El principio del fin

3

Capítulo 3

Clara

El camino era duro. A través de un bosque que se iba volviendo más espeso a cada paso que dábamos.

Hubo un momento en el que el lugar adquirió un aire cada vez más familiar. No se parecía en nada al paisaje que habíamos dejado atrás. Los árboles, arbustos, hasta las piedras se asemejaban a las que hubiera podido encontrar en los bosques alrededor de nuestro internado, en La Fageda d’en Jordà.

La oscuridad de la noche nos arañaba los talones, aunque gracias a que Tay se había recuperado por completo nuestro ritmo aumentó, de otra manera nos tendríamos que haber arriesgado a pasar la noche escondidos donde buenamente hubiéramos podido, pero algo me decía que estábamos muy cerca de nuestro lugar de destino. Recordé que la aldea estaba protegida por la magia de Anouk y no tenía ni la menor idea de cómo salvar ese obstáculo. La primera vez que fuimos lo hicimos acompañados por Tezz, el hermano pequeño de Sainap.

—No te preocupes, seguro que se darán cuenta de que estamos por aquí y dejarán que los veamos. —Miré de reojo a Tay aunque su cara era la de un caballo que me guiñó el ojo. Más raro imposible, pero qué le iba a hacer, me había casado con él.

—Pues sigamos caminando, que en cuanto llegue me desparramo en medio de la plaza. Mis piernas empiezan a parecer de gelatina.

—Monta sobre mí.

—No, tú sigue llevando a Alex. De una manera u otra conseguiré que mis piernas aguanten.

—No creo que estemos muy lejos.

—¿Buscáis a alguien? —Nos sobresaltó la voz de un hombre.

De repente, de la nada vimos aparecer a Brice. En mi vida me había alegrado tanto de ver a alguien a quien apenas conocía, apareciendo de la nada. Y eso me hizo pensar o que estábamos justo en el límite de la zona protegida o teníamos la guardia tan baja que nos habrían podido masacrar.

—Yo diría que necesitáis algo de ayuda —nos dijo sonriente, preparándose para ayudarnos.

—¿Lo dices por los cuatro rasguños que llevamos? No, tú tranquilo. Cuando nos estemos desangrando nos echas una mano —le espetó Jana, con los nervios a flor de piel por el cansancio y lo sucedido un día antes.

—Jana, hermana, déjalo. La ironía no existe en el vocabulario de esta dimensión —le dijo Alex desde el camastro, amarrado para que dejara de intentar levantarse de él.

—Pues nada, se lo digo directamente y sin ceremonias. Chaval, ¿estás tonto aparte de ciego? ¡¿Quieres hacer el favor de llevarnos a la aldea para curarnos como es debido?!

—Vale, vale, no hace falta que te enfades. ¿Tengo que llevar a alguna en brazos? —preguntó en tono guasón.

—A ellas no, pero a mí puedes llevarme a caballito —le dijo Joel, sonriendo de oreja a oreja, satisfecho por haber hecho un chiste tan bueno. Ese era el Joel que recordaba antes de que se diera cuenta de que sus poderes no servían solo para jugar y perdiera la felicidad que siempre lo había acompañado.

—No podemos seguir perdiendo el tiempo fuera de la protección de la magia de tu hermana… —empezó a decir Tay, ahora otra vez convertido en un hombre medio en pelotas, ya que se había puesto el short. Justo antes de que Brice le interrumpiera.

—¿Quién ha dicho que no estáis protegidos? Dejasteis el límite a un kilómetro.

—Entonces, ¿estamos cerca de la aldea? —le pregunté deseosa de que dijera que sí porque estaba reventada.

—Sí, claro. Antes de que la cena esté en la mesa de mi casa estaremos allí. Ahora, si atáis el camastro y me seguís, llegaremos pronto.

Escuchar aquello me hizo sentir tan bien. Solo podía significar una cosa, protección asegurada y estar más cerca de mi hermana. No quería hacerle caso a aquella sensación que me invadía desde el día anterior, pero no había manera de que se esfumase. Decidí mantenerla oculta y ayudar a colocar el camastro de Alex en el nuevo caballo.

La noche nos alcanzó en el mismo momento en el que entramos en la aldea, que seguía igual que el día que la dejamos, y de eso hacía nada y menos. Calles de tierra alumbradas con las antorchas que estaban colocadas en las entradas de cada casa, proyectando sombras, tanto las del suelo como las que estaban sobre los árboles. No fue ninguna sorpresa el no ver a nadie por las calles.

Al llegar a la puerta de la casa de Tezz no nos dio tiempo a soltar el camastro donde por fin dormía Alex, cuando todos nos asustamos en el momento en el que la puerta se abrió de golpe. No tenía muy claro quién se había sorprendido más, si nosotros o Anouk al vernos. Cuando me fijé mejor vi que no nos miraba a nosotros, era más que probable que ni se hubiera dado cuenta de que estábamos. Sus ojos estaban clavados en Joel y para mi no sorpresa, los de él hacían exactamente lo mismo.

Por unos segundos me sentí relajada, feliz al ver que al menos uno de nosotros estaba donde quería. Todos sabíamos, desde el mismo instante en el que nos fuimos de aquella aldea medieval, que lo único que movía a Joel era el deseo de volver a estar junto a Anouk. Ni el peor de los demonios le hubiera impedido regresar junto a ella y por fin había llegado su momento.

La situación pasó de ser rematadamente romántica a inmensamente graciosa. Allí, todos parados, esperando a que alguno de los dos dijera o hiciera algo, intentando contener la risa por la ñoñería de ese primer amor tan inocente.

—Clara, o hacemos algo o nos darán las uvas con este par —me susurró Jana al oído sin poder apartar la vista de la escena.

—Yo no pienso meterme. Joel nos churrasca el culo, seguro —le contesté haciendo un esfuerzo titánico para no reír a carcajada limpia.

Mientras nos mirábamos entre nosotros, incluido Brice convertido otra vez en hombre, sin saber muy bien cómo ponerle fin a aquella situación apareció detrás de Anouk su padre mirándonos uno a uno, sin pronunciar una sola palabra y tan solo iluminado por la tenue luz que creaban los farolillos colgados a cada lado de la puerta.



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En el texto hay: juvenil, romance, aventura y magia.

Editado: 26.11.2020

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