—Buenos días —saludó mamá al verme entrar en la cocina.
—Buenos días —contesté, mientras me sentaba en el taburete—. ¿Dónde está papá?
—Se tuvo que ir más temprano hoy.
Papá era dueño de una pequeña empresa de construcción que había pasado de generación en generación, el abuelo se la dejó a él después de morir. Antes estaba ubicada en Portland, pero después de que uno de los socios se mudará para Minnesota, papá creyó que era buena idea trasladar la empresa y así lo hizo.
Me serví en un plato hondo cereal y leche, le agregué algunas bananas cortadas y comencé a comerlo. Mamá estaba desayunando fruta, mientras leía el periódico —cosa que hacía todos los días— su cabello castaño estaba atado en una cola alta, su tez era morena como la mía, a diferencia de papá, que era blanco y siempre era divertido escuchar cómo las personas decían que yo era el producto de la leche y el café, saliendo un café con leche.
Mamá era una importante abogada, llevaba casos penales y de divorcios multimillonarios. Había salvado a muchas mujeres de quedar en la ruina por culpa de maridos que les querían quitar todo, y en algunos casos, ella salvaba a los hombres de las mujeres cazafortunas que se casaban con ellos solo por el dinero y no por el amor.
Nunca entendí porque las personas estaban junto a alguien por interés y no por amor, pero como decía mi abuela, en algún momento todo lo que haces en esta vida se paga.
Mi teléfono sonó, notificando que me había llegado un mensaje.
Anne: Ya estamos afuera de tu casa, mueve ese trasero.
7:00 am
Layla: Ya voy gruñona.
7:00 am
Me levanté del taburete después de responder, tomé la mochila y me despedí de mamá. Salí de la casa y el sol me golpeó directo a los ojos dejándome unos escasos segundos ciega, parpadeé un par de veces para adaptarme a la luz y visualicé el auto de los padres de Anne.
Me dirigí al auto, abrí la puerta y me monté en la parte trasera (ya que Anne estaba en la delantera).
—Buenos días, señora Foster —musité al cerrar la puerta.
—Buenos días, cariño —contestó, colocó el auto en marcha y nos alejamos de mi casa.
—Caminas más lento que una tortuga —dijo Anne, pintándose los labios.
—Gracias por el piropo.
—De nada —me guiñó un ojo—. Es todo un placer, cariño.
«La estadística es la ciencia de datos, la cual implica su recolección, clasificación, síntesis, organización, análisis e interpretaciones, para la toma de decisiones frente a la incertidumbre…»
Blah, blah, blah es lo único que escuché después. Las matemáticas y yo no éramos, ni seremos compatibles. Soy buena en ellas, las entiendo, pero me aburro muy fácil. Según el Sr. Monroe es importante para nuestras vidas, pero si somos conscientes en nuestras vidas cotidianas usamos las matemáticas básicas, no la estadística o raíz cuadrada.
—Señorita Duval. —Levanté la mirada del cuaderno, hacia la voz gruesa y fea. El gran Sr. Monroe me estaba mirando con los brazos cruzados sobre su pecho y una de sus cejas estaba arqueada. En pocas palabras eso no era bueno.
—¿Si, Sr. Monroe? —contesté con voz inocente.
—Me puede decir, ¿qué es una tabla de frecuencias?
—Bueno, eh…una tabla de frecuencias es…—intervino una voz.
—La tabla de frecuencias (o distribución de frecuencias), es una tabla que muestra la distribución de los datos mediante sus frecuencias. Se utiliza para variables cuantitativas o cualitativas ordinales.
Giré mi cabeza como la niña del exorcista, igual que todos los demás. En el fondo del salón, estaba sentado un joven de cabello negro como el carbón, ojos grises y cejas pobladas. Sus rasgos eran definidos, su nariz perfilada y su mirada estaba hacia el frente, ignorando la mirada de los demás. Era guapo.
—Muy bien, joven Wilkes. —Felicitó el viejo verde, para luego posar su mirada en mí—. En cambio, usted señorita Duval, debería estar pendiente de mi clase. Si quiere aprobar mi materia.
Asentí en respuesta.
—Eso es todo por hoy, nos vemos la próxima clase.
El timbre sonó.
Recogí mis cosas y caminé hacia la cafetería donde me compré algo de comer. Después de pagar volteé y me encaminé hacia la salida, pero antes de salir mi mirada chocó con un par de ojos grises, estaban claros como la plata y era algo interesante de ver, pero nuestro contacto visual duró pocos segundos porque salí de la cafetería y me fui en dirección al patio trasero.
A lo lejos de la entrada trasera del instituto, podía ver a Ann sentada en la banca debajo del árbol. Ese era nuestro lugar, nuestro escondite, nuestra guarida. Cada vez que una de las dos nos sentíamos mal íbamos ahí, almorzábamos ahí y pasábamos la mayoría de nuestro tiempo libre en ese lugar. Antes era en Ashland, Oregón, la casa de mis abuelos era nuestro refugió.
—¿Estás bien? —Fue lo primero que preguntó al verme llegar, me senté a su lado y solté un suspiro.