Narra Ifigenia
Las horas pasaban rápido cuando llegué a mi última clase. Entré al salón y ahí estaba Samuel, mi guapo profesor de literatura. Aún no había llegado, pero Samuel me hizo señas para que me sentara junto a él. Justo cuando estaba a punto de sentarme, Samuel me dio una palmada en el trasero que me enfureció.
- Eres un idiota - le dije, muy enojada. Él solo sonrió.
- Nena, es solo parte del plan - dijo, riendo.
Me alejé de él y me senté junto a Heidi. Pasaron 5 minutos entre risas y bromas entre nosotras, hasta que finalmente entró mi guapo profesor de literatura.
Nuestras miradas se conectaron y me quedé embobada con sus hermosos ojos cafés. La clase pasó muy rápido, entre miradas y coqueteo por parte de los dos.
Cuando llegó el final de la clase, Samuel y yo dejamos que todos salieran y nos acercamos al profesor.
- Bueno profesor, aquí estamos - dijo Samuel. - ¿Cuál será nuestro castigo?
- Por esta vez no habrá castigo, Samuel - dijo el profesor, serio. - Pero que no vuelva a repetirse, por favor. Samuel y yo asentimos.
Esperé a que Samuel saliera y me quedé a solas con James.
Una vez que Samuel salió del salón, sentí cómo dos manos fuertes me tomaron de la cintura con firmeza. Me di la vuelta y ahí estaban esos hermosos ojos que me derretían, con una mirada llena de deseo. En ese momento, tenía ganas de besarlo. Estaba muy emocionada, porque había llegado la hora de la sorpresa.
- Gatita, llama a tu mamá - me dijo, en tono sensual. - Y dile que esta noche no irás a dormir a tu casa y te quedarás con tus amigas - me susurró al oído mientras besaba mi cuello.
La verdad es que no sabía qué iba a pasar y estaba nerviosa, pero también quería estar con él.
Tomé mi celular y marqué el número de mi madre.
- Hola, mamá. ¿Cómo estás? - dijo mi madre del otro lado del teléfono.
- Hola, mamá. Quería saber si puedo ir a dormir a casa de una amiga hoy. Prometo que mañana llegaré temprano a casa - dije, esperando la respuesta de mi madre.
- Está bien, hija. Ve y cuídate mucho. Te amo - dijo dulcemente.
- Ok, mamá. Te amo más - respondí y colgué.
- Listo, profesor. Ahora, ¿dónde me llevarás? - le dije, coqueteando.
Él me sonrió y dijo:
- Bueno, solecito, te llevaré a mi casa. Ahí te cambiarás y luego iremos a cenar - dijo, besándome en los labios.
Al salir del salón, salimos los dos. Él aparentaba estar algo enojado y yo estaba un poco asustada, para que no nos descubrieran. Ya no había nadie, solo estaban los conserjes limpiando la escuela.
Salimos y él tomó mi mano. Llegamos a su coche y me abrió la puerta del copiloto, como todo un caballero.
Una vez que cerró la puerta, se subió al asiento del conductor y se dispuso a conducir. Durante el trayecto, posó su mano en mi muslo, acariciándome. Yo solo me dedicaba a admirar lo hermoso que era: su cara, su cuerpo, su sonrisa, su boca, sus ojos. Todo era perfecto.
- ¿Por qué me miras tanto? - me dijo, sonriendo.
- Porque eres perfecto, profesor - le dije, sonriendo.
Sentía que me estaba enamorando, pero no puedo permitirlo. Esto es solo un juego y quien se enamora, pierde.
- ¿En serio crees que soy perfecto? - dijo, sonriendo.
- Sí, claro que sí - respondí, entusiasmada.
Él tomó un momento para admirarme y luego, con su voz poética, me elogió:
- Tus ojos, dos luceros que iluminan mi camino. Tu sonrisa, un poema que alegra mi día. Tu voz, una melodía que encanta mis oídos. Eres la musa que inspira mis versos, la belleza que llena mi mundo. Eres mi aliento, mi inspiración, mi razón para amar la literatura.
Empezamos a bromear mucho, mientras yo le daba besos en la mejilla.
Pasaron unos cuantos minutos hasta que llegamos a un hermoso edificio súper lujoso. Entramos y él tomó mi mano. La verdad, eso me hacía sonrojarme. Me encantaba que lo hiciera.
Una vez dentro del ascensor, él empezó a darme pequeños besos en el cuello, lo que me hacía sentir en el cielo.
Las puertas del ascensor se abrieron y entramos a su departamento. Era realmente hermoso: grande, de color blanco. Su sala tenía un sillón en forma de L de color rojo. La sala estaba adornada con muchos cuadros hermosos. La cocina era inmensa. La verdad, todo era hermoso. Era como una mini mansión.
- Ifigenia, ven - me dijo él. - ¿Te gusta mi casa?
- Sí, es realmente hermosa - le dije, sonriendo.
- Y eso que no has visto lo mejor. - me dijo, sonriendo. - Esa es tu sorpresa. - Yo asentí.
Me tomó de la mano y me llevó a su cuarto. Ahí estaba un hermoso vestido rojo de encaje, junto con unos tacones negros. La verdad, todo era hermoso.
Enamorarse es de valientes, pero yo soy una cobarde. No quiero que mi corazón caiga en manos equivocadas, que lo destrocen en mil pedazos. Mi mayor miedo es que lo tome y lo destruyan, sin importarles mi dolor.
Jamás he tenido un novio. Por más que me guste una persona, suelo rechazar a mi corazón y hacerle caso a mi mente.
No dependo de un hombre. No me define un hombre. Yo soy yo y punto.
Narra James
Cuando la vi por primera vez, supe que algo especial había despertado en mí. Sus ojos, radiantes como estrellas en la noche, me atraparon en un universo de fascinación. Su sonrisa, dulce y encantadora, iluminaba mi mundo y despertaba en mí la inspiración más profunda.
Cada vez que la veo en mi clase, siento cómo mi corazón se acelera y mi mente se llena de versos que claman por ser escritos. Ella es mi musa, la fuente de mi creatividad y la razón por la que amo la literatura aún más.