El recuerdo de un amor

Capítulo 48

Una semana tiene siete días, los cuales están compuestos por 168 horas, 10.080 minutos y 604.800 segundos. Y aunque para muchos las semanas pasan volando, para mí, al estar encerrada en una habitación durante todo el día, era como ver a una tortuga caminando y queriendo llegar hacia la esquina de una habitación.

Dejé salir un largo y perezoso suspiro, lancé el control remoto hacia un lado y tallé mi rostro con pereza, durante varios segundos me quedé mirando el techo blanco con algunas grietas. Mi vida había dado un cambio radical, y extrañaba mi vieja vida, extrañaba mi familia y a mis amigos.

¿Qué estarían haciendo mis padres?

Anne, ¿qué habrá sido de ella? ¿Ganaría el concurso de reina del baile?

Si lo hubiera hecho, me imaginaba su gran sonrisa y como sus ojos verdes olivo brillaban por la emoción, por la felicidad.

¿Qué estaría haciendo Derek?

¿Y Jazz?

No sabía nada, estaba incomunicada. Cada día, me despertaba y esperaba a que Andy o Arthur me llevaran el desayuno, después se iban cuando terminaba de comer y regresaban en la hora del almuerzo o de la cena, pero nadie venía antes de las horas de comida. Arthur no me hablaba, solo me daba de comer y se quedaba mirando el suelo, no mostraba expresiones, y había sacado su ropa del closet, quizás así evitaba verme.

A veces, cuando tenía insomnio, escuchaba sus pasos en la madrugada, me hacia la dormida cuando entraba en la habitación y se sentaba a los pies de la cama, siempre decía cosas que no entendía, se quedaba un rato y luego volvía a irse.

Me levanté de la cama y fui al baño, abrí la llave del agua y mojé mi rostro y parte de mi cuello, tenía ojeras y mi cabello estaba despeinado, la Layla del espejo parecía un muerto viviente que estaba encerrada en una habitación. Reí al darme cuenta que parecía Rapunzel encerrada en una torre, pero no tenía una larga cabellera y no iba a venir un príncipe a liberarme.

Salí del cuarto de baño y caminé hasta la ventana, corrí las cortinas y la abrí, dejando que el aire entrara en la habitación y refrescara mi cuerpo, cerré los ojos e inhalé una boca de aire puro, algunos rayos de sol alcanzaban mi cuerpo, calentándolo rápido. Eran como las doce, ya que el sol estaba bastante caliente y mi estómago empezaba a pedir comida. Bajé la mirada hacía la calle, las personas se miraban como pequeñas hormigas caminando, cada uno con su vida, sin saber que a unos metros de altura había alguien encerrado.

El sonido de la puerta principal siendo cerrada llegó hasta mis oídos, pero no me moví de donde estaba; mi mirada seguía en las figuras que había a unos metros. Hubiera sido fácil gritar, pero,eso no me aseguraba que alguien me escuchara, o quizás lanzar un papel pidiendo ayuda, pero eso tampoco serviría, porque antes de que alguien me ayudara, Arthur ya se hubiera enterado de lo que había hecho.

—¿No vas a comer? —inquirieron, pero no era la voz de Arthur, tampoco la de Andy que subía a veces a traerme algo.

Volteé encontrándome con Marcus, en una mano tenía una bolsa de comida y escudriñaba mi rostro, sus ojos azules recorrieron mis brazos y se quedaron en los hematomas con forma de dedos que habían allí, todavía no desaparecían por completo pero lo estaban haciendo. Me sorprendió verlo allí, Arthur era al único al que miraba y muy pocas veces a Andy

—¿Ahora eres muda? —curioseó.

—No —contesté con la voz algo ronca.

—Entonces…siéntate para que comas.

Sin decir nada me acerqué a la cama, me senté con las piernas cruzadas y agarré la mesa pequeña que estaba a un lado de la cama y la coloqué en mis piernas, era de esas mesas que utilizan en los hospitales para colocar la comida de los pacientes. Al terminar de acomodarme él sacó los envases de la bolsa y los depositó en la mesa junto a los cubiertos de plástico. Abrí los envases; en uno había una ensalada de pollo, en otro una milanesa y un vaso con tapa que tenía jugo de fresa.

—Puedes irte —hablé al verlo de pie. Su presencia me incomodaba e inquietaba.

—Arthur me dijo que viera que comieras —se sentó en la cama—, además, ¿no quieres algo de compañía?  Digo, debes de estar muy aburrida aquí encerrada.

—Prefiero estar sola que contigo.

Soltó una carcajada como si le hubiera contado algún chiste, lo miré confundida por sus reacción y esté se calló al ver que lo miraba.

—Se me olvidaba que tienes una lengua muy suelta —habló con diversión.

—Y a mí que no tienes cerebro, ahora largo —escupí con irritación.

Negó con la cabeza divertido, su mirada recorrió mi rostro, bajó por mi cuello y torso, se lamió el labio inferior y mordió un poco, para luego volver a mis ojos. Su miraba me daba asco, odiaba que me miraba como si fuera una presa y él un depredador. El hambre terminó desapareciendo y solo sentía ganas de vomitar.

—No deberías hablarme así, no si quieres salir de aquí —se acercó un poco más, hasta que la piel desnuda de mis pies tocaban el borde de sus pantalones.

—¿De qué hablas? —inquirí con cautela. Mi cerebro estaba alerta a cada uno de sus movimientos, no confiaba en él, nunca lo haría.

Una de sus manos se colocó encima de mi rodilla izquierda y acarició. Me coloqué rígida, cada parte de mi cuerpo se tensó, quería alejar su mano, quería alejarme de él.



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En el texto hay: amor, amistad, tóxicos

Editado: 20.06.2021

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