El Reflejo de tu Mirada

Temporada 2: Capítulo 18

El reloj marcaba las tres de la madrugada cuando Alejandra, Adrián y Julia finalmente se detuvieron. La habitación estaba cubierta de notas, fotocopias y esquemas, creando un mapa caótico de las conexiones de Mendoza. Julia había logrado descifrar partes cruciales del cuaderno, revelando una red de corrupción que abarcaba desde funcionarios locales hasta contactos internacionales.

“Esto es peor de lo que pensaba,” murmuró Julia, frotándose los ojos cansados. “Mendoza tiene manos en todas partes. No hay lugar seguro.”

“Pero al menos ahora tenemos una ventaja,” dijo Adrián, señalando un punto en el mapa que habían creado. “Sabemos dónde podría estar el siguiente cuaderno.”

Alejandra observó el lugar señalado: un viejo almacén abandonado en las afueras de la ciudad, un lugar que no parecía tener nada de especial, excepto por su dueño registrado, un nombre falso que habían rastreado hasta uno de los alias de Mendoza.

“Es un lugar peligroso,” advirtió Julia. “Si Mendoza esconde algo allí, seguramente estará bien protegido.”

Adrián se levantó y comenzó a preparar sus cosas. “Lo sé, pero tenemos que hacerlo. No podemos quedarnos aquí esperando a que nos encuentren.”

Alejandra asintió, aunque su corazón latía con fuerza al pensar en lo que les esperaba. Sabía que esto podría ser una trampa, pero también sabía que no tenían otra opción si querían llegar al fondo de todo.

Julia los observó en silencio, comprendiendo la decisión que habían tomado. “De acuerdo, pero prometan que serán cautelosos. Si ven algo sospechoso, se van inmediatamente.”

“Lo prometemos,” respondió Alejandra, aunque sabía que cumplir esa promesa sería difícil si encontraban algo importante.

Con la primera luz del amanecer, se despidieron de Julia y salieron a la calle, donde el frío matutino los recibió con un escalofrío. El plan era simple: llegar al almacén, entrar discretamente, y buscar cualquier pista sobre los otros cuadernos. Pero sabían que nada sería tan fácil como sonaba.

El trayecto hacia las afueras de la ciudad fue tenso. Conducían en silencio, ambos perdidos en sus pensamientos mientras las calles vacías pasaban a su alrededor. Finalmente, el almacén apareció en el horizonte, un edificio sombrío y desmoronado que parecía haber sido olvidado por el tiempo.

Adrián aparcó el coche a cierta distancia y apagó las luces. “Nos acercaremos a pie,” dijo, revisando una última vez el equipo que llevaban.

Alejandra asintió, ajustando la mochila en su espalda. El silencio que los envolvía era abrumador, pero no había espacio para el miedo ahora. Tenían que seguir adelante.

Al acercarse al almacén, notaron que estaba más vigilado de lo que esperaban. Dos guardias patrullaban la entrada, y podían ver luces en el interior, señal de que no estaban solos.

“Esto va a ser complicado,” susurró Alejandra, mirando a Adrián para ver si tenía algún plan.

Adrián asintió, su mente trabajando a toda velocidad. “Esperaremos a que cambien los turnos de los guardias. Es probable que haya un momento de descuido que podamos aprovechar.”

Se ocultaron entre las sombras, observando los movimientos de los guardias. El tiempo parecía estirarse mientras esperaban, cada minuto lleno de tensión y expectativas. Finalmente, uno de los guardias desapareció en el interior del edificio, dejando al otro solo.

“Ahora,” susurró Adrián, tomando la mano de Alejandra para guiarla a través de la oscuridad.

Se movieron con rapidez y sigilo, rodeando el edificio hasta encontrar una entrada lateral. La puerta estaba oxidada y emitió un leve chirrido cuando la abrieron, pero no lo suficiente como para alertar al guardia solitario.

Una vez dentro, la oscuridad los envolvió por completo. Utilizando una pequeña linterna, Adrián iluminó el camino mientras avanzaban por los pasillos abandonados. El aire estaba cargado de polvo y el olor a moho impregnaba el lugar, pero siguieron adelante, sabiendo que no podían dar marcha atrás.

Llegaron a una sala que parecía ser el centro de operaciones. Había documentos esparcidos por todas partes y una vieja computadora encendida en una esquina. Adrián comenzó a revisar los papeles, mientras Alejandra se acercaba a la computadora.

“Esto es extraño,” murmuró, viendo la pantalla. Estaba llena de archivos cifrados y mensajes incompletos. “Parece que alguien estaba monitoreando algo.”

Adrián se unió a ella, observando la pantalla con interés. “¿Puedes descifrarlo?”

“No lo sé,” respondió Alejandra, tecleando con rapidez. “Pero lo intentaré.”

Mientras Alejandra trabajaba, Adrián continuó revisando la sala, buscando cualquier pista que pudiera ayudarlos. Entonces, escuchó un ruido sordo, como si algo hubiera caído en otro lugar del edificio.

“Tenemos compañía,” susurró, acercándose a Alejandra. “Tenemos que movernos rápido.”

Alejandra asintió, su respiración acelerada. “Solo un segundo más...”

Con un último clic, logró acceder a uno de los archivos. Lo descargó en una memoria USB y apagó la computadora, justo cuando escucharon pasos acercándose por el pasillo.

“Vamos,” urgió Adrián, llevándola hacia la salida.

Salieron de la sala y se escabulleron por el pasillo, sus corazones latiendo con fuerza mientras los pasos se acercaban. Lograron salir del almacén justo a tiempo, y corrieron hacia el coche sin mirar atrás.

Cuando finalmente estuvieron a salvo, alejándose rápidamente del almacén, Alejandra soltó un suspiro de alivio. “Lo conseguimos,” dijo, aunque su voz aún temblaba por la adrenalina.

Adrián la miró, con una mezcla de orgullo y preocupación. “Pero esto es solo el principio. Ahora tenemos que descubrir qué significa toda esa información.”

Mientras se dirigían de vuelta a la ciudad, sabían que cada vez estaban más cerca de desenterrar la verdad, pero también más cerca del peligro que los acechaba en cada esquina. Con la memoria USB en sus manos, tenían una nueva pieza del rompecabezas, pero el juego estaba lejos de terminar.



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Editado: 15.08.2024

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