El regreso de la emperatriz

2. Jardín de espinas [Parte 2]

Misha Grimaldi era un hombre justo y tolerante cuando estaba fuera de su hogar, dentro de este no era más que un ser egoísta y frívolo. Creía que todo mundo estaba a su servicio, por lo tanto, a las únicas personas a las que les tenía aprecio era a aquellas que habían mostrado fidelidad y devoción hacia él.

Tener una hija nacida en tiempo de desgracias fue un golpe duro y más si esta era de una concubina. La odiaba, tanto que no le importaba matarla, por desgracia, el abuelo de la pequeña intervino. El respeto hacia su padre le obligó a acatar sus deseos.

«Tomaste la pureza de la chica y ella te ha dado un hijo, ¡asume tu responsabilidad!».

El adefesio además era una mujer, más adelante podía usarla a su favor, tenía que cobrar de alguna manera las desgracias que esa cosa le traería.

Como pronto sería el decimoséptimo cumpleaños del príncipe Castlemore decidió que ya era momento de usarla. Podía soportar la racha de mala suerte por algunos meses, podía perdonárselo.

Al ver pétalos de rosas blancas a mitad del camino supo de inmediato que el autor intelectual de ese crimen era su querida hija, la pobre chiquilla era la única que desconocía que esas rosas eran más valiosas que su pobre y miserable vida, además, era su primer día en la residencia. Sería demasiado pedir si con su llegada no comenzarán a suceder cosas desagradables.

—Vaya, que descuidada —murmuró—. Tendré que darle una inolvidable bienvenida.

Mientras Juliette se alejaba sonrió satisfecha, le parecía patético que Madeleine creyera que había caído en su notable trampa, estaba más que claro que quería que tuviera problemas con su padre. Lo más curioso —o irónico— era que los tendría sin la intervención de las Bradford.

Conocía mejor que nadie el genio de ese hombre y el odio que le tenía, cualquier movimiento provocaría su ira, incluso su pobre presencia sería la culpable de muchos golpes.

En el pasado se creía una víctima que solo podía aceptar eso sin más, ahora haría lo mismo pero para ganarse las bendiciones de más personas. Ya tenía a Amelie y a su querido abuelo. Solo le faltaba una última pieza, alguien que en su vida pasada nunca pudo conocer pero que jugaba un papel de gran importancia dentro de la familia.

Esa era la primera esposa de su padre, Alice Grimaldi. Ella estaba enferma y en un par de meses tras su llegada moriría. Dicha desgracia también se la adjudicaron e hizo su vida aún más miserable.

Así que decidió ir y ganarse su cariño, tenerla en el bolsillo y salvarla de la muerte, eso le traería múltiples beneficios.

—Joven ama, Amelie me acaba de mostrar su habitación. La llevaré para que pueda descansar. —Lenora apareció frente a ella, portando el usual uniforme de los sirvientes de segundo rango, su semblante era serio pero amigable.

Juliette recordaba que Lenora siempre se comportaba como una mamá, estaba al pendiente de lo que le faltaba y velaba por ella. Y no era algo para sorprenderse, Lenora era la hija mayor y por años tuvo que hacerse cargo de sus hermanos hasta que uno de ellos enfermó y decidió trabajar para la familia Grimaldi en un intento de solventar los gastos médicos.

Juliette seguía teniendo la sensación de que Lenora solo le era fiel por los notables beneficios que le traería ser parte de su servidumbre, pero ahora se presentaba una buena oportunidad para poner a prueba su lealtad.

—Me gustaría hacer algo más antes de descansar. —Hizo saber mostrándose un poco curiosa.

—¿Qué es lo que necesita, joven ama?

Juliette se mostró pensativa por un par de segundos hasta que sonrió.

—Consigue unas tijeras y un par de guantes de jardinería.

Por más que Juliette quisiera vengarse no podía ir por la vida destrozando todo a su alrededor, debía mantenerse cautelosa. Cualquier paso en falso y perdería la partida, por eso era mejor utilizar a las personas a su alrededor para cumplir sus objetivos.

Su padre definitivamente se daría cuenta que alguien cortó sus rosas favoritas pero no sería precisamente ella quien ejecutaría la acción.

Lenora la siguió por todo el jardín hasta que se detuvieron frente a un majestuoso rosal, su encantador aroma las cautivó al instante.

—Quiero que las cortes.

Lenora empalideció al escuchar la orden de Juliette, era el rosal favorito de Misha y sin duda se meterían en graves problemas por hacer algo tan atroz.

—Joven ama, este rosal es el preferido de su padre...

Juliette pasó de tener una tierna mirada a una más seria, Lenora sintió escalofríos de tan solo verle en ese estado. No era común ver a una niña tan pequeña mostrándose de tal modo.

—Lo sé. Córtalas todas ahora antes de que llegue, sería un problema sin nos encontrase. ¿No crees?

Misha Grimaldi no tenía la paciencia para lidiar con los errores de los sirvientes, cuando uno le dejaba de ser útil simplemente lo desechaba. Pero una orden de su ama era una orden, por más egoísta o absurda que fuera ella tenía que acatarla y confiar completamente en sus actos. Lenora estaba en las manos de Juliette y estaba de acuerdo con ello.




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