El recuerdo de un amor

Capítulo 26

Dibujaba figuras en la parte trasera del cuaderno, tenía sobre la palma de mi mano apoyada mi cabeza y mi mirada estaba fija en el cuaderno. No estaba colocando atención a lo que decía el señor Monroe, solo estaba divagando. Mis ojos me pesaban, tenía mucho sueño, la cabeza me dolía por la resaca y lo único que quería era dejar de pensar.

El timbre sonó e hice una mueca de disgusto, guardé mis cosas en la mochila y salí del salón. Los pasillos estaban llenos de estudiantes, como pude caminé hasta la cafetería, tomé una de las bandejas e hice la fila; acepté los espaguetis con salsa y carne molida, y tomé una manzana.

Salí de la cafetería a pasos largos, sentía que la cabeza me iba a explotar en cualquier momento, recorrí el patio trasero del instituto y me senté en la banca debajo del árbol. Abrí la botella de agua y tomé un sorbo, cerré mis ojos con fuerza y por unos segundos deseé desaparecer.

Me sentía vacía y sola. En algunos momentos deseaba que Anne y Derek estuvieran ahí conmigo, podía cerrar los ojos e imaginarlos. Pero lo había arruinado todo, alejé a Derek, y en esos dos meses había hecho lo mismo con Anne.

—¿Sabía que pensar demasiado nos lleva a crear ideas erróneas? —dijeron a mi lado. Abrí mis ojos y giré el rostro. Encontrándome con el profesor Monroe—. Cuando estamos solos y pensamos mucho, nos damos cuenta de las cosas que no tenemos y las personas que nos hacen falta. Pensar es nuestro propio castigo, nuestra mente nos tortura una y otra vez, nos recuerda las veces que fallamos, las personas que perdimos, y lo que no podemos tener.

—¿Por qué lo dice? 

—Estás pensando mucho, Layla —me miró por unos breves momentos—. Siempre la miraba a usted y a la señorita Foster aquí. Ambas charlaban y se reían a carcajadas. Ahora ella se ha ido y usted sigue aquí.

—Es inevitable no venir a este lugar, era nuestro lugar —susurré.

—Lo sé. Así como un asesino siempre vuelve a la escena del crimen, nosotros regresamos a los lugares en los cuales fuimos felices. —Tragó saliva—. Cuando mi esposa murió, todos los días iba a nuestro café favorito. Aquel lugar en el cual la conocí, donde le pedí matrimonio, donde llevábamos a nuestros hijos a comer aquella tarta de chocolate que tanto nos gustaba. —Hizo una pausa—. Tiempo después me di cuenta de algo, aquel lugar hacia que me aferrara al pasado, hacía que no avanzara y me quedara estancado. Dejé de frecuentar el lugar, y fue como quitar una carga de mis hombros, no te voy a mentir, cuando estoy triste y en mi pecho se crea un vacío voy a aquel lugar donde fui feliz.

—¿Cuál es el punto de esto? —inquirí.

Me miró.

—El punto, es que los recuerdos son lo único que nos queda cuando alguien se va, y los lugares son los testigos de lo que ocurrió alguna vez. Pero esos testigos te hacen desear volver el tiempo atrás, te hacen desear volver a empezar; hacerlo mejor esta vez, pero eso no se puede. Y te torturas recordando, hiriéndote con lo que en algún momento pudo ser y nunca fue.

» No hay que aferrarse a los recuerdos, Layla. Hay que seguir adelante, con todo el dolor del mundo. Crear nuevos recuerdos, vivir nuevas experiencias. Sé que es difícil, y sé que está pasando por un mal momento, lo sé porque en sus ojos se refleja la tristeza, extraña a Anne, extraña como antes era y lo entendiendo. Pero no deje que su ausencia la haga perder el rumbo.

—No es solo Anne. —Desvié la mirada—. Son muchas cosas.

—Entonces solucione esas cosas y siga adelante. No quiero ver como una de las mejores estudiantes se cae y se queda en el suelo tirada, por ello le asigné a un tutor.

Lo miré confundida.

—¿Tutor?

Asintió y se levantó.

—Vaya a las tres y media de la tarde a la biblioteca, allá va a estar esperando su tutor. Él la ayudará en los exámenes finales.

Comenzó a alejarse, me levanté y grité.

—¡¿Cómo voy a saber quién es?!

Se detuvo.

—¡Lo sabrá cuando entre en la biblioteca!

Arrugué la nariz.

—¡Necesito avisarles a mis padres y no tengo teléfono!

—¡Ya hablé con ellos y aceptaron! —Sonrió—. Su tutor la llevara a casa.

Coloqué mis manos en mis caderas.

—¿Esto es una broma?

—No, no lo es. —Comenzó a alejarse en dirección al instituto—. ¡Le recomiendo que no llegue tarde, él odia esperar!

Abrí y cerré varias veces la boca, tenía varias preguntas y no había podido formular ninguna. ¿Un tutor? Nunca había tenido uno y eso me daba miedo.

Resoplé y volví a sentarme en la banca, coloqué la bandeja de comida encima de mis piernas y comencé a comer. Tenía historia en una hora y solo pensar en escuchar a la profesora Martínez me daba sueño.

No tenía a mi lado a la persona que me sostenía, y fue porque yo había dejado de responder las llamadas y mensajes.



 

Corría por los pasillos como loca, como era de costumbre iba de nuevo tarde a un lugar, mi cabello estaba mojado por la ducha después de gimnasia, la parte trasera de mi camisa estaba mojada y sentía como las gotas se deslizaban por mi columna. 



#7907 en Joven Adulto
#21479 en Otros
#1748 en No ficción

En el texto hay: amor, amistad, tóxicos

Editado: 20.06.2021

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.