Creo que, a lo largo de mi vida he usado todos los colores posibles en diferentes vestidos, y ese año use el color champagne en un vestido largo que era pegado en el torso y suelto desde mi cintura, mi cabello estaba atado en un moño alto que dejaba algunos mechones sueltos para no hacerlo lucir tan formal, pero la verdad era que la fiesta de celebración que la empresa de papá organizaba todos los años era elegante y glamuroso.
Papá y su socio, el señor Dante y padre de Anne, siempre, antes de acabar el año hacían una fiesta junto a todos sus empleados, y cuando digo todos, son todos, ninguno podía faltar y siempre tenían que ir con su familia. Sin importar que mi padre y el de Anne eran grandes personas e iban en aumento cada vez más, seguían siendo humildes y amables con todos.
Una de las cosas que mi padre me dijo que mi abuelo le repetía cuando niño, era que nunca había que dejar que el éxito consumiera nuestro cerebro, no había que dejar que el dinero nos cambiara. Porque todo lo que sube, en algún momento también baja.
—Me duelen los pies —murmuró Anne a mi lado.
—Ya somos dos.
Volteé a verla y ella sonrió, se acercó a mí y se apoyó a mi costado, dejando descansar su cabeza en mi hombro y entrelazando nuestros brazos.
—¿Crees que dentro de unos años también nos encargaremos de las decoraciones? —inquirió en voz baja, observando como nuestras madres habían decorado el restaurante Rêves (1) Allí siempre era la cena navideña de la empresa.
—Quizás tu lo hagas, pero yo no tengo nada que ver con decoraciones, soy un asco.
Escuché su risa entre dientes y ladeé la cabeza hacia un lado. No sé que me gustaba más de ella, si su risa contagiosa o sus ojos verde olivo que siempre demostraban cariño. No sé porque, pero siempre que estaba con ella, todo era mejor, era como si nada me faltará.
—Ciertoooo —alargó la O más de lo debido—. Tranquila, si en algún momento lo hacemos, yo diré que ayudaste colocando los manteles.
Solté una carcajada algo estruendosa que se ganó la mirada de algunas personas, a las cuales solo les sonreímos amables, ser las que recibían a las personas y les decían dónde estaban sus lugares no era fácil y menos con tacones.
—¿Tienes hambre, Layla? —curioseó sonriendo.
Le devolví la sonrisa.
—¿Qué planeas?
—No lo sé, ¿recuerdas lo que hacíamos cuando niñas si teníamos hambre?
Me reí entre dientes al caer en cuenta lo que estaba proponiendo y negué con la cabeza, ya estaban todos los invitados y todos parecían estar disfrutando de la noche. Pero, todavía faltaba para que la cena fuera servida y mis pies dolían, mi estómago gruñía y tenía una propuesta tentadora enfrente de mí.
—Estás loca, si mamá sabe que lo hicimos nos matara.
—No debe saberlo —susurró por lo bajo—. Seremos como ninjas.
Volví reírme y la observé con cara: ¿Es en serio? A lo cual ella sonrió y asintió efusivamente. Terminé resoplando y aceptando su proposición.
—Bien, seamos como ninjas que después pueden terminar castigadas.
—Esa es mi amiga.
Nos reímos por lo bajo y caminamos con total naturalidad hacia nuestro destino, ambas miramos por las ventanas de las puertas y todos los trabajadores estaban concentrados en su lado y no miraron cuando nos escabullimos en la cocina. Dijimos que estábamos inspeccionando todo cuando una de las chefs nos preguntó que hacíamos, lo cual creyeron y no dudaron.
—Distrae al ayudante que esta allí —musité y señalé al hombre que estaba llenando unas bandejas con canapes.
—¿Por qué yo?
—Porque eres la que tiene los ojos verdes y hermosos, solo pestañea varias veces y sé coqueta hasta que tome la bandeja y salga del radar.
Abrió la boca indignada, entrecerrando los ojos y negando con la cabeza.
—Claro, yo soy la carnada.
—Fuiste la de la idea —le sonreí—. Ahora ve.
Resopló como un caballo y se arregló el cabello hacia los lados, embozó una sonrisa y caminó en dirección al ayudante. El chico dejó de hacer lo que estaba haciendo para prestarle atención a ella. Cuando hizo que el chico volteara, dándome la espalda, caminé hacia la mesa y tomé la bandeja, para salir rápido de allí.
—¿Para dónde vas con ello? —inquirió uno de los meseros y me tensé.
No supe que decir, el hombre mayor tenía una ceja arqueada y entre sus manos una bandeja con champaña. Me miraba curioso y también creo que divertido, una mezcla algo extraña.
—¿Qué haces aquí para…? —La pregunta de Anne murió en sus labios cuando se posicionó a mi lado y vio al hombre.
Ambas intercambiamos una mirada y volvimos a ver al hombre enfrente de mí. Quien se echó a reír al ver seguramente nuestras caras de pánico, lo miramos extrañadas y él se contuvo para no seguir riendo.
—No sé preocupen niñas, no voy a acusarlas. Yo no vi nada y ustedes tampoco.
—¿No vimos…? —no termine la pregunta porque él tomo un canapé y lo comió—. Oh.