El precio de la oportunidad
Alicia llevaba años luchando por una oportunidad. Había pasado por empleos mal pagados, entrevistas donde no la tomaban en serio y noches estudiando con el cansancio mordiendo sus párpados. Cuando por fin recibió el correo con la propuesta laboral de la empresa internacional que tanto soñaba, lloró de alegría.
El contrato era claro: un excelente sueldo, proyección de crecimiento, incluso la posibilidad de mudarse a otro país. Pero había una condición que no aparecía en letras. Durante la entrevista final, su futuro jefe le habló con tono casual, como si no fuera gran cosa.
—Hay ciertos reportes que no necesitamos mostrar tal cual. Ya sabes… a veces los detalles pueden confundir a los socios.
Alicia no respondió en ese momento. Asintió con la cabeza, como hacen los que no quieren cerrar puertas. Pero en el fondo, algo se agitó. Era sutil, como una corriente tibia antes de la tormenta. Aquello no era ilegal. Solo… deshonesto. Un maquillaje amable de la verdad.
Días después, ya con el contrato en su bandeja de entrada, Alicia fue a visitar a su madre. Se sentaron en la cocina, como siempre. El mismo mate, la misma radio encendida de fondo. Y fue ahí, en medio de una charla sin urgencia, cuando su madre le dijo:
—No se trata solo de lo que uno logra, hija. Sino de cómo lo logra. A veces, lo que ganás te cuesta más de lo que parece.
Esa noche, Alicia no firmó. No por miedo. Tampoco por orgullo. Lo hizo por algo que no podía explicar del todo: una fidelidad interna. Una decisión sin testigos, que no le daría aplausos ni premios. Solo paz.
La empresa nunca llamó de nuevo.
Con el tiempo, encontró otro trabajo. Más lento, menos brillante. Pero cada día, al llegar a casa, se miraba al espejo sin desvíos.
Y comprendió que el interés puede ser una sombra amable, pero que cuando uno elige la luz, nunca camina solo.
¿Qué harías tú si tu futuro dependiera de una mentira amable?