«—Layla, Layla, Layla...—Canturreaba mi nombre una voz ronca y áspera, llena de maldad y crueldad. Mis manos y piernas temblaban, mi corazón martillaba mi pecho con fuerza y mi respiración era desenfrenada. Estaba sentada en la esquina de una habitación, mis rodillas estaban pegadas a mi pecho y mis manos las rodeaban. Todo estaba oscuro, y la voz, esa voz se escuchaba algo lejos.
Alguien estaba allí, no estaba sola, lo sabía, lo sentía, lágrimas calientes se deslizaban por mis mejillas, empapándolas; uno que otro sollozo escapaba de mis labios y el sabor de agua salada mojaba mis labios. Él estaba ahí, él me acechaba, él me quería lastimar.
—Layla, Layla, Layla...—Volvía a canturrear una y otra vez, su voz se escuchaba cada vez más cerca, más peligrosa.
Meneaba mi cabeza con frenesí, abrazaba mis piernas con fuerza y los sollozos aumentaban, sonaban con fuerza. Quiero despertar, quiero despertar, por favor...pedía una y otra vez, pero no lo hacía, la pesadilla aún seguía.
—Layla, Layla, Layla...—repitió, la voz se escuchaba cerca, muy cerca. Solté un sollozo y abracé con más fuerza mis piernas, mis manos ya dolían y mi cuerpo temblaba como una hoja de papel.
—No es real, no es real, no es real —repetía en voz baja, con los ojos cerrados y la voz entrecortada.
Unos dedos recorrieron mis brazos, su tacto se sentía como el fuego, quemando mi piel. Me encogí en el lugar, los sollozos y espasmos se adueñaron de mi cuerpo, tenía miedo, sentía terror y me costaba respirar, no podía hacerlo.
—Te tengo muñequita —susurraron en mi oído.
—¡No! —El grito salió con fuerza de mis labios. Dos manos se aferraron a mis brazos, levantándome del suelo y luego tirándome, el dolor se extendió por mi espalda cuando mi cuerpo impactó contra el suelo, un quejido de dolor escapó de mis labios, seguido de un sollozo.
Mis ojos se abrieron, Marcus, él estaba ahí, parado enfrente de mí. Intenté girarme, pero él no me dejo, me sostuvo por los hombros y se montó encima de mí, mis manos comenzaron a golpear su pecho con fuerza, gritaba para que se apartara, suplicaba, lloraba, pero él no se movía. Cuando sus labios tocaron la piel de mi cuello grité con fuerza, me removía debajo de él, no quería que me tocara, no quería.
Sentía asco, dolor y repulsión cada vez que sus manos recorrían mi cuerpo. No es real, no es real, esto no es real. Me repetía, pero, se sentía tan real, todo era tan real, que me era imposible diferenciar el sueño de la realidad. La risa de Marcus llenaba mis oídos, una risa llena de maldad y satisfacción, sus ojos me miraban con orgullo, con maldad. Una de sus manos impactó contra mi mejilla, la sangre inundó mi boca y el dolor se extendió por mi rostro.
No servía pelear, gritar, llorar o suplicar, él no me dejaría, no sin antes lastimarme y volver a herirme, no sin antes volver a destruirme.
—Eres mía —susurró en mi oído—, solo mía.»
—¡Despierta! —gritaban y me movían por los hombros—. ¡Cariño tienes que despertar!
Mis ojos se abrieron de golpe, el rostro preocupado y asustado de mi padre llenó mi campo de visión, sus manos me sostenían de los hombros y estaba sentada, mi pecho subía y bajaba con fuerza, las lágrimas se deslizaban por mis mejillas y mis ojos se movieron por el lugar, estaba en mi cuarto, estaba a salvo.
La luz del atardecer se colaba por la ventana del cuarto, pintándolo de colores amarillentos y anaranjados. Las manos de papá acunaron mi rostro, mi cuerpo se tensó, sus pulgares acariciaron mis mejillas con delicadeza, sus ojos estaban empañados por las lágrimas, lucía herido, y con cuidado, como si fuera de cristal; me atrajo a su pecho, rodeó mi cuerpo con sus manos y me abrazó con delicadeza.
Mi cuerpo seguía tenso, estaba inmóvil, él no me haría daño, era mi padre, nunca me lastimaría, pero, tenía miedo. Una de sus manos acariciaba las hebras de mi cabello con delicadeza, la otra acariciaba mi espalda. Cerré mis ojos por unos momentos, con mis manos temblando rodeé su cuerpo y escondí mi rostro en la curvatura de su cuello, las lágrimas se deslizaban por mis mejillas y caían en su piel.
—Estoy aquí —susurró—, aquí está papá, cielo —me abrazó con más fuerza—, no te soltaré, estoy aquí.
Una persona puede destruirnos hasta dejarnos hechos polvo, y Arthur me había herido de mil maneras diferentes, pero ninguna se comparaba a como me había destruido Marcus, él había despedazado mi alma, trozo por trozo y hecho añicos mi corazón. Me sentía muerta, muerta en vida, quería cerrar mis ojos y descansar, cerrarlos y no despertar, sí, quería morir, quería hacerlo porque sentía que no había algo por lo cual vivir.
Mamá me había tranquilizado cuando tuve el ataque de pánico mientras me bañaba, luego me ayudó a terminar de bañar y me ayudó a vestir, se acostó conmigo en la cama y me abrazó, me había acurrucado a su lado y rodeado su cuerpo con una de mis manos, intentando asegurarme de que no se fuera. Mientras ambas estábamos abrazadas ella lloraba en silencio, acariciaba mi cabello y de vez en cuando besaba mi cabello.
Terminé cayendo en la inconsciencia, introduciéndome a un mundo lleno de pesadillas dolorosas.
—Tienes que comer algo cielo —murmuró papá, aun estando abrazados.
—No tengo hambre —mi voz sonaba ronca y áspera. Mi respiración ya se había estabilizado, mi corazón latía con normalidad y las lágrimas ya no caían por mi rostro, pero si sentía mis mejillas pegajosas, y mi ojo izquierdo hinchado, sin quitar que mis mejillas dolían.
—Necesito que te alimentes, son las cinco de la tarde y no has comido nada en todo el día —se separó de mí, acunó mi rostro entre sus manos y una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios—. Intenta comer un poco, ¿sí?
Asentí en respuesta. Él sonrió y se levantó de la cama, me extendió la mano y la tomé.
—Iré al baño —anuncié.