El recuerdo de un amor

Capítulo 30

Subimos por las escaleras, el ascensor estaba averiado y no se podía utilizar. Mientras subía los escalones, mi ritmo cardíaco aumentaba, mis manos sudaban y mi cabeza era un huracán de pensamientos. Tenía semanas sin verlo, había estado concentrada en los exámenes y en pasarlos que otra cosas que no fueran ellos, no estaba en mi cabeza.

Al llegar al último piso, el sonido de cosas quebrándose y gritos llegaron a mis oídos. Un nudo se creo en mi garganta al estar de pie ante la puerta. Jazmine tocó y un Marcus asustado abrió la puerta.

—Pensé que no llegarían. —Nos dio la espalda y se internó en el apartamento.

Caminé detrás de Jazmine, todo estaba destrozado, había vidrios rotos por todas partes, y se escuchaba a Arthur gritar en una de las habitaciones.

—Tuve que encerrarlo —me miró—. Quería ir a buscarte, pero en ese estado de ebriedad en la que está, terminaría estrellándose antes de llegar a tu casa.

—¿Cómo ocurrió esto? —inquirió Jazmine.

—Se la ha pasado fumando y bebiendo. —Soltó un suspiro—. El portero me llamó cuando subió a entregarle un paquete y escuchó los gritos.

—¿Por qué los vecinos no intervinieron? —inquirí.

—El edificio es de Arthur, Layla. Todo este piso está vacío, solo vive él en el piso.

—¡Abre la maldita puerta Marcus! —bramó Arthur—. ¡Cuando salga de aquí te voy a matar!

Los tres giramos el rostro en dirección a los gritos.

—Deberías ir y domar a la bestia —anunció Marcus, colocó una llave encima de una mesa de madera, se acercó a Jazmine y la tomó del brazo, jalandola hacia la salida—. Nosotros nos vamos.

Jazmine se soltó de manera brusca.

—¿Eres idiota? Le puede hacer algo, no pienso dejarla sola.

Desordenó su cabello frustrado.

—Ella es la única que le provoca dolor, y la única que lo sana. ¿Crees que le va hacer algo? —Sonrió con burla—. Lo dudo, ahora vamos.

Sin esperar respuesta la sacó del apartamento, mientras que ella refunfuñaba y se retorcía por su agarre. Me quedé quieta en mi lugar, los gritos de Arthur se habían detenido, era un silencio sepulcral. Caminé hasta la mesa y tomé entre mis dedos la llave. Suspiré y me encaminé hacia la puerta, metí la llave, respiré profundo y la giré; quitando el seguro, para después entrar en la habitación.

La luz de la luna traspasaba las cortinas blancas, en el suelo había dos lámparas rotas, botellas quebradas de licor, algunos cajones estaban destrozados y las almohadas estaban despedazadas. Arthur estaba sentado en el suelo, enfrente de la ventana, su rostro estaba entre sus rodillas y su cuerpo temblaba.

Caminé hasta él con cuidado, me coloqué de cuclillas y acaricié sus antebrazos. Él alzó la cabeza ante la caricia y sonrió al verme. Su rostro estaba lleno de lágrimas, sus ojos lucían apagados y tristes. Él lucía sin vida.

—Así estaré de borracho que estoy alucinando. —El olor a alcohol en su aliento era alto, sus ojos estaban rojos e hinchados. Una sonrisa triste se deslizó por sus labios—. Que patético soy. 

—No soy una ilusión —susurré.

Frunció el ceño y elevó sus manos hasta mi rostro, palpó mis mejillas, asegurándose de que estaba ahí; acarició mis mejillas con sus pulgares y luego unió nuestras frentes, soltando un suspiro tembloroso.

—¿Por qué sigues aquí? —inquirió con voz ronca—. Soy un imbécil que te está hiriendo, y aun así sigues aquí.

Subí mis manos hasta colocarlas sobre las suyas, mordí mi labio inferior y cerré los ojos con fuerza, mientras sentía cómo la opresión en mi pecho se extendía, llegando a ser asfixiante y obligándome a respirar por la boca.

—No lo sé, no sé porqué sigo aquí.

Quizás era masoquista, algunos lo llaman estupidez, pero era la verdad. Estaba ahí para alguien que me lastimaba, no importaba si pasaban semanas donde no nos mirábamos o hablábamos, siempre volvía una y otra vez hacia él.

Alejó sus manos de mi rostro.

—No quiero destruirte —susurró—. No quiero hacerlo.

—Entonces no lo hagas, no me destruyas.

Meneó la cabeza y se levantó.

—No lo entiendes.

—¿Qué no entiendo? —Me levanté—. ¿Dime?

—Todo lo que toco lo destruyo, ¿entiendes? —Giró a verme, se miraba desorientado y a la vez asustado—. No importa cuánto desee no hacerlo, termino haciéndolo. ¡Y no quiero destruirte a ti! ¡Joder a ti no!

—Arthur…

Intenté acercarme, pero él se alejó.

—Deberías irte, Layla. Solo vete y olvida que nos conocimos en algún momento.

Sus palabras se clavaron en mi pecho como una daga, ¿irme? No quería hacerlo, no quería. Lo amaba, aunque dolía lo amaba. Junto a él me sentía bien, me sentía amada. Y también me sentía perdida y desorientada. Podía irme, podía desaparecer y después, ¿qué haría después? Estar con Arthur hacía que el vacío que sentía fuera llenado, él lo había dicho, era lo único que tenía.



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En el texto hay: amor, amistad, tóxicos

Editado: 20.06.2021

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