Le hice varios nudos a la tela y sonreí con orgullo cuando miré que estaba bien amarrada a la pata de la cama, me levanté del suelo y sacudí mis rodillas, caminé hasta el escritorio y lo corrí a un lado, intentando que no sonara mucho. Abrí la ventana y lancé por esta la cuerda hecha de tela.
Agarré entre mis manos la tela con fuerza, me senté encima del borde de la ventana, me di la vuelta con ayuda de la tela; coloqué mis piernas rectas en la pared y fui bajando, las manos me temblaban y mi corazón latía desesperado, bajaba con cuidado para no caerme. Si no podía salir por la puerta, salía por la ventana para verme con él.
Salté cuando me quedaban unos metros de distancia, cayendo de pie sobre el césped, sonreí con orgullo y me di la vuelta.
—¿Qué haces? —dijeron en un susurro tan débil que creí no haberlo escuchado.
Alcé la mirada hacia dónde provenía la voz, encontrándome con los ojos cafés de mi vecina.
—¿No deberías estar durmiendo? —inquirí.
Ella sonrió y se arregló un mechón amarillo que cubría su rostro.
—Tú igual, por lo que sé estás castigada.
¿Cómo lo sabe?
—Escuché los gritos de la semana pasada, creo que todos lo hicimos —aclaró.
Seguro que sí.
—Si alguien te pregunta por mí, no me viste.
Hizo una señal en sus labios de cerrado y sonrió.
Le devolví la sonrisa y traspasé el patio delantero, caminé hasta la esquina de la cuadra y el auto de Arthur estaba estacionado, abrí la puerta y me monté.
—Pensé que quizá no ibas a venir.
Volteé a verlo después de que me coloqué el cinturón de seguridad.
—Tenía que esperar que mis padres se durmieran.
Sonrió y asintió.
—Hora de irnos.
Manejaba por la ciudad con poca velocidad, esa noche iríamos al club donde se organizaban las peleas, la banda de Caroline iba a estar allí, aparte de otros grupos que irían a competir. La idea no me emocionaba mucho, odiaba ver como las personas se golpeaban hasta casi matarse. Por eso Arthur me había ido a buscar cuando las peleas terminaron y solo quedaba celebrar. La ciudad parecía viva de noche, las personas salían a divertirse, a buscar una nueva aventura.
Los edificios vacíos de la vez pasada comenzaron a rodearnos, todo lucía silencioso. Era la escena perfecta para cometer un homicidio, no habría testigos, los gritos serían callados por el silencio. Y solo la noche sabría lo ocurrido.
Bajamos del auto y nos encaminamos hacia el edificio del fondo, nuestros dedos estaban entrelazados, y el silencio nos rodeaba. Los mismos hombres de la vez pasada abrieron las puertas sin decir una sola palabra, nos adentramos en el edificio siendo recibidos por la música y los gritos de las personas. Varias personas estaban bailando y las luces de colores le daban vida al lugar.
—¡Arthur! —gritó Alise al verlo. Llevaba un vestido negro pegado al cuerpo, el cual resaltaba sus curvas. Su cabello rojizo estaba suelto y caía por su espalda, sus labios estaban pintados en rojo y contrastaba con su pálida piel—. ¡Necesitamos hablar!
—¡¿Tiene que ser ahora?! —respondió él.
Ella asintió en respuesta, ignorando mi presencia como lo hacía cada vez que se acercaba a Arthur, o estaba cerca.
Él me miró y asentí con la cabeza para que fuera, beso mis labios y se marchó con Alise. Los seguí con la mirada hasta que se perdieron entre la multitud. Mis ojos escanearon el lugar, Caroline estaba apoyada a una pared, con un vaso rojo entre su mano, mientras hablaba con Ethan a su lado.
—¡Hey! —gritaron en mi oído.
Volteé encontrándome con Jazmine.
—¡Hey! —grité de vuelta.
—¡Vamos! —Enganchó su brazo con el mío y me jaló hacia donde estaban los demás.
Marcus estaba con una pelinegra besándose, mientras que los demás chicos estaban bebiendo y jugando a la botellita. Jazmine me extendió un vaso y lo tomé, lo llevé a mis labios y el alcohol se deslizó por mi garganta. La rubia me tomó de las manos y arrastró hasta donde la multitud bailaba, la música electrónica resonaba en el lugar, inundando cada espacio que había.
Un vaso. Dos vasos. Tres vasos. Cuatro vasos.
Hasta que perdí la cuenta de cuantos me había tomado, una sonrisa adornaba mis labios mientras bailaba, me sentía libre, sin preocupaciones, sin problemas, sin nada encima de mí. Nos sentamos en las sillas mientras ambas nos reíamos, ella saco un porro de marihuana, lo encendió, le dio una calada y soltó el humo.
—¿Quieres probar? —susurró en mi oído al ver que la miraba.
—No sé cómo fumar —confesé, arrastrando las palabras.
Hizo un ademán con la mano quitándole importancia.
—Hay una primera vez para todo —me extendió el porro—. Esto te hará sentir mucho mejor, hazlo.
Tomé el porro entre mis manos y lo llevé hacia mi boca, pero antes de que pudiera darle una calada este terminó en el suelo. Parpadeé varias veces seguidas intentando entender lo que ocurría. Alguien me estaba jalando del brazo, pero no sabía quién era, Jazmine estaba gritando, pero no entendía lo que decía, el agarre era fuerte pero no llegaba al punto de lastimarme.