El recuerdo de un amor

Capítulo 37

—Subiremos —afirmó.

—No, no lo haremos —negué.

La cabeza del hombre que estaba encargado de la montaña rusa, giraba de mí hacia Arthur, y de Arthur de nuevo hacia mí; parecía que miraba un partido de tenis. Odiaba subirme en las montañas rusas, me daba miedo que el soporte de seguridad se abriera y cayera, provocando una muerte segura y dolorosa.

—Deja de ser cobarde, cariño —me miró divertido y luego miró al encargado—. Si subiremos. 

Sin poder objetar jaló de mi brazo y me sentó en el carrito, me colocó el soporte y se aseguró de que estuviera bien cerrado, para luego sentarse a mi lado. El señor nos miraba irritado y masculló entre dientes: Tenían que ser adolescentes, soltó un suspiro cansado cuando Arthur le dijo que ya estábamos listos y, colocó en marcha el carro.

Habíamos estado en mi habitación mirando el techo, ambos sumidos en un silencio cómodo, cada uno sumergido en sus propios pensamientos. Esperamos que mis padres se acostaran y revisaran que estaba dormida para luego salir por la ventana. Me sentí culpable al escapar pero quería hacerlo. Quería estar con él.

Mis manos se aferraron al tubo de hierro con fuerza, detrás de nosotros había dos adolescentes que hablaban de manera animada y feliz porque se habían montado. Mientras que yo rogaba para que dijeran que el juego no funcionaba, y que nos teníamos que bajar.

—Si muero será tu culpa —espeté cuando comenzamos a movernos.

Soltó una carcajada.

—Si mueres, lo haré contigo —aclaró—. Estamos en la misma atracción.

Volteé a verlo y nuestras miradas se conectaron. Sus ojos obsidiana me miraban con ternura; colocó una de sus manos encima de la mía y acarició. Ese simple gesto hizo que me diera algo de tranquilidad, pero aún sentía que me iba a morir de miedo.

Aparté la mirada y me aferré con más fuerza al tubo de hierro. Los gritos de una mujer diciendo que la bajaran que iba a morir, llegaban a mis oídos y mi pánico aumentaba. Ella gritaba como la protagonista de Destino Final 3 (1). Mi único consuelo era saber que no era la única asustada. El carrito empezó a subir la cuesta, mi cuerpo se empezaba a sentir cada vez más pesado y cerré mis ojos con fuerza; cuando empezamos a descender.

—¡Alza las manos!—gritó Arthur.

Gritos se escuchaban y tarde unos segundos en comprender que era  yo la que gritaba, pero no eran de la emoción; eran gritos de pánico. Las manos Arthur tomaron las mías y las levantó, me gritó que abriera los ojos y poco a poco lo fui haciendo. El miedo que sentía fue reemplazado por diversión,  mis gritos llenos de pánico y temor, ahora eran gritos eufóricos y risas alocadas. Mi cuerpo acompañaba el movimiento en los loops y curvas, me sentía libre, me sentía feliz.

—¡Quiero volver a intentarlo! —exclamé como una niña pequeña al bajarnos.

Él sonrió y entrelazó nuestras manos, a la vez que negaba con la cabeza.

—Todavía hay otros juegos —aclaró.

—Eres una aguafiestas —espeté

Se colocó enfrente de mí y acunó mi rostro entre sus manos.

—No lo soy. —Sonrió y dejó un beso corto en mis labios—. Ahora vamos a los carritos chocones.

Refunfuñando caminé con él hasta el juego, hicimos la fila y en unos minutos ya estábamos sentado en los carritos. El mío era verde y el de él era amarillo, parecíamos dos niños pequeños jugando, como si nunca nos hubiéramos montado en ese juego. Había sido una salida extraña; él sonreía de manera distinta a como lo hacía el noventa por ciento de las veces. No era una sonrisa arrogante y calculadora, era una sonrisa cálida, transparente y verdadera.

Nos montamos en cada uno de los juegos, no faltó ninguna atracción. Comimos hasta que nuestros estómagos estaban repletos y queríamos vomitar; en algunos juegos nos montamos varias veces, y en otros solo una vez y ya.

—Jazmine me dijo que te acompañó a comprar el vestido para el baile —habló mientras caminábamos y comíamos algodón de azúcar.

Tragué el pedazo que tenía en mi boca.

—Sí, ella me ayudó.

—Vas a ir con Derek —afirmó.

Giré a verlo.

—¿Y eso te molesta? —inquirí.

Nos detuvimos y me miró. Sus ojos ya no me miraban como segundos atrás, no me miraban de manera tierna o cálida, ahora me miraban de manera fría y se miraba una pizca de enojo en ellos.

—¿Debería hacerlo? —cuestionó de golpe.

Aparté la mirada y empecé a alejarme.

—No, no deberías.

Su  mano se aferró a mi codo y me giró, solté un pequeño grito cuando nuestros pechos chocaron. Una de mis manos estaba en su pecho, y la otra, con la que sostenía lo que quedaba de algodón de azúcar estaba alejada. Repentinamente me comencé a enojar, era como si toda la felicidad se hubiera extinto, y los problemas, inseguridades e infidelidades, hubieran caído sobre mi mente como un balde de agua fría.

—Estás enojada —susurró.

—Que observador eres —hablé con sarcasmo.



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En el texto hay: amor, amistad, tóxicos

Editado: 20.06.2021

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