Dicen que las personas cambian, algunos dicen que las personas nunca cambian sino que muestran su verdadera cara, otros dicen que es por las personas que se rodean por las que cambian, algo curioso, era que yo no creía que porque te juntaras con X clase de persona te convertirias en ellas, pero si eres débil de manera emocional, pueden guiarte y terminas cambiando.
Y yo lo hice, cambie.
Tomé una gran inspiración y cerré mis ojos por unos breves momentos, mientras tomaba con fuerza el volante entre mis manos. El corazón golpeaba mi caja con violencia y mi respiración era superficial. No era la primera vez que corría, hace dos meses atrás lo había hecho, había aprendido a correr, y hasta que no estuve segura de manejar un auto y tener todo bajo control, no corrí.
Alise estaba en medio de ambos autos, movía sus caderas con seducción y alzó una bandera naranja, luego una roja y después bajó ambas. Pisé el acelerador y apreté con fuerza el volante dentro de mis dedos. Correr se sentía como si pudiera volar, se sentía increíble. La adrenalina que recorría mi sistema, la emoción, el miedo, las ganas de ganar. Llevaba la delantera y así la mantendría, pisé el acelerador a fondo y cambie las velocidades, esquivé las curvas con agilidad y sonreí por ello. No era la mejor pero tampoco era la peor, y ya había ganado un par de veces y esa noche no fue la excepción.
Salí del auto con una sonrisa en mi rostro cuando me detuve, después de pasar la meta. Los gritos eufóricos de las personas inundaron mis oídos, Jazmine me abrazó y felicitó, igual que varios de los Eagles, era una sensación increíble.
—Mejoras cada vez más —dijeron a mis espaldas.
Volteé y observé a Caroline.
—He tenido un buen tutor.
Hizo una mueca de disgusto.
—Toma. —Extendió las llaves del auto que me había ganado—. Te lo has ganado.
Las tomé y le sonreí, me abrí paso entre la multitud, algunos me abrazaban y otros me daban palmadas en la espalda. Caminé unos metros hasta llegar a donde estaba Arthur. Su cuerpo estaba apoyado a su auto, sus manos estaban cruzadas sobre su pecho y su mirada obsidiana escudriñaba mi rostro.
—Si sigues así vas a terminar superándome.
Sonreí y rodeé con mis manos su cuello, entrelazando mis dedos en la parte de atrás de su nuca.
—Quizás lo terminé haciendo.
Sonrió de lado y alzó una ceja. Rodeó mi cintura con sus brazos atrayéndome más hacia él.
—Quizás —susurró y me besó.
Sus labios se movían con fiereza sobre los míos, sus manos se aferraron a mi cintura con fuerza y nuestros pechos se tocaban. Su lengua lamió mi labio inferior e invadió mi boca, saboreé el cigarro y el alcohol. Sus manos se movieron rápido y me alzaron por los muslos, aferré mis piernas alrededor de sus caderas y me sentó sobre en el capo del auto.
Solo existíamos nosotros dos, nuestra relación iba por buen camino y cada vez me enamoraba más de él. No había nadie alrededor de nosotros. Las manos de Arthur recorrían mis muslos desnudos, erizando cada vello de mi cuerpo, el short que tenía era corto y la camisa igual. Sus besos se intensificaron y descendieron por mi cuello, donde mordió y lamió.
Sus besos eran como una droga, cuando lo pruebas quieres y anhelas más.
El sonido de sirenas se escuchaba en el fondo, alejé a Arthur y coloqué un dedo en sus labios cuando fue a protestar. Las sirenas empezaron a sonar con más fuerza y unos segundos después, todos estaban corriendo hacia sus autos.
—Mierda. —Maldijo y se apartó de mí para entrar al auto—. Tenemos que irnos, sube al auto.
Me bajé del capo rápido y me subí al auto, Arthur prendió el motor y aceleró, siguió manejando y pegó un frenazo cuando vio a Marcus y Jazmine corriendo.
—¡Hey! —llamó, ellos voltearon y les lanzó las llaves del auto que había ganado—. Salgan de aquí y no dejen que los atrapen.
Ellos asintieron y Arthur aceleró, había varias patrullas rondando, algunos oficiales ya habían atrapado a varias personas. Arthur esquivó varios carros que se atravesaban, la velocidad estaba alta y mi corazón latía desesperado. Una patrulla nos perseguía y pedía que nos detuvieramos, él ignoró lo que decían y aceleró aún más; al cabo de unos minutos perdimos a la patrulla.
Cada noche era lo mismo, me escapaba de casa e iba a las carreras ilegales a competir, varias veces la policía nos perseguía y teníamos que escapar de ella. Ya no era la misma Layla de dos meses atrás, ya no lo era.
—Eso estuvo cerca —susurré cuando se estacionó enfrente de mi casa.
Giró mi rostro, pegó nuestras frentes y dejo un beso casto en mis labios.
—Sí. —Mordió mi labio inferior—. Ya casi cumples los dieciocho. ¿Ya sabes lo que harás?
—No lo sé. —Hice una mueca—. Quizás vengan los abuelos y mamá haga una cena familiar.
Asintió.
—Después de tu cena, tú y yo nos podemos ir a divertir —dijo sonriendo.
Enarqué una ceja.
—¿Divertirnos?
Se mordió el labio inferior y sonrió de lado.