Narra Ifigenia
El sonido del despertador me sacó de mi excitante sueño con mi profesor.
Me levanté rápidamente de la cama y me metí en la ducha para tomar una larga y relajante ducha.
Al salir del baño, elegí un short blanco, una camisa que resaltaba mi figura y unos Nike negros. Me arreglé y bajé a desayunar.
- Hola, cariño - dijo mi mamá.
- Hola, mamá. ¿Cómo estás?
- Bien, hija. ¿Y tú? ¿Cómo te fue en el colegio? ¿Algún chico que te llamó la atención? - dijo mi mamá con su tono sarcástico, sabiendo que nunca había tenido novio.
- Nada, mamá. Solo chicos feos y odiosos - mentí.
Pasaron 30 minutos y ya estaba en la institución. Mis tres primeras horas eran de historia, matemáticas y química. Nada interesante. Al entrar al instituto, no vi a mi profesor de literatura por ningún lado, así que me dirigí hacia mi casillero. Mientras guardaba mis cosas, sentí dos manos en mi cintura. Me di la vuelta para ver quién era y ahí me encontré con el guapo de Samuel.
- Hola, preciosa - dijo él, acercándose a mis labios.
- Hola, guapo - respondí. En ese momento, se me ocurrió el mejor plan de toda mi vida, o tal vez el más infantil. Le iba a dar a mi querido profesor de literatura una cucharada de su propia medicina.
- Samuel, ¿me haces un favor? - dije con un tono seductor.
- Claro, preciosa - respondió él con un tono sensual.
- Ven conmigo - le dije, tomándolo de la mano y llevándolo hacia la parte trasera de la escuela. Creía que tanto él como yo nos perderíamos las clases.
- Bien, Samuel, te voy a contar algo. Tienes que jurarme que nadie lo sabrá y que me ayudarás - dije con un tono de voz tan inocente que parecía un ángel para quien me escuchara.
- Bien, Ifigenia - respondió él. - Dime en qué quieres que te ayude.
- Lo primero que te diré es que... me he enamorado de mi profesor de literatura. Y al segundo día, él me besó. Y al tercer día, lo vi besándose con su novia - dije, sintiéndome avergonzada. Samuel solo me miraba sonriendo como un tonto. - Y lo segundo es que quiero darle celos. Así que tú me vas a ayudar con eso - le dije. Samuel abrió los ojos como platos.
- Déjame ver si entendí - dijo. - ¿Quieres que yo te ayude a darle celos al profesor? - Asentí. Pasaron unos minutos y él no decía nada. El maldito silencio me ponía muy nerviosa.
- Carajo, ¿entonces me vas a ayudar o no? - le dije, histérica.
Samuel se paró frente a mí y me empezó a besar salvajemente. Yo no sabía qué hacer cuando una voz ronca nos interrumpió. Ahí estaba mi profesor de literatura, sonrojado.
- Disculpen, jóvenes. ¿Qué se supone que estaban haciendo? Está prohibido el contacto físico en esta institución.
- Nada que los novios no hagan - dijo Samuel, guiñándome el ojo. Yo solo sonreí traviesamente.
- Están castigados, jóvenes. Esto no se puede hacer dentro de la institución - dijo el profesor. Esta vez, yo le contesté.
- Mire, profesor, usted no nos puede regañar por un beso. Esto es entre él y yo - dije, elevando la voz.
- Señorita, no se le ocurra levantarme la voz - dijo enojado.
Y yo solo lo miré con odio.
- Así que los dos vayan a sus respectivas aulas - dijo. - Y en la salida hablaremos de sus castigos. Den gracias a Dios de que no se lo diré al director - dijo sarcásticamente.
Antes de irse, Samuel se acercó a mi oído y me dijo:
- Nena, ese beso responde a tu pregunta. Claro que te ayudaré - me dijo, separándose de mí y dándome un beso en la mejilla.
Yo iba a seguirlo cuando una mano sujetó mi brazo y no me dejó avanzar.
- Mira, gatita - dijo el profesor, tomándome de la cintura furioso. Reí en mi interior, mi plan estaba funcionando de maravillas. - Tú eres mía, solo mía. Solo yo te toco, solo yo te beso, solo yo ¿Oíste? Solo yo - dijo con voz llena de deseo. Esas palabras me encantaron, pero estaba muy enojada por lo que había hecho que todavía no podía perdonarlo.
- Mire, profesor - le dije seriamente. - Yo no soy suya y puedo hacer lo que se me dé la regalada gana con quien yo quiera. Es asunto mío, no suyo. Así que no se meta, porque si no recuerda, usted fue el que me enseñó - él empezó a reír, lo que me enfureció aún más.
- Está bien, está bien. Gatita, perdóname - me dijo con voz calmada. - No fue mi intención besarme con Hannah delante de ti. Así que perdóname. Y si este es un plan para darme celos, créeme que está funcionando. Por favor, no te enojes.
Eso fue lo último que dijo cuando sentí sus labios en los míos, mordiendo mis labios. A los pocos minutos, respondí a su beso. Empezó a acariciar mi espalda, bajando hasta mis nalgas, y yo solté un gemido, algo que a él le encantó. Nos separamos por falta de aire.
- Gatita, me esperas a la salida. Quiero llevarte a un lugar - me dijo él, y yo solo asentí emocionada.
- Tenemos que irnos - me dijo luego. - Antes de que nos vengan a buscar y nos descubran.
Le di un beso y me fui primero, esperando unos minutos antes de que él saliera para evitar sospechas. Mientras caminaba, no podía evitar pensar en dónde me llevaría. ¿Será a su casa? ¿O tal vez a algún lugar especial que solo él conoce?
Mi mente no dejaba de crear teorías, pero estaba orgullosa de mí misma. Mi plan había funcionado a la perfección y ahora tenía a mi profesor de literatura justo donde quería.
Aunque seguía pensando en algo que me inquietaba. ¿Quién es esa tal Hannah? No podía entender cómo él podía besarme a mí y luego estar con otra persona. No era justo para ninguna de las dos.