—Ahora no...es mejor que te vayas. —Escuché decir a la tía de Jazz.
Me había quedado dormida en el auto de Derek, y había amanecido en la cama de Jazz. Al levantarme me sentía desorientada, no sabía dónde estaba, además de que tenía resaca y la cabeza me dolía. Después de unos minutos me levanté de la cama y me metí a la ducha, donde dejé que el agua lavara mi cuerpo, porque aún me sentía hecha una mierda, mis ojos dolían de tanto llorar y me sentía cansada. Había desayunado junto a la tía Mer y luego subido de nuevo al cuarto a acostarme, Jazz no estaba; ya que había ido a comer con su padre.
Estaba en las escaleras, escuchando a la tía Mer hablando con Arthur, no sabía hace cuanto estaba ahí, pero cuando bajaba hacia la planta inferior por un vaso de agua, escuché su voz y me quedé inmóvil, como si hubieran colocado un freno en mi cuerpo y no pudiera moverme.
—Solo unos minutos, es lo único que te pido Mer...—Escuché que suplicaba Arthur.
Él lo único que hacía era suplicarle a Mer hablar conmigo, mientras que ella le repetía una y otra vez que era mejor que se fuera. Cuando Mer quería podía llegar a ser como una mamá oso protectora, y saber que ella se preocupaba por mí y me cuidaba me hacía sentir tan débil. Hubiera deseado que mi madre hubiera sido la que detenía a Arthur.
Solté un pequeño suspiro cansado, terminé de bajar las escaleras; enfrentándome a lo que venía.
—Está bien, tía Mer —susurré, logrando que Arthur volteará y fijará su mirada en mí, mientras que Mer solo me miraba con preocupación—. Solo hablaré con él y luego se ira.
Y quizás lo haga para siempre.
—¿Estás segura, cielo? —inquirió y asentí en respuesta.
Ella soltó un suspiro, caminó hasta mí y susurró en mi oído que estaría en el patio por si la necesitaba, luego de darle a Arthur una mirada de advertencia salió del lugar, dejándonos solos a los dos.
Él estaba a unos pasos de distancia, mientras que yo estaba en el pasillo. Mis manos estaban convertidas en jarras, tenía un short largo de pijama y una camisa de tiras, no tenía ganas de vestirme con algo diferente, porque entre mis planes no estaba salir de la cama. Él me miraba con detenimiento, su cabello estaba desordenado, mientras que su cuerpo se encontraba tenso.
—¿Quieres sentarte? —inquirió, señaló el sofá individual que había a su costado izquierdo. No me moví y seguí mirándolo—. Por favor.
Aparté la mirada de él, caminé hasta el sofá y me senté (él se sentó en otro sofá individual que estaba enfrente de mí), entrelacé mis dedos y coloqué mis manos encima de mi vientre, mis ojos estaban sobre Arthur y los de él sobre mí. Mi corazón seguía latiendo fuerte en mi pecho como siempre, pero había una pequeña diferencia; él estaba comprendiendo que todo estaba llegando a su final, un final triste y doloroso; un final que, aunque no queríamos, era necesario para poder curar y cicatrizar las heridas abiertas.
—¿Por qué estás aquí? —inquirí en un susurro ronco.
Parpadeó varias veces confundido, como si se hubiera perdido en sus pensamientos. Se acomodó en el sofá y habló.
—Necesitamos hablar —respondió en un susurro.
—¿Sobre qué?
—Sobre nosotros —murmuró.
—Ya no hay un nosotros, Arthur. —Una sonrisa triste se desplazó por mis labios—. Ya no existe un nosotros. Tú mismo lo destruiste.
Cerró sus ojos con fuerza, como si mis palabras hubieran sido dagas filosas que perforaban su corazón; y quizás lo eran. Pero, esa era la realidad, ya no había un nosotros, ya no. Él había destruido aquello que en algún momento había sido amor.
—Podemos solucionar esto —susurró, aún con los ojos cerrados—, podemos hacerlo.
Mantente firme, no caigas otra vez. Repetía en mi mente, mis ojos me picaban, mi respiración se estaba empezando a tornar pesada, quería salir de allí.
—No —negué con un nudo en la garganta. Abrió sus ojos al escucharme hablar, se miraba tan indefenso y desesperado—, no podemos solucionar nada, ya no podemos.
Negó con la cabeza y volvió a cerrar sus ojos con fuerza, mientras que su respiración era inestable. Apoyó los codos a sus rodillas, y entre sus manos escondió su rostro.
—Si podemos —susurró con la voz ronca. Apartó el rostro de sus manos y me observó—, aún podemos.
—Arthur...
—Layla, por favor —suplicó, se levantó del sofá y se arrodilló enfrente de mí, tomando mis manos entre la suyas—. No hagas esto, no lo hagas
—Arthur...
—Te amo. —Cerré mis ojos con fuerza. Escuchar un te amo debería de hacerte feliz, debería llenarte de amor y alegría. No clavarse en tu corazón y hacerlo sangrar—, cariño podemos ser felices, lo haremos.
—Arthur no...—pedí en un hilo de voz, mientras que algunas lágrimas recorrían mis mejillas.
—Podemos ser felices —repitió—, podemos serlo —afirmó—. Buscaré ayuda, me controlaré, aprenderé a amarte mejor. —Acunó mi rostro entre sus manos, sus manos acariciaban mis mejillas, limpiando las lágrimas—. Mírame —suplicó en un susurro—, por favor, mírame. —Volvió a suplicar y lo hice.
Al abrir mis ojos, todo estaba borroso por las lágrimas, pero aun así podía ver los ojos de él llenos de lágrimas y como estas corrían por sus mejillas. Un sollozo salió de mis labios, cerré mis ojos con fuerza cuando me atrajo hacia su cuerpo y me abrazó. Dolía, se sentía como si me estuvieran quemando por dentro, como si estuvieran arrancándome un pedazo del alma. Quería llorar, gritar, golpear algo, quería que dejara de doler. Lloré entre sus brazos, mientras que él me acariciaba la espalda, pero en vez de encontrar consuelo entre ellos, solo encontraba más dolor hasta llegar al punto en el cual me sentía asfixiada.
—Estaremos bien —susurraba—, te amo cariño, te prometo que todo estará bien.
Sollocé con más fuerza. Los recuerdos son tan poderosos; aunque queramos no podemos huir de ellos, ellos siempre están ahí; recordándonos cuán miserables fuimos en algún momento. Mis recuerdos bombardeaban mi mente, me estaban haciendo sentir miserable, pero también me hacían ver que necesitaba apartarme de él. Arthur con Alise, el gritándome, zarandeándome, amenazándome, rompiendo mi corazón, prometiendo cosas que no cumpliría, haciendo añicos mi alma.