Había sido la gota que derramó el vaso. Ese escándalo, una humillación en vivo que las cámaras habían captado desde todos los ángulos posibles, me dejó sin aire, sin fuerzas. Cualquier intento de aclaración solo aumentaba la confusión, y mi rostro aparecía en cada pantalla, en cada revista, en cada portal de internet. Era demasiado. Así que tomé una decisión.
—¿Entonces, realmente te vas? —preguntó ellie al otro lado del teléfono, en un tono entre la sorpresa y el alivio.
—Sí, no puedo seguir así —dije, mirando la pequeña maleta a mis pies. Apenas algunas prendas, un par de libros, mi libreta de notas. Lo esencial. Era todo lo que llevaría conmigo.
—¿Sabes a dónde irás? —preguntó ella, tratando de disimular su preocupación, aunque el miedo en su voz era evidente.
—Lo he pensado bastante. Encontré un pueblo en las montañas. Leí que es tranquilo, casi olvidado, perfecto para alguien como yo que busca desaparecer por un tiempo.
—¿Estás segura de eso? —insistió ellie, como si todavía dudara de mi capacidad para dejar la vida de luces y escándalos atrás—. No es como escaparte a una playa exótica. Allí no tendrás lujos.
—Es precisamente lo que quiero —respondí con un suspiro—. Algo diferente, auténtico.
Guardé el teléfono y me dirigí al aeropuerto sin mirar atrás. Durante el vuelo, imaginaba cómo sería la vida en ese lugar que apenas conocía de fotografías y descripciones. Llegué de noche, el frío calaba hasta los huesos, pero el aire puro tenía una frescura desconocida. Caminé hasta la cabaña que había alquilado. Modesta, de madera, con paredes cubiertas de arte local y un rincón de la sala donde una pequeña biblioteca esperaba. Era perfecta.
A la mañana siguiente, decidí salir a explorar. En la plaza, un grupo de personas charlaba, el sonido de sus risas llenaba el aire. Al cruzar junto a una tienda, la dueña me saludó con una sonrisa cálida, como si nos conociéramos de toda la vida.
—Buenos días, señorita —dijo con voz amable, sus ojos brillaban de curiosidad.
—Buenos días —respondí, sorprendida por la cercanía en su tono. No estaba acostumbrada a ese trato.
—No te había visto por aquí antes. ¿Vienes de visita?
—Algo así —respondí, sintiendo una extraña mezcla de nervios y alivio. Nadie aquí parecía reconocerme—. Planeo quedarme un tiempo. Quizá hasta aprenda algo de la vida local.
—Vas a ver que te enamoras del pueblo. La gente aquí es sencilla, pero de gran corazón —aseguró con una sonrisa genuina.
Al despedirme, continué mi camino por calles empedradas que llevaban a una colina desde la cual se veía el pueblo completo, rodeado de montañas. Sentí una paz olvidada en el corazón, una sensación de libertad que había estado buscando sin saberlo. Alguien se acercó y se detuvo a mi lado.
—Hermosa vista, ¿verdad? —preguntó un hombre de aspecto rústico, con las manos en los bolsillos y una expresión seria.
—Es increíble —respondí, sintiendo la necesidad de mantener la distancia, aunque algo en él me intrigaba.
—No eres de por aquí. Se nota en tu forma de hablar —afirmó sin rodeos.
—Tienes razón —dije, sin poder evitar una sonrisa tímida—. Estoy buscando inspiración para un papel.
Él asintió, sin mostrar sorpresa, como si no fuera la primera vez que escuchaba algo así.
—Bueno, espero que el pueblo cumpla tus expectativas. Aquí la vida es real, sin artificios.
Mientras se alejaba, observé cómo se perdía entre los senderos del bosque. Mi nueva vida estaba comenzando, y aunque el camino sería distinto al que había recorrido hasta ahora, algo me decía que este viaje cambiaría mucho más que mi próximo papel.