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Invierno de 990.
Durante la caída del Fausto Invierno.
REINO PÉTRA
EMBATE DE ERDIN
«Caemos para ascender, para ponernos de pie por nuestra cuenta, para elevar con nosotros a los seres que perdieron la fe».
La niña repetía una y otra vez constantemente las palabras de su hermano Tadeus, sintiendo cómo se le estrujaban los pulmones, costándole mucho la tarea de respirar. Una parte de ella quería aferrarse a su pasado, a los ocho años que vivió en el cuerpo de una niña, y en los que también experimentó emociones que jamás había contemplado cuando era sólo un ente astral que le daba vida a la tierra.
—Caemos para ascender, para ponernos de pie por nuestra cuenta, para elevar con nosotros a los seres que perdieron la fe —Volvió a repetir, pero comenzó a sentir que su esencia se desvanecía, junto con sus recuerdos.
Todos y cada uno de ellos.
—Caemos para... —Por momentos se le olvidó lo que seguía. La sensación de miedo invadió cada parte de ella, sacudiendo su pequeño cuerpo tembloroso mientras se esforzaba por no olvidar nada —, para ascender... ¡Ah! —Gimoteó por lo bajo al no poder recordar el rostro de sus padres, de su mellizo Marko, de sus hermanos elementales, su alma gemela —. No. No por favor...
Tomó su cabeza entre sus manos justo cuando se permitió romper en llanto.
Le dolía. De verdad le ardía tener que hacer eso, tener que renunciar a sus memorias.
No podía, no quería olvidar a ninguno de ellos. Pero debía.
Cada momento, tanto felices como complicados, que vivió al lado de su padre, de Heidi y Saybrand pasaban fugaces ante sus ojos. El poco tiempo que pudo disfrutar con la mujer que le dio la vida, cinco meses fugaces con su alma gemela, y las cortas horas en las que pudo contemplar a su compañero de vientre.
Quemaba. Penetraba cada vez más profundo el ardor de sus recuerdos, y de los que ya no volvería a apreciar en mucho tiempo.
«¿Cómo será?»
Ella se preguntaba.
«¿Cómo Aryan podrá sobrellevar el vacío de mi ausencia?»
«¿Ellos estarán bien sabiendo que ya no me acordaré de ellos mientras que pienso que es la primera vez que los veo?»
«¿Cómo se supone que lograré enfrentar esto sin el apoyo de los tres?»
Internamente, ella sabía que estarían bien físicamente, pero temía por el dolor que les causaría, y principalmente a Aryan Dunkelhite, a quien juró jamás marcharse de su lado.
En un intento desesperado por quedarse con un pedacito de aquel pasado, y por el hecho de que ya no se acordaba de casi nada, intentó decir quién era en voz alta.
—Mi nombre es... —Empezó a murmurar entre sollozos, los cuales aumentaron cuando no pudo decir tan sólo la primera letra. El frío la azotaba con más determinación, lo que significaba que su loba interna ya se encontraba en su sueño profundo, porque ella era quien hacía que no sintiera el gélido ambiente —. Mi nombre...
Y en ese momento, ella deseó no ser quien llevara a cabo aquella misión, prefiriendo morir como Tadeus, Matteo y Heavily, sin tener que cargar con el peso de sus muertes, la presión de su ingenioso plan, y la fuerza mayor por cinco de los seis elementos que se les fueron transferidos a ella.
No se atrevía a mirar los cadáveres de Matt y Deus, los cuales estaban a su alrededor, descansando en plena paz. Se preguntaba a dónde se habrían llevado el de Heaves por un breve instante. Sin embargo, ya no le quedaba tiempo para pensar en lo ocurrido.
Y ahí, mientras su cabello plateado se tornaba marrón oscuro y sus ojos se volvían castaños, en la helada noche de un 31 de diciembre del año 990, la última elemental quedó petrificada al desvanecerse por completo sus memorias.
Tenía tantas dudas, pero no sabía cómo manifestarlas o a quien preguntarle.
Había dos cuerpos de niños de su edad rodeándola, y aunque no supera lo que significaba, un escalofrío recorro su espalda, una emoción que desconocía.
Era miedo.
Gateó cautelosamente hacia delante, sobre la nieve empapada de sangre y zarandeó el hombro del muchacho pelirrojo para que despertara. Los movimientos se volvieron bruscos al no notar señales de vida por parte de ese chico, haciendo que se voltee de costado. Esa sensación la invadió otra vez al ver el rostro pálido del niño, de ojos verdes abiertos y sin brillo. Cuando se aproximó rápidamente hacia el otro lado y comprobó que el muchacho de pelo negro estaba igual de tieso que el anterior, con sus anaranjados ojos sin una pizca de viveza, una opresión en su pecho la hizo sentir triste. Bastante mal, casi al punto de llorar. Luego, dentro de sí despertó una cuestión, algo palpable que debía ser saciado.
Miró hacia todos lados del claro, queriendo hallar eso que anhela encontrar. Sin embargo, no hay nada más que nieve teñida de rojo, árboles desnudos, viento y un amplio y oscuro cielo nocturno sin estrellas sobre su cabeza.
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Editado: 19.07.2022