Había intentado hablar con los señores Foster para que desecharán la idea de enviar a Anne a Canadá, pero su decisión ya había sido tomada. No sabía cuánto tiempo me quedaba antes de que se fuera, solo sabía que sus padres ya estaban haciendo los trámites sin decirle nada.
Hubo un tiempo en el cual ella asistió a un psicólogo, pero no funcionó. Su autoestima estaba tan baja que cayó en depresión, esos tiempos fueron oscuros para todos y se estaban volviendo a repetir.
—¿Quieres venir por unos helados? —inquirió Derek en dirección a Anne.
Los tres estábamos saliendo del instituto, desde que las clases comenzaron él comenzó a estar más con nosotras y a compartir los tres juntos. Teníamos materias distintas, yo solo coincidía con Derek en matemática, mientras que él con Anne no tenía ninguna, pero ambos tenían horas libres al mismo tiempo, mientras que yo no. Y siempre almorzabamos juntos.
—No lo creo —musitó Anne y luego nos sonrió—. Si quieren vayan ustedes, tengo que hacer algunas cosas.
—¿Qué cosas? —curioseé.
Su mirada cayó en mí. Desde que habíamos hablado en año nuevo, algo entre las dos cambió, o, mejor dicho, algo en ella cambió, ya no sonreía con mucha frecuencia, no salíamos mucho. Y verla así, tan rota y tan triste, solo hacía que mi alma se quebrara en diversos pedazos. No sabía qué hacer para verla sonreír, para escucharla contar chistes, y Derek se había dado cuenta que ella estaba apagada, pero prefirió no decir nada.
—Quiero regalar algo de ropa que ya no uso y voy a escoger para donar.
—¿Quieres ayuda?
—No —contestó de inmediato y luego sonrió—. Ve a comer helado, ¿sí? Después los veré.
Arrugué el ceño y la miré confundida, la vi despedirse de Derek y luego se acercó a mí para abrazarme, rodeé con mis brazos su cintura y dejé en un beso en su mejilla, ella era un poco más alta, así que quedaba pequeña a su lado.
—Te quiero —musité.
Se apartó y me sonrió de lado.
—También te quiero, Lía.
—¿Por qué no se lo dices? —inquirió Derek.
Después de que Anne se fuera decidimos ir por los helados e ir hacia un parque cerca, nos sentamos en una banca frente a un lago y terminé contándole lo que ocurría con Anne. Ya estaba empezando a desesperarme.
La estaba perdiendo.
—No puedo —susurré—. Sus padres me lo prohibieron, ellos quieren darle la noticia, quizás se lo digan hoy o mañana, no lo sé. Chloe me dijo que ya tienen todo planeando, hasta ya hablaron con sus tíos y estos aceptaron recibirla. Ellos la adoran. ¿Tú qué piensas? ¿Crees que hacen bien?
Se acomodó en la banca.
—Los padres siempre van a querer hacer lo mejor para sus hijos. Siempre intentan protegerlos y hacer todo lo posible para que sean felices, aunque eso signifique enviarlos a otro país. Los padres de Anne necesitan soluciones, su hija se está hundiendo y aunque quieren ayudarle no pueden hacerlo, están desesperados, Layla. La única solución que ven al problema es alejarla de todo y todos, darle una oportunidad de comenzar desde cero, lejos de aquellos que la hirieron alguna vez. No digo que esté bien, pero tampoco está mal. Los señores Foster solo quieren lo mejor para su hija, y los entiendo.
—No quiero que se vaya —susurré con la voz quebrada—. Hemos soñado con graduarnos juntas, y quizás ir a la misma universidad. Y ahora ese sueño está tan cerca y lejos a la vez.
La mano de Derek rodeó mi hombro y atrajo hacia él. Las lágrimas se deslizaron por mis mejillas y una opresión se instaló en mi pecho. Lloré por Anne, por aquella amiga que siempre estuvo ahí para mí, por esa persona especial que me acompañó en todas mis locuras, lloré por mi mejor amiga, por mi hermana.
—Nunca me has dicho cómo se conocieron ustedes dos. —Acarició mi cabello.
—Ambas vivíamos en Portland, nuestros padres se asociaron y nos hicimos amigas. Antes éramos tres, Anne, Hailee y yo. Antes de que los padres de Anne se mudaran a Minnesota, Hailee se mudó a Australia junto a sus padres. Fue duro separarnos de ella, aunque estuvimos en contacto por un tiempo no era lo mismo. Poco a poco nos fuimos alejando hasta que nos convertimos en extrañas. Junto a Anne íbamos a casa de los abuelos cuando nuestros padres viajaban; cada vez se unió más a la familia. —Sonreí—. Éramos ella y yo contra el mundo, después sus padres se mudaron y luego los míos, el resto es historia.
—Amigas desde la infancia —susurró—. Eso es tierno.
Me separé de él.
—¿Cuál es tu historia?
Me observó y una sonrisa se deslizó por sus labios.
—Mi historia, no es nada del otro mundo. Ya sabes, antes vivía en Ashland, después nos mudamos a Minnesota por el trabajo de mis padres, desde entonces vivimos aquí. Nada del otro mundo.
—¿Y tus amigos?
—Ethan es un gran amigo. Cuando nos mudamos él fue el primero en ser mi amigo. En ese tiempo no era muy sociable que digamos y Caroline ya sabes cómo nos conocimos.
—Así que no eras muy sociable. —Sonreí de manera burlona.