuestro último aliento, alimaña.

Extendiendo su mano tomó la camisa rasposa y bastante dura, atrayéndolo hasta el. Con una sonrisa en sus labios devoró su garganta, sintiendo como los músculos se rompían ante su invasión. Se manchó con la sangre corría por su cuello, mojando su pelaje. Entre gemidos de dolor y contracciones el humano intentó inútilmente tratar de largarse pero ya era tarde. Cuando Eider soltó su cuerpo dejándolo en el suelo, ya no quedaban señales de vida en él.

— ¿En dónde me quedé? — se preguntó entre risas, volviendo su atención al sargento quien intentaba escapar entre saltos rengos — Ya lo recordé — suspiro caminando decididamente hasta su lado y tomando su cuello —. Te prometí que te arrepentirías, y creeme que lo harías. No tienes idea con quien te has metido.




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