|NARRADOR OMNISCIENTE|
|EXTRA|
«Un bosque, estaba en un bosque. Grandes árboles se alzaban a su alrededor, el cielo parecía un abismo, grande, profundo y oscuro, el viento rugía con fuerza y mecía con violencia las ramas de los árboles, los graznados de los búhos podían escucharse por todos lados. No entendía qué hacia ahí, el frío colocaba su piel de gallina y en las plantas de sus pies se clavaban las pequeñas piedras, mientras que entre sus dedos se introducía el barro mojado.
Todo aquello se sentía real.
Caminaba sin rumbo fijo, sus brazos estaban enrollados alrededor de su cuerpo, intentando que un poco de calor cubriera su cuerpo. Cuando exhalaba una nube de humo blanco se formaba y sus dientes castañeaban por el frío abrumador.
Poco a poco, todo aquel panorama fue cambiando, ahora ya no había árboles a su alrededor, cientos de flores blancas formaban un mar, el cielo se había iluminado de un azul brillante, los finos rayos del sol bañaban su piel como una suave caricia y los pájaros cantaban con alegría.
Al otro lado del lugar, una mujer de cabello rubio que caía como cascada por su espalda y de unos ojos azules con los que podía hipnotizar, iba saliendo entre los árboles. Un vestido largo y blanco cubría su cuerpo, sonreía con amor, con cariño, al muchacho que se encontraba a unos metros de distancia de ella.
Ella tenía una sonrisa que enamoraba a los ángeles y a los demonios más despiadados.
El joven de cabello azabache le correspondió la sonrisa con un enorme dolor creciendo en su pecho, ahí, a unos metros estaba ella. Estaba la mujer que más amó en la vida y la que le rompió el corazón con su partida.
Comenzó a caminar hacia ella con rapidez, quería estrecharla entre sus brazos, quería enterrar su nariz en su cuello y aspirar su aroma, sentir su cálido tacto, escuchar su majestuosa risa. Pero, mientras intentaba acercarse, las flores blancas se tornarón rojas como la sangre, comenzaron a derretirse como la cera de una vela, los tallos se enredaban en sus tobillos, impidiéndole avanzar y el dulce canto de los pájaros, fue sustituido por una serie de truenos.
Los relámpagos iluminaban el firmamento, dejando ver los buitres volando sobre ellos. Esperando, aguardando, siendo pacientes.
—¡Emily! —gritó desesperado y mirándola con terror.
Seguía luchando, la desesperación era palpable. La mujer sonreía con ternura, pero, poco a poco su sonrisa se fue desvaneciendo. Su piel ahora estaba pálida, sus ojos ya no brillaban, su largo cabello ahora caía en sus hombros; el vestido blanco estaba desgarrado, llegaba hasta sus rodillas y se encontraba sucio. Los brazos de la mujer estaban llenos de hematomas, parecía un esqueleto. Ya no había belleza, su belleza había sido consumida por el demonio.
—¡Emily! —Volvió a gritar desesperado, luchando contra el rio de sangre, intentando alcanzarla.
La mujer abrió los brazos y cerró sus ojos, pesadas lágrimas caían por su rostro y pequeños sollozos sacudían su frágil cuerpo. Cada vez más los truenos sonaban con más fiereza, los animales se veían desesperados. Ellos lo sabían, sabían lo que iba a ocurrir a continuación.
—No, no, no —pedía entre sollozos el muchacho—. Detente, por favor, detente.
Su corazón se estaba rompiendo como un cristal, su alma estaba siendo desgarrada como una tela y su vida se estaba desmoronando. Avanzaba con fuerza por el rio de sangre, intentando llegar a ella antes de que fuera tarde, necesitaba salvarla, deseaba hacerlo. Pero no se dio cuenta de algo, no era real, era una ilusión creada por su mente, una ilusión para torturarlo y para hacer que llorará lágrimas de sangre.
Aquel lugar era su averno personal, su propio infierno.
Solo unos pasos más, solo unos pasos más. Repetía en su mente.
Avanzaba desesperado, intentando llegar. Tan cerca y tan lejos a la vez. Estiró su mano, sus dedos rozaron la piel de la chica, solo…solo necesitaba estirarse más, un poco más.
Un trueno espantoso resonó en el firmamento, iluminándolo todo, los buitres volaron de picado hacia abajo, para después volar alrededor de la mujer. Los sollozos de él se mezclaban con los de ella, los buitres desesperados volaban en forma de tornado, encerrándola a ella en el medio.
—¡No! —gritó— ¡Maldición déjenla! ¡Basta! ¡Por favor!
Sus sollozos se intensificaron, su garganta ardía y se desgarraba, igual que lo hacia su corazón, igual que lo hacia su alma.
Los buitres volaron de regreso hacia el firmamento, desapareciendo en la altura. El joven levantó su rostro y ahí está ella observándolo, llorando junto a él, llorando por él, llorando por su sufrimiento.
—Emily —susurró con la voz quebrada.
La mujer sonrió, una sonrisa pura y transparente como el agua.
—No puedes salvarme, ya no puedes.
Extendió su mano hacia él, y él hizo lo mismo. Sus dedos se rozaron, después ella se desintegró como el polvo, quedando nada. Dejándolo solo, solo con su dolor, solo con su sufrimiento.»
Su cuerpo estaba empapado en sudor, se movía en la cama desesperado y sus manos se aferraban a las sabanas con fuerza. Sollozaba fuerte, su respiración era entre cortada y agitada, su corazón latía desesperado y las lágrimas recorrían sus mejillas