El recuerdo de un amor

Capítulo 42

Miraba detrás del árbol, mis padres estaban bajando del auto con varias bolsas, mamá giró hacia atrás sonriendo y parecía a punto de decir algo pero se detuvo abruptamente, vi como sus ojos se llenaron de dolor, la sonrisa desapareció; convirtiéndose en una mueca de tristeza, meneó la cabeza hacia los lados y bajó la mirada hacia sus pies. Papá se acercó a ella y le susurró algo en el oído que la hizo asentir, luego ambos se adentraron en la casa sin ver hacia atrás.

Apoyé mi frente en el árbol y dejé salir un largo suspiro.

Otra vez me quedaba detrás del árbol, otra vez me iba sin decir nada. Caminé sin rumbo fijo por las calles de Minnesota, intentando que mi cabeza dejara de doler, intentando que todo dejara de ser tan confuso.

Terminé entrando a una cafetería y el olor a café recién hecho, y la campana que estaba guindada en la puerta me dieron la bienvenida; caminé hasta la fila de personas y me ubiqué detrás de una mujer mayor, al cabo de unos minutos me atendieron, hice mi pedido y pagué a lo que me lo entregaron, caminé hasta una mesa que estaba en el fondo y me senté a comer.

Cuando te pasas la mayor parte del tiempo sola, te terminas acostumbrando a la soledad, o quizás terminas llorando y suplicando por un poco de compañía. En mi caso, ya me había acostumbrado a la soledad, a estar rodeada de un silencio sepulcral y no tener a alguien a la mano.

Busqué mi teléfono en el bolsillo de mi pantalón cuando esté sonó, era un mensaje.

Jazz: Acabo de ver a un tipo leyendo, creo que hubieras soltado un grito de emoción.

3:35 pm

Sonreí.

Layla: Le hubieras tomado una fotografía.

3:35 pm

Jazz: Gracias, pero me gusta tener mi dignidad completa, después se da cuenta.

3: 36 pm

—¡Mami quiero otro pedazo! —exclamó la voz de una niña pequeña.

Alce la mirada y una niña estaba a unos pasos de distancia mirando con súplica a su madre.

—Ahora no, te puede dar dolor de estómago, y tu padre ya nos está esperando —explicó la mujer con dulzura.

La niña hizo un puchero y colocó carita de perrito arrepentido. La mujer bufó y terminó comprándole otro pedazo de Pay, para luego ambas abandonar el lugar. Sin darme cuenta estaba sonriendo, siempre que le rogaba a mi madre por otro pedazo de torta o lo que fuera, terminaba con dolor de estómago, tal y como ella decía, y después me decía su frase favorita: Te lo dije.

—Los padres siempre malcriando a los hijos —dijeron.

Busqué con la mirada al propietario de la voz hasta llegar a un hombre, no era mayor, quizá tenía veinte años o veintiuno, su cabello era rojizo, su piel blanquecina y tenía algunas pecas en el rostro. Él estaba enfrente de mi mesa, había una taza de café en esta y entre sus manos estaba un libro. Sonreí y abrí la cámara de mi teléfono, para después tomarle una fotografía, creí que saldría victoriosa, pero el flash estaba activado y la luz llamó su atención.

A través de la cámara miré sus ojos, los cuales eran cafés claros, tenía cejas pobladas y sus pestañas eran largas. Estuve en la misma posición durante varios segundos, y él siguió mirándome con curiosidad, y una pizca de humor se reflejaba en sus ojos. Aparté la mirada, pero sentía la mirada de él en mí, tomé mis cosas y salí hecha un rayo de allí.

Debo aprender a ser discreta o quizás dejar de ser chismosa. Pensé.

Es chistoso, porque si no hubiese sido curiosa, o mejor dicho; chismosa. Jamás hubiera visto a Derek y Caro aquella noche en el restaurante, y quizás nunca nos hubiéramos hablado.

Quizás la historia ahora sería diferente.

—¡Me gustaría ver la fotografía! —gritaron detrás de mí.

Me detuve al escuchar la palabra fotografía, pensé en que podía seguir caminando e ignorar su grito, o que quizás el grito era para otra persona pero, no hay muchas casualidades en la vida, y ese grito había sido para mí. Solté un suspiro y giré.

—¿Por qué? —inquirí.

Embozó una sonrisa divertida, metió las manos en sus bolsillos delanteros del pantalón, y caminó hasta quedar a unos pasos de distancia.

—No lo sé, quizás porque me la tomaste —dijo obvio.

—Solo es una fotografía —objeté.

—En la que salgo yo —contraatacó—. Vamos, enséñamela.

Resignada saqué mi teléfono y me metí en galería, extendí el teléfono y se lo pasé. Lo tomó entre sus manos y arqueó una ceja.

  —Lamento habértela tomado sin permiso —hablé al ver que seguía con la mirada en la pantalla.

—No lo lamentes, eres buena. —Sonrió sin mirarme—. Esta me gusta.

Lo miré confundida, él giró el teléfono en mi dirección y me mostró la fotografía. La cual era la que había tomado en Ashland, era la fotografía del puente, aquel puente que era el lugar preferido de Derek. Miré al hombre enojada y le arrebaté el teléfono de sus manos.



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En el texto hay: amor, amistad, tóxicos

Editado: 20.06.2021

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