El regreso de la emperatriz

3. La ceguera de la muñeca [Parte 1]

—Estuve buscando a tu sirvienta por todos lados, ¿tienes idea de dónde puede estar?

Juliette dirigió su mirar a la puerta donde Amelie la observaba estupefacta.

—Juliette, levántate del suelo. Puedes pillar un resfriado.

Uno de sus irremediables hábitos era ese, acostarse en el suelo y mirar el techo por horas, pensando en cosas con sentido y divagando por las que carecían de este. Solo que ahora era diferente, analizaba cada cosa que había pasado hasta el momento y planeaba qué hacer en un futuro en base a los recuerdos de su antigua vida.

—Tía, no te molestes con Lenora. Le pedí que hiciera algo, no está descuidando sus deberes —aclaró mientras se ponía de pie.

—Entiendo...— Amelie sonrió con dulzura y añadió—. Tu abuelo ha llamado por ti, quiere que cenes con él.

En su anterior vida cenaba sola en su habitación ya que su padre prefería estar con las Bradford y su abuelo mantenía distancia por alguna razón. No conoció lo que era cenar en familia hasta que se casó con Oliver y tuvo que convivir con su suegra por un par de años. Lo cual le causaba gran conflicto, después del comentario de Ava comenzaba a dudar en la gentileza de la duquesa Arlington.

Despejó esos pensamientos negativos y sonrió, cenaría con su abuelo y eso era lo que debería importarle.

Estaba a punto de responder cuando notó a su padre recargado en una de las paredes del cuarto. Amelie de inmediato hizo una reverencia y permaneció con la mirada en el suelo.

—Buenas noches, padre —saludó Juliette.

El hombre soltó una especie de gruñido en forma de respuesta, recobró la postura digna de un príncipe y se dirigió a la salida.

—Mi esposa quiere cenar contigo, te espera en su alcoba. —Una vez dicho esto desapareció tras la puerta.

—Le diré a tu abuelo que no podrás cenar con él —dijo Amile recobrando su postura.

—¿Quién dijo que no podré cenar con mi querido abuelo? —preguntó Juliette con incredulidad.

—No puedes rechazar la invitación de la primera esposa.

Pero tampoco pienso desperdiciar la oportunidad de cenar con mi abuelo.

La habitación emitía un aura distinta, antes la melancolía y la soledad gobernaban el lugar pero, al parecer, esas dos horas sirvieron para que la tranquilidad y la calidez hicieran acto de presencia.

La misma imagen de antes invadió la visión de Juliette, la bella doncella de porcelana permanecía sentada en medio de esa enorme cama de seda y algodón.

—Buenas noches —saludó evitándose la molestia de hacer una reverencia, después de todo, ella no podía verla.

—Buenas noches, Juliette. ¿Sabes por qué te llamé?

Una de las posibles razones era para continuar con su interesante plática, otra podría ser que Alice quisiera saber las intenciones de Juliette en esa casa o —la menos probable— la mujer en verdad deseaba compañía.

—Supongo que la primera esposa de padre tiene una buena razón para invitarme a cenar, quiero decir, hace unas horas usted preguntó sobre su posible muerte.

—Creí que eras otra persona.

—¿Hay alguien que quiere asesinarla? —cuestionó Juliette.

Alice se limitó a regalarle una dulce sonrisa, al instante siguiente una sirvienta entró a la habitación con una bandeja, en la cual posaban dos platos hondos de cerámica. El olor de la crema de champiñones opacó de inmediato al sutil aroma floral de la habitación.

La mujer colocó un plato sobre uno de los muebles y le indicó a Juliette que ese era el suyo, mientras que el otro lo dejó sobre el regazo de Alice, hizo una reverencia y salió tan rápido como entró.

—¿Qué te parece si hacemos un quid pro quo?

—Un... ¿Quid pro quo?

A pesar de ya haber vivido casi toda una vida, habían muchas cosas que desconocía de ese lamentable mundo por culpa de su nula educación. Ese había sido otro factor por el cual las personas se aprovechaban de ella. Ahora que tenía la oportunidad se empaparía de todo el conocimiento posible.

—Una cosa por otra. Un cambio, tú haces algo por mí y yo respondo a tu pregunta. ¿Estás de acuerdo?

—¿Qué puedo hacer por usted?

—Ve a la cocina y trae dos cucharas de plata.

—¿Me está pidiendo que robe dos cucharas de plata?

—No —aclaró Alice mientras tomaba la cuchara de su plato y la guardaba debajo de un almohadón—. Te estoy pidiendo que vayas a la cocina por dos cucharas ya que la sirvienta no las trajo —finalizó a la par que sonreía y extendía su mano en señal de querer la cuchara de Juliette.

Sabía que si le entregaba la cuchara estaría aceptando ese extraño trato, Intentó analizar los pros y los contras lo más rápido posible y al final optó por seguirle el juego a esa curiosa invidente.

No le fue difícil escabullirse por la cocina, la mayoría de la servidumbre se encontraba cenando y habían descuidado la zona donde se guardaba toda la cristalería fina y los cubiertos de plata.




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