—Cumpleaños feliz, te deseamos a ti. Cumpleaños Layla, cumpleaños feliz. —Cantó en mi oído, para luego darme una nalgada.
—¡Mamá! —chillé y a mis oídos llegó el sonido de su risa.
Me moví en la cama como si fuera un gusano, hasta acercarme a ella y colocar mi cabeza encima de sus piernas.
—¿Tenías que darme una nalgada? —susurré con los ojos cerrados.
Sus manos acariciaban mi cabello con suavidad, su aroma a canela me envolvió, dándome una sensación de paz. Dejó un beso en mi cabeza y habló:
—No todos los días cumples dieciocho, y es nuestra tradición.
Sonreí y me acurruque más a su lado.
—Nunca cambias —susurré.
—Y nunca lo haré, pequeña.
Siguió acariciando mi cabello, mientras que tarareaba una canción que no logré identificar. Mi cuerpo se fue haciendo cada vez más liviano, solté un bostezo y me dejé llevar por sus caricias y su voz.
La tradición de mi madre era que todos los años, a las seis de la mañana, el día de mi cumpleaños, me cantaba en el oído y al terminar me daba una nalgada. Luego yo me acercaba quejándome y colocaba mi cabeza encima de sus piernas, ella me acariciaba el cabello y me cantaba para volver a dormir.
Desde que tengo uso de razón lo hacía, mi abuela se burló de mí cuando en mi décimo cumpleaños le conté. Ella me dijo que hizo lo mismo con cada uno de sus hijos, y que mamá solo seguía la tradición. A diferencia de ellas mi padre tenía una tradición diferente.
—Buenos días —dije entrando a la cocina.
—Buenos días, pequeña no tan pequeña —respondió papá, se acercó y me envolvió en un abrazo. Besó mi coronilla y se alejó—. Ya eres toda una mujercita.
Sonreí.
Caminé hasta la encimera y me senté en un taburete.
Volteó a verme, en su mejilla izquierda había harina, tenía puesto un delantal de color azul marino que decía en el centro en letras blancas El mejor cocinero, aunque eso no iba con él. Lo único que sabía cocinar sin quemar la casa era hot cakes.
—Aunque todavía eres un bebé y siempre lo serás ante mis ojos —se apresuró a aclarar—. Y aunque no lo quiera aceptar, estas creciendo a largos pasos.
—Y detestas que eso ocurra —afirmé.
Asintió y sacó el hot cake del sartén, para luego echar más mezcla.
—Todos los padres detestamos ver a nuestros hijos crecer tan rápido, y más si es nuestro único hijo —añadió—. Pero es inevitable, ya que es…
—El ciclo de la vida.
Sonrió.
—Exacto, es por ello que voy a adoptar un perro —aseguró y volteó el hot cake—. Cuando te vayas a la universidad lo haré. Y lo llamaré Dexter.
Arrugué la frente.
—¿Cómo el protagonista del laboratorio de Dexter? (1) —inquirí.
Asintió en respuesta.
Sacó el hot cake del sartén y lo colocó en un plato junto a los demás, luego agarró otro plato y colocó varios hot cakes, les vertió miel por encima y decoró con algunas frutas. Tomó dos vasos y les echó jugo de naranja, caminó hasta mí y colocó el plato y el vaso en la encimera, para después voltearse y tomar el otro plato y vaso. Se sentó enfrente de mí y sonrió.
—Feliz cumpleaños, cariño. —Felicitó y acarició mi mano.
—Gracias —me levanté y besé su mejilla para luego volver a sentarme.
Él sonrió y nos colocamos a comer.
Esa era la tradición de mi padre, hacer hot cakes y jugo de naranja. Todos los años hacia lo mismo y nunca me cansaba de comerlos, porque eran pequeños detalles que valían por mil.
—¿Mamá no va a comer? —pregunté.
Negó y tomó un sorbo de jugo antes de hablar.
—Vamos a ir a buscar a tus abuelos al aeropuerto para hacer la cena en la noche, pero tu madre salió a comprar algo para la abuela. —Miró su teléfono y luego abrió los ojos—. Ya me tengo que ir.
—Pero todavía no has terminado —me quejé e hice un puchero.
—Lo sé, pero tu madre me está esperando. Y si me amas y quieres que siga vivo me entenderás.
Se levantó del taburete, se quitó el delantal y empezó a buscar algo.
—¿Le tienes miedo a mamá? —inquirí con la boca llena.
—No, pero ella sacó el carácter de tu abuelo. Y no hables con la boca llena —reprendió. Se quedó pensativo por unos segundos, para luego girar y tomar las llaves que estaban encima del microondas. Se acercó y dejó un beso en mi frente—. Disfruta del desayuno, cariño.
Sin decir nada más salió de la cocina, y segundos después se escuchó la puerta principal cerrarse. Agarré mi teléfono que estaba a un lado, y mientras comía revisaba los mensajes y notificaciones. Buscando entre ellas una en especial, pero no estaba. Un chat en específico apareció ante mis ojos, era el chat de Anne, cuando me metí en el visualice que en la parte superior salía escribiendo. Mi respiración se tornó lenta y pausada, me quedé mirando fijamente el chat, esperando por un final que nunca llegó. Porque después de unos minutos, dejó de aparecer eso y ella ya no estaba en línea.