Narra Ayelén
Terminé de recoger mis libros y rápidamente me puse de pie, sorprendida al ver a Tomás parado frente a mí. Nuestros ojos se encontraron y ambos quedamos en silencio por un momento, sin saber qué decir.
Finalmente, Tomás rompió el silencio y habló primero.
- ¿Qué haces aquí? - preguntamos los dos al unísono, como si nuestras mentes estuvieran conectadas.
Pero antes de que pudiera responder, Tomás tomó la palabra.
- Yo trabajo aquí, soy el profesor de Matemáticas - dijo, con una expresión de sorpresa al verme.
Mis ojos se abrieron de par en par, sorprendida por la revelación. El chico al que había conocido cuando llegué a Nueva York, aquel con el que había sentido una conexión tan fuerte, ¡resultaba ser mi profesor! Una oleada de emociones contradictorias inundó mi mente.
Estaba sumergida en mis pensamientos, tratando de asimilar la situación, cuando Tomás notó mi distracción y decidió preguntar.
- ¿Qué haces aquí? - me preguntó, notando mi desconcierto.
Mis palabras salieron entrecortadas mientras intentaba encontrar una explicación.
- Yo... yo soy la nueva estudiante - tartamudeé, tratando de controlar mis nervios.
Tomás pareció aún más confundido por mi respuesta.
- ¿Estudiante? - dijo, como si no pudiera creer lo que estaba escuchando.
Asentí con la cabeza, incapaz de articular una respuesta coherente.
- ¿Qué edad tienes? - preguntó, buscando entender la situación.
Mis manos comenzaron a temblar y mis mejillas se ruborizaron mientras respondía.
- Tengo 16 años - dije, con la voz temblorosa.
La sorpresa se reflejó en los ojos de Tomás cuando escuchó mi respuesta.
- ¿16? - dijo, sin poder ocultar su incredulidad.
Asentí tímidamente, sintiéndome cada vez más nerviosa por su reacción.
- Sé que no te pregunté tu edad cuando nos conocimos, pero pensé que eras mayor - admitió, con una expresión de confusión en su rostro.
Decidí tomar coraje y preguntarle directamente.
- ¿Y tú qué edad tienes? - inquirí, buscando encontrar algún tipo de explicación.
Tomás suspiró, como si estuviera tratando de encontrar las palabras adecuadas.
- Tengo 25 años - respondió, con una mezcla de sorpresa y resignación en su voz.
La realidad de la situación me golpeó de lleno. Había una diferencia de 10 años entre nosotros. Mi mente comenzó a dar vueltas, tratando de procesar toda la información.
- Yo supuse que eras mayor, pero pensé que eras un estudiante universitario, no un profesor - confesé, sintiendo que el mundo a mi alrededor se volvía cada vez más confuso.
El silencio se apoderó de nosotros mientras ambos intentábamos asimilar la complejidad de nuestra situación. El destino nos había jugado una extraña y complicada carta, y ahora debíamos enfrentar las consecuencias de nuestras acciones.
Narra Tomás
Al ver a Ayelén frente a mí, mi corazón dio un vuelco. No podía creer que la chica con la que había sentido una conexión tan fuerte resultara ser mi estudiante. Nos miramos en silencio por un momento, sin saber qué decir.
Finalmente, decidí romper el silencio y preguntarle qué hacía allí. Para mi sorpresa, ella también me hizo la misma pregunta al mismo tiempo. Parecía que nuestras mentes estaban sincronizadas.
Cuando Ayelén me reveló que era la nueva estudiante, sentí una mezcla de sorpresa y confusión. No podía creer que la chica que había conocido antes de que comenzaran las clases ahora fuera mi alumna. Mi mente comenzó a dar vueltas, tratando de comprender la situación.
Cuando le pregunté su edad y me respondió que tenía 16 años, mi sorpresa aumentó aún más. La diferencia de edad entre nosotros era considerable. No pude evitar sentirme confundido y preocupado por las implicaciones de nuestra conexión.
Decidí ser honesto y admitir que pensé que Ayelén era mayor cuando nos conocimos. No había considerado la posibilidad de que fuera mi estudiante. Me sentí culpable por no haber preguntado su edad en ese momento.
Cuando Ayelén me preguntó mi edad, suspiré, tratando de encontrar las palabras adecuadas. Sabía que la diferencia de edad entre nosotros podía ser un obstáculo importante.
Le dije que tenía 25 años, esperando que entendiera la complejidad de nuestra situación. La incredulidad se reflejó en sus ojos cuando escuchó mi respuesta.
Ayelén confesó que pensó que yo era mayor, pero que creía que era un estudiante universitario, no un profesor. Me sentí aún más confundido y culpable por la confusión que había causado.
El silencio se apoderó de nosotros mientras ambos intentábamos asimilar la realidad de nuestra situación. Sabía que debíamos ser cuidadosos y considerados con nuestras decisiones futuras.
Esperaba poder encontrar una solución que nos permitiera explorar nuestra conexión sin comprometer nuestra relación profesional. Pero sabía que no sería fácil y que tendríamos que enfrentar muchos desafíos en el camino.
Con una mezcla de incertidumbre y determinación, nos miramos el uno al otro, listos para enfrentar lo que viniera y encontrar una manera de equilibrar la razón y el corazón en nuestra complicada situación.
Narra Ayelén:
Después de ese incómodo silencio, decidí hacer una pregunta a Tomás para romper el hielo y cambiar el tema.
- ¿Cómo lograste convertirte en profesor a tan temprana edad? - pregunté, curiosa por conocer más sobre su historia.