El regreso de la emperatriz

1. Despertar

—¿No crees que esa tarea es demasiado dura para ella?

El frío comenzó a calar sus huesos, por instinto se envolvió en el cobertor y cerró los ojos con fuerza.

—De eso se trata, dejaremos la puerta del corral abierta y la culparan. ¡Así nos desharemos de esa mocosa!

Esa voz le sonaba tan familiar que abrió los ojos de golpe, observó extrañada su entorno, esa vieja y polvorienta habitación había sido suya cuando vivía en el campo, recordaba cada detalle a la perfección y al encontrarse ahí de nuevo no pudo aguantar las lágrimas.

Si esto es un sueño no quiero despertar.

Aún tenía el amargo sabor de las maldiciones en su boca y sentía el ardor en su cuello de cuando la espada la cortó en un solo movimiento. Era imposible que todo lo vivido hasta el momento fuera un sueño.

—Shhhh... Te escuchará. Bien, hagámoslo.

Juliette se levantó con cuidado de la cama y cogió el trozo de espejo que ocultaba debajo del colchón. Este reflejaba un rostro juvenil, de una niña de no más de doce años y no a una mujer madura con la peor apariencia posible.

Tocó extrañada su cabello, era corto, muy corto para su gusto.

—¡Mocosa, levántate!

Por instinto ocultó el espejo y se levantó, miró por un segundo a la chica frente a la puerta. Sin duda era una de las hijas de los granjeros que la acogieron durante su infancia, ese par se dedicó a hacerle la vida imposible durante años. Realidad o sueño, no importaba, ahora que tenía la oportunidad se los haría pagar.

Ya no era la niña inocente de aquel entonces, vivió una larga agonía en carne propia, sabía a la perfección cómo pagar ese dolor con más dolor.

—Buenos días, Nana —saludó con alegría, ocultando detrás de ella sus verdaderas intenciones.

—Buenos... —El repentino saludo dejo confundida a la chica, tras recuperarse, regresó al tono altanero de antes—. ¡¿Qué cosas dices?! Deja de holgazanear y dale de comer a los cerdos.

Nana era la hija mayor y constantemente maltrataba a Juliette físicamente, mientras que Nina era la menor y ella simplemente era una floja sin remedio. En su anterior vida se la pasaba dándole sus tareas a Juliette y asumía el logro ante sus padres.

Juliette fingió emocionarse ante la orden de la mayor, sabía que todo eso era una trampa para correrla de la granja. Recordaba que cuando ella estuviera en el lodo pidiendo disculpas, llegaría un carruaje de su familia, tal escena la dejaría con una mala reputación ante la sirvienta de su abuelo.

Si ese «sueño» seguía el hilo de lo que recordaba, suponía una gran oportunidad para mover las piezas a su favor y cambiar su futuro.

En un pueblo tan rural como aquel, una tarea como alimentar a los cerdos solo la podían ejecutar los padres o el hijo mayor de la familia, dejársela a una niña pequeña como Juliette era una cosa inimaginable.

La rubio tomó con cuidado la cubeta con las sobras y caminó lentamente hacia los corrales, sabía que los cerdos ya habían sido liberados así que no se detuvo, caminó y caminó hasta llegar a la vereda. Una vez ahí tiró las sobras detrás de unos matorrales y la cubeta a mitad del camino.

En lugar de regresar a casa fue directo a un pozo cercano a lavar su rostro. Antes no le preocupaba su aspecto, pero con el tiempo entendió que una cara bonita y un título te abrían más puertas que el esmero y el trabajo duro.

Claro, también escogió ese sitio con una doble intención. Las personas que conoció a lo largo de su vida eran así, no te saludaban sencillamente porque les agradabas, querían algo más de ti. Muy tarde entendió que no debía confiar en todo el mundo.

—Pequeña, ¿acaso no eres la niña que acogieron los granjeros Kozlov?

Al escuchar esa chillona voz sonrió satisfecha. Sin mirar a la persona frente a ella hizo una pequeña reverencia en forma de saludo.

—Así es, Sra. Petrov.

La mujer la miraba horrorizada, ¿cómo era posible que dejarán a la pequeña lavarse en el pozo comunitario mientras recibían cinco monedas de oro al mes para su crianza?

—¿Por qué te lavas aquí y no en la granja? ¿Acaso Nana y Nina no te atienden como las hermanas mayores que son?

—No diga eso, Sra. Petrov. ¡Ellas son muy lindas conmigo! Pero...

—¿Pero? —cuestionó la mujer con un rayo de curiosidad, cosa que alegró aún más a Juliette. Era bien sabido que esa mujer era muy eficaz a la hora de esparcir rumores.

—Como los señores de la granja viajan seguido para vender sus productos, las tareas aumentan a tal punto que ninguna de las dos se da abasto y por eso las ayudo. ¡Los cerdos comen mucho, ¿sabe?! Y bueno... les di mi balde con el que solía bañarme para que los alimentaran.

La mujer suspiró con tristeza, ¿cómo era posible que un angelito de su edad trabajará tan duro y que ni siquiera tuviera ropas adecuadas ni un balde para bañarse?

Ese par de hermanas era despreciable.

—No te preocupes, pequeña. Ven a mi casa y toma un baño digno. No tengo ropas que prestarte ya que solo tengo puros hombrecitos, pero puedes quedarte y descansar.




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