Narra Ayelén
Me acerqué a Tomás para darle un beso, y él correspondió de inmediato.
- Te veo mañana - dijo sonriendo.
- Hasta mañana - respondí devolviéndole la sonrisa.
- Me gustas mucho, Chica Mermelada - dijo, fijando su mirada en mí.
- Tú también me gustas mucho, Pan - dije mientras lo besaba.
Me levanté, un poco sonrojada y riendo como una tonta. Intenté parar un taxi, pero ninguno me hacía caso. Odiaba cuando eso sucedía, hasta que alguien silbó muy fuerte y, al mismo tiempo, con una mano, detuvo un taxi. Volteé a ver y era Tomás.
- De nada - dijo orgulloso.
Estaba a punto de subir al taxi cuando él me jaló del brazo y me besó.
Subí al taxi y moví mi mano en señal de despedida, y Tomás hizo lo mismo. Le indiqué al chofer la dirección de mi casa y después de un rato estábamos por llegar. Le pedí que se estacionara unas casas antes de llegar para que mi papá no me viera llegar a casa.
Bajé del taxi y comencé a caminar rumbo a mi casa. Al llegar, pensé que no había nadie, pero rápidamente salió mi papá de la cocina.
- Ayelén, ¿dónde estabas? - preguntó mi padre, visiblemente alterado.
- Papá, estaba en una cafetería - respondí, tratando de sonar convincente.
- ¿Y por qué no me avisaste? - preguntó molesto.
- Intenté llamarte, pero mi teléfono decía que el número estaba fuera de cobertura - mentí, sintiéndome culpable por engañarlo.
Mi padre frunció el ceño, claramente escéptico.
- Eso suena extraño. Recibí algunas llamadas, pero ninguna de tu número. ¿Estás segura de que me estás diciendo la verdad?
Me sentí atrapada en una encrucijada. Sabía que no podía seguir mintiendo, pero tampoco quería preocupar a mi padre innecesariamente. Decidí omitir cierta información por ahora.
- Papá, lo siento. No estaba en una cafetería. Tuve un encuentro inesperado en la calle y terminé pasando tiempo con un amigo. No quería llegar tarde a casa y preocuparte, así que le pedí al taxista que se detuviera unas casas antes. Lo siento por no haberte avisado antes, pero no quería causarte preocupación.
Mi padre me miró con una mezcla de alivio y preocupación.
- Ayelén, entiendo que quieras tener tu espacio y pasar tiempo con tus amigos, pero es importante que me mantengas informado. Me preocupas y quiero asegurarme de que estés segura.
Asentí, sintiéndome aliviada de haberle contado parte de la verdad.
- Lo siento, papá. Prometo ser más transparente contigo a partir de ahora. Aprecio tu preocupación y te quiero mucho.
Mi padre me abrazó, mostrando su comprensión y cariño.
- Yo también te quiero, Ayelén. Solo quiero lo mejor para ti. Ahora, cuéntame más sobre este amigo con el que pasaste tiempo. Quiero conocerte mejor.
Sonreí, agradecida de que mi padre entendiera y aceptara mi situación. Comencé a contarle más sobre mi amigo, omitiendo por ahora que era mi profesor de matemáticas, emocionada de compartir mi felicidad con él.
- Bueno, papá, su nombre es Tomás. Es alguien que conocí recientemente y hemos estado pasando tiempo juntos. Nos llevamos muy bien y disfrutamos de la compañía del otro.
Mi padre me miró con curiosidad.
- Ayelén, entiendo que puedas tener amistades cercanas, pero debes tener cuidado al conocer a nuevas personas. No quiero que te metas en problemas o que te involucres en situaciones peligrosas.
Asentí, comprendiendo las preocupaciones de mi padre.
- Lo entiendo, papá, y te prometo que seré cuidadosa. Tomás parece ser una persona confiable y respetuosa. Pero entiendo tus preocupaciones y seré consciente de mi seguridad.
Mi padre suspiró, pareciendo un poco más tranquilo.
- Confío en ti, Ayelén. Solo quiero asegurarme de que estés rodeada de personas que te hagan bien y que cuides de ti misma. Siempre estoy aquí para apoyarte y aconsejarte.
Le sonreí, agradecida por su comprensión y apoyo incondicional.
- Gracias, papá. Significa mucho para mí tener tu apoyo. Te prometo que seré responsable y cuidaré de mis relaciones.
Nos abrazamos nuevamente, fortaleciendo nuestro vínculo familiar y el compromiso mutuo de mantener una comunicación abierta y honesta.
Narra Ayelén
Después de la conversación con mi padre, cenamos juntos en silencio. La tensión de antes se había disipado y tratamos de retomar la normalidad. Una vez terminamos de comer, cada uno se retiró a su habitación para descansar.
Me recosté en mi cama, sintiendo mi mente llena de pensamientos sobre Tomás y nuestra relación secreta. Sabía que tenía que ser cuidadosa y mantener las apariencias, pero también anhelaba poder compartir mi felicidad con alguien.
Justo cuando estaba a punto de quedarme dormida, tomé mi teléfono y le escribí un mensaje a Tomás.
"¿Estás despierto?", escribí.
Esperé unos segundos y luego corregí mi mensaje. "¿Estás despierto, Pan?"
Sonreí, sabiendo que el apodo cariñoso que le había dado le haría sonreír también.
"¡Hola, Chica Mermelada!", respondió Tomás. "Sí, estoy despierto. ¿Qué sucede?"
Sentí un cosquilleo de emoción al leer sus palabras. Estaba feliz de poder hablar con él, incluso si era a través de mensajes de texto.
"Extraño verte", le confesé. "Me gustaría poder estar contigo ahora mismo".
Hubo una breve pausa antes de que Tomás respondiera.
"Yo también te extraño, mi dulce Mermelada", escribió. "Pero tenemos que ser pacientes y cuidadosos. No podemos arriesgarlo todo".