Capítulo 1: El Despertar del Juicio

La primera grieta

La primera vez que Julián sintió el peso de una decisión, tenía apenas doce años. Fue una tarde de abril, de esas en que el sol no calienta pero tampoco se va. Jugaban al fútbol en la cancha de tierra del barrio, cuando Diego, su mejor amigo, pateó la pelota con fuerza y rompió una ventana de la casa del viejo Ricardo.

Todos corrieron. Menos Julián.

Se quedó parado, mirando el vidrio roto como si el mundo se hubiera agrietado con él. Sabía que el viejo era viudo, que vivía solo y que aquella ventana era una de las pocas que aún resistían enteras en esa casa cansada. También sabía que, si decía la verdad, Diego recibiría una tunda de su padre.

"Vamos, Julián", le susurró Diego al regresar, jadeando, los ojos suplicantes. "Di que fuiste tú, a ti no te pegan como a mí."

Y entonces el tiempo se detuvo. Julián sintió por primera vez el vértigo de una elección sin testigos. Nadie más sabía quién había pateado. Nadie salvo él. Y su conciencia, que comenzaba a despertar como una bestia pequeña y temblorosa.

Decir la verdad, y ser justo con el viejo Ricardo. Mentir, y proteger a su amigo de algo que él no merecía del todo.

Eligió mentir.

El viejo creyó su historia. No lo regañó. Solo asintió con un gesto triste y, mientras barría los vidrios, murmuró algo sobre el mundo y la falta de respeto. Esa noche, Julián no pudo dormir. No por culpa. No todavía. Pero por algo nuevo: la sospecha de que cada decisión, por mínima que parezca, deja una huella.

Años después, cuando la vida ya le había puesto dilemas más grandes entre las manos, Julián recordaría esa tarde. Y entendería que aquel día no había salvado a Diego. Lo había marcado.

Porque la ética no siempre grita. A veces, susurra. Y el eco puede durar toda una vida.